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Pintura de Sigmund Freud, publicada en el sitio lamentemaravillosa - Foto: Foto: Especial

Sigmund Freud, 80 aniversario de su muerte

Fernando Bilbao fue rector de la UAEM, es psicoanalista; a propuesta de Masiosare, reescribió este texto el cual tituló originalmente: “Recordando a Sigmund Freud y su camino hacia el psicoanálisis en el 80 aniversario de su muerte”

Por: Fernando Bilbao Marcos, Visitas: 3523

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El 23 de septiembre de este año 2019, se cumplieron 80 años del fallecimiento del creador del Psicoanálisis: Sigmund Freud. El amigo y médico de cabecera de la familia, el Dr. Max Schur, previo acuerdo con Freud y su hija Ana, se prestó a inyectarle una pequeña, pero letal, dosis de morfina, para evitar los insoportables dolores de cáncer de mandíbula que atizaban sobre su ya mermado organismo. Con ello culminaba la vida de un hombre que marcó el siglo XX. Cumplía un año tres meses de radicar en Londres, pues había huido de Viena, tras la persecución de los nazis a los judíos. Eran tiempos de guerra.

Casi 40 años antes, en enero de 1900, había dado a la luz pública su monumental obra: La interpretación de los sueños. Por primera vez, de manera sistemática, en manos de un científico se analiza el significado de un sueño: “El sueño de la inyección de Irma”. Si la inyección del Dr. Schur dio muerte al creador del psicoanálisis, la inyección de Irma dio vida al psicoanálisis.

Freud afirmaba que “el sueño es la vía regia al Inconsciente”. ¿Cómo llegó a esa conclusión? ¿Cómo descubre que los sueños eran, también, productos psíquicos? ¿Cómo llega a descubrir el Inconsciente? ¿Cómo devela los mecanismos que ahí operan? ¿Cómo inventa el método para descifrar su funcionamiento? ¿Cómo el sueño, la hipnosis, la histeria, etc, son arrancados del misticismo, para llevarlos al terreno de la ciencia y de la cura?

Caminaremos hacia la prehistoria del psicoanálisis para responder a esos cuestionamientos. Más en el terreno clínico, que filosófico. Aunque siempre hay que pensar que detrás de todas sus reflexiones clínicas, Freud tenía referencias importantes de filosofía, antropología, arqueología, historia, poesía y literatura.

Para ello se hace necesaria una mirada retrospectiva sobre su relación con ciertos personajes, sin cuya contribución a Freud le hubiese sido imposible descubrir el Inconsciente.

Me voy a referir a cuatro determinantes personajes que influyeron en la vida personal y científica de Freud: Josef Breuer, Jean Martin Charcot, Hippolyte Bernheim y Wilheim Fliess.

Un apunte antes. Así como para Freud su vida científica sólo tiene sentido en relación al Psicoanálisis (aunque hay que decir que en el terreno neurológico hizo contribuciones sobre la afasia, el diseño de la forma y funcionamiento de las neuronas, la utilidad anestésica de la cocaína, etc.), los médicos a quienes les brindamos tributo, sólo tienen sentido en el mundo científico en tanto que se vincularon con Freud a través de su clínica y estudios sobre la histeria. De ellos se derivan términos de uso terapéutico como catarsis, hipnosis, sugestión, estados hipnoides, abreacción, análisis psíquico, etc. Así que ya estamos “pisando tierra” en la prehistoria del psicoanálisis. Estamos en la antesala del Siglo XX.

Si bien es cierto que el Dr. Josef Breuer tenía fama y reconocimiento en Viena por sus aciertos como médico, no es menos cierto que si hoy hablamos de él, es por un éxito parcial logrado en el terreno psicológico y por lo que el mismo significó como preludio del psicoanálisis.

Efectivamente, en el año de 1880 Breuer inició un tratamiento con una chica de 21 años, inteligente y atractiva, que lo consultó por una tos nerviosa, con extraños problemas de estrabismo, mutismo, parálisis de extremidades y accesos de cólera. Además, había olvidado el idioma alemán, su lengua de origen, y ahora sólo se expresaba en el idioma inglés. Pasaba de un comportamiento normal a uno insoportablemente infantil. Se trata del caso denominado en la literatura psicoanalítica de entonces como “El caso de Anna O”, que Breuer atendió del año de 1880 a 1882.

El Dr. Breuer, visitaba dos veces al día a su paciente. El método seguido por él fue la hipnosis. Anna O le contaba el origen de cada síntoma través de un relato cargado de emoción (catarsis). De esta manera, los síntomas fueron poco a poco suprimidos. A este exitoso método Anna le denominó: “El deshollamiento de la chimenea”. Técnicamente conocido como el Método Catártico. Breuer estaba muy entusiasmado con el resultado. No había espacio en donde no hablara del caso. Las visitas frecuentes duraban cada vez más tiempo. Seguramente había una respuesta en él marcadamente afectuosa, de la cual, al parecer, Breuer no se daba cuenta. Hasta que su esposa, le prohibió las visitas a la casa de la señorita Bertha Pappenheim, verdadero nombre de Anna O.

Breuer quedó atrapado entre los celos de su mujer y la subida de tono amoroso que implicó la relación hacia él de la propia paciente. Anna O empezó con síntomas de embarazo… imaginario, pero embarazo al fin. ¿Y quién podría ser el imaginario padre? Sin duda, que su asiduo visitante, ¡el prestigiado Dr. Josef Breuer! Embarazo histérico, sí, pero no menos bochornoso para un hombre íntegro de la época victoriana. El pobre hombre huye avergonzado. No quiere saber más de histerias y se va de vacaciones. Le comenta del caso a Freud, que después adquirirá la importancia por lo que conocemos hoy.

Sigmund Freud visita el hospital La Salpetrière en París y conoce al famoso Dr. Jean Martin Charcot. Asiste al espectáculo de sus presentaciones de los casos de histeria con manifestaciones de crisis epilépticas. Después de volver a Viena, sigue asistiendo a las clínicas de hipnosis y posteriormente viaja a Nancy, Francia, a la escuela de postulados distintos a los de Charcot, con los Drs. Hippolyte Bernheim y Ambroise Auguste Liébault.

Pero Freud no deja de lado lo que ya había avanzado Breuer y le pide que revisen conjuntamente el caso de Anna O. El pensamiento y la orientación de Freud en esos momentos ya había pasado de la neurología a la psicología del ser humano.

Freud convence a Breuer para que publiquen un artículo: Una comunicación preliminar de los procesos psíquicos de la histeria, que se publicó en 1893. Pero además, publicaron otro trabajo histórico: Estudios sobre la histeria. Ahí hacen la presentación de varios casos emblemáticos: Anna O, de Breuer y cuatro tratados por Freud: Emmy, Lucía, Isabel y Catalina.

Ahí Breuer insiste en que la etiología de la histeria está determinada por Estados Hipnoides, estados mentales en los cuales se generan ideas que no acaban de conectarse con la conciencia del paciente. Y completa su idea con otro fenómeno, que es la presencia de un estado al que llama de Retención. Este estado se manifiesta con el impedimento o bloqueo de una reacción del paciente ante un evento que siente desagradable. A partir de estos dos estados, el Hipnoide y el de Retención, surgen los síntomas histéricos. Siendo así, la terapéutica a seguir es la hipnosis. La paciente hipnotizada podrá expresar aquella reacción de desagrado que no pudo manifestar en su momento, por el estado de retención, y al liberarse de ese bloqueo, se libera también del síntoma.

Interesantes y muy lógicas estas hipótesis y planteamientos de Breuer. Pero Freud mantenía sus reservas. En lugar de Estados Hipnoides y de Retención, él consideraba que eran Estados de Defensa. Se trataba de que la conciencia se defendía de ideas inaceptables para la conciencia misma del sujeto, ideas que le eran bochornosas. Ya con ello se vislumbran los conceptos de Represión y Disociación, que serán fundamentales en la obra psicoanalítica freudiana. Aunque aquí Freud piensa que se trata de un acto consciente, voluntario.

Sin embargo, la gran aportación del método Hipnótico-Catártico de Breuer, le permitirá deshacerse de los tratamientos a través de la hidroterapia, el reposo y el masaje, utilizados hasta entonces por Freud y sus contemporáneos. Seguramente, como hasta en nuestros días, se utilizaban estas prácticas como técnicas de relajación muy agradables, pero no apropiadas para superar los síntomas histéricos.

Para entonces, entre los años 1885-1886, la figura, las acciones y el pensamiento de Jean Martin Charcot tenían impresionado a Freud. Había visto cómo el maestro francés hacia aparecer y desaparecer los síntomas histéricos, reproduciendo ataques epilépticos, sin base orgánica, por medio de la hipnosis. Además, que un médico con la fama y el prestigio de Charcot se ocupará de la histeria no era común, pues a la histeria, en realidad, no se le tomaba en serio, ya que los médicos vieneses de la época, consideraban como simples simulaciones lo que hacían esas mujeres. Por otro lado, la técnica de la hipnosis como método de curación estaba totalmente desacreditada en Viena, después de que se había desterrado el Mesmerismo.

Además de las exhibiciones de la histeria, cuasi teatral, que hacía Charcot, hubo expresiones del médico francés que dejarían huella en Freud, como: “La teoría es algo bueno pero no impide que las cosas existan. Si los hechos contradicen la teoría, ¡peor para la teoría!”. Esto con relación a un hecho que contradecía una teoría de entonces.

Según el psicoanalista francés Didier Anziu, esta expresión y la experiencia con Charcot, le permitieron a Freud desprenderse de la influencia de la hipótesis fisiológica de la histeria que sostenía otro médico, muy reconocido de aquellos años, maestro de Freud en el Hospital General de Viena, Theodor Meynert. Desde entonces se considera que Freud empezó a pensar la histeria, su etiología y funcionamiento, en términos psicológicos y no fisiológicos como lo pensaban Charcot y Meynert.

En el año de 1893 muere Charcot, pocos años después de que Freud había estado en La Salpetrière. Ernest Jones, biógrafo oficial de Freud, señala que éste, en una nota necrológica sobre su maestro, hace una doble despedida a Charcot: Se despide del hombre y maestro, por un lado y, por otro, abandona las enseñanzas de él recibidas.

Antes, en 1889, había viajado a Nancy, para estudiar los efectos terapéuticos de la hipnosis, con Hippolyte Bernheim, también francés de origen. Con sus enseñanzas, Freud se acercó más a la comprensión psicológica de la histeria. Además, se compenetró tanto en los trabajos de Bernheim que tradujo, del francés al alemán, su libro De la sugestión y sus aplicaciones terapéuticas.

Freud tuvo a bien llevarle a Bernheim a una paciente a la que no podía hipnotizar. Confiaba en que el experto francés lo haría. Para su sorpresa, el maestro tampoco pudo hipnotizarla; al parecer se trataba de una mujer no apta para ello. Entonces, descubre que hay límites en este método terapéutico. No todos los pacientes son susceptibles de ser hipnotizados. Probablemente, esto también representó un alivio para él, porque no se sentía muy competente, ni hábil para hipnotizar. Pero no sólo descubrió y aprendió esto en ese viaje. También se dio cuenta que las pacientes, después de haber sido hipnotizadas, podían recordar lo que había sucedido bajo el estado hipnótico, siempre y cuando se les incitara a ello.

El caso emblemático fue el de una joven que había sido hipnotizada y, bajo ese estado, se le dio la orden de que una vez que despertara abriera un paraguas. Cosa que la joven hizo inmediatamente. Y le preguntaron por qué lo había hecho, por qué abrió el paraguas estando dentro de una habitación. La paciente respondió titubeante: “lo que pasa es que el tiempo estaba lluvioso”. Pero se le cuestionó que estaba dentro de una habitación y que eso no era lógico. Entonces es cuando ella recordó que le habían ordenado que lo hiciera así, cuando estaba hipnotizada.

¡Qué gran descubrimiento!, el olvido desaparecía si se apremiaba a la paciente para que recordara lo que se le había dicho cuando estaba artificialmente dormida.

Freud, además de confirmar que los hechos se imponen a la teoría, aprende tres cosas con esa experiencia en Nancy: 1. No todos los pacientes se pueden hipnotizar, lo cual le quita a él un peso de encima, pues no le era cómodo su papel de hipnotizador. Pero aquí también descubre otro concepto fundamental en la clínica psicoanalítica, la Resistencia a la cura, los pacientes pueden resistirse a entrar en un proceso que les alivie sus malestares; 2. El olvido se puede superar si se apremia a los pacientes para que recuerden, si esto es así, entonces apremiando a los pacientes a que recuerden, aun sin hipnosis, se pueden suprimir los síntomas histéricos motivados por el olvido. Así pues, puede prescindir de la hipnosis. Empieza a vislumbrarse lo que será el Método de la Concentración. Éste consistía en que la paciente se recostará en un diván, cerrara los ojos y pensara en los momentos en que se habían generado los síntomas. Si la paciente decía que no podía recordarlos, Freud le ponía una mano sobre la frente diciendo que al retirarla le llegarían a su mente los sucesos olvidados. Además, descubre que el olvido es motivado por algo, ese algo será lo que después llamará la Represión, y; 3. Cuando una persona no sabe por qué hace las cosas, trata de dar una explicación razonable, pero falsa, para no parecer tonta o loca. Ahí descubre el mecanismo psicológico llamado Racionalización.

Así pues, Freud encontrará los argumentos suficientes para abandonar el método hipnótico como vía de curación de la histeria. Se pueden resumir en tres: 1. Lo dicho ya, no todos los pacientes son hipnotizables; 2. La curación por hipnosis no es duradera, y; 3. El método hipnótico evita identificar los mecanismos de la resistencia del paciente a la cura y, por tanto, no se hacen visibles las razones o procesos psíquicos que llevaron a la formación de los síntomas. Por ello, no se puede descifrar el sentido de los mismos, en tanto productos psicológicos.

La hipnosis quedará desterrada de la práctica freudiana. Él sabía que por ese derrotero no lograría gran avance científico. Y lo supo bien.

Freud vuelve a Breuer y el caso de Anna O. No se explica por qué su mentor guardó silencio y no publicó este caso de éxito terapéutico. En principio, la lógica científica le hizo pensar que de un solo caso no iba a generalizar y sacar conclusiones universales.

            Pero Freud, como buen “maestro de la sospecha” (Paul Ricour, dice que Freud, junto con Karl Marx y Friedrich Nietzsche son los magos de la sospecha, cuestionan lo dado por sentado como verdad absoluta y convencional), cuestiona el por qué del ocultamiento de este caso. Reconstruye el proceso terapéutico llevado por Breuer y Anna O. Descubre el verdadero motivo por el cual se suspende el tratamiento y, al mismo tiempo, la razón para no publicarlo. Se debió a la manifestación amorosa, erótica, originada en la relación terapéutica, de parte de Anna O hacia el Dr. Breuer. Aquí se descubre el concepto de Amor de Transferencia. Y como contrapartida, Breuer se sintió presionado, no supo qué hacer con esa manifestación de amor de su paciente y emprende la huída. Él mismo lo reconocería. Aquí queda de manifiesto, sin saberlo aún, la Contratransferencia.

Los trabajos publicados por ambos fueron duramente criticados. Breuer no lo pudo soportar, seguramente porque él ya tenía un gran prestigio y reconocimiento de la sociedad médica y científica del momento. Tenía más que perder que ganar. Freud, en cambio, de otra hechura, estaba en situación de apostar todo lo que su bagaje clínico y científico le permitían para seguir adelante. Él tenía todo que ganar y nada que perder, pues nada tenía, materialmente hablando, pero sí el conocimiento y su espíritu aventurero. Para Freud, sus críticos no tenían ni la más remota idea de cómo entender la histeria. Breuer y Anna O, le daban una gran pista a seguir, situación verificada en otros casos: la sexualidad como constante en las histerias.

Para Breuer ya era demasiado con el embarazo histérico de Anna O. No quería saber más del asunto. Huye del proyecto freudiano, como huyó de Anna O; se baja del vehículo de la sexualidad como etiología de la histeria. Mientras que a Freud, siguiendo la frase de Charcot, los hechos no lo podían hacer callar, por más que hablar de sexualidad escandalizara las buenas costumbres de la época, que hipócritamente escondía, en el recato, los más ardientes deseos y prácticas eróticas.

Freud experimentó, en su trabajo clínico, algo similar a lo que le pasó a Breuer. Narra el caso de una paciente que habiendo superado los síntomas histéricos que la aquejaban, de manera repentina, al despertar de la supuesta hipnosis, se le cuelga del cuello a Freud. Pero él, no le atribuyó el hecho a “sus encantos personales”, sino a la misma situación terapéutica. Y a partir de esto, hizo un acuerdo con su paciente de ya no utilizar la hipnosis. Esto implicaba que lo que hiciera o dijera la paciente, lo haría en sus cinco sentidos, consciente. Entonces utilizará el método de Concentración. También descubrió otro fenómeno fundamental para lograr la cura: el enlace afectivo entre paciente y terapeuta. Es decir, la Transferencia. Al no huir como Breuer, ante la demanda de amor, de afecto de la paciente, sino analizarla, descubrió para el buen fin buscado el medio a través del cual se logra la cura. No se trata de huir, ni rechazar la manifestación de amor, pero tampoco de aceptarla y concretarla, en la medida que sólo se trata de una situación generada por el contexto terapéutico, originada desde la admiración, desde el poder, desde el agradecimiento y la idealización, en tanto no hay más espacios donde se desarrolle ese vínculo. Y eso plantea la exigencia de analizar la situación, más que de actuarla, huyendo o aceptando el amor demandado. Así, la transferencia descubierta aquí, será un concepto e instrumento de curación, que jamás perderá su vigencia.

En 1887 se desarrollan una serie de “congresos” (encuentros) y una abundante vinculación epistolar entre Freud y Wilhem Fliess. Este último, era un médico otorrinolaringólogo, que vivía en Berlín, Alemania. Tenía una gran capacidad para formular ideas e hipótesis teóricas de lo más descabelladas, al punto que ahora nos podrían parecer delirantes.

No obstante, no se puede dejar de pensar que entre el delirio y el genio, entre lo ilusorio y lo real, la brecha que los separa se torna invisible a tal punto que se hace extremadamente difícil, al menos en un primer momento, descubrir en el discurso de un químico, un físico o un matemático con sus fórmulas abstractas, el discurso de un científico o el de un loco delirante. La historia de la ciencia lo demuestra, y la literatura, aún más. Después de todo, cada delirio tiene un trozo de realidad. Al mismo tiempo, toda genialidad sufre las consecuencias de la ruptura con lo “real” empírico. Esto me recuerda a la referencia que hace la psicoanalista francesa Maud Mannoni en su libro La teoría como ficción, es decir, cómo la ciencia tiene esa necesaria dosis inicial de ficción.

Fliess, dos años menor que Freud, era exitoso en su carrera. Había elaborado una serie de concepciones que en su momento entusiasmaron a Freud. Mencionaré algunas: Todos los seres vivos estamos sometidos a una ley de periodicidad precisa, siguiendo el modelo de los periodos menstruales; Todos los humanos somos fisiológicamente bisexuales; La nariz y los órganos genitales tienen la misma estructura, y se relacionan con el origen de la neurosis (histeria).

Curiosamente, más adelante estos conceptos tuvieron un lugar en la conceptualización psicoanalítica. En la medida en que Freud no consideró erróneas estas teorizaciones de su amigo, ya que las conservó aunque no en su significado original, es decir, tal y como las planteó Fliess, ahora las vemos en el cuerpo psicoanalítico de la siguiente manera: Freud dirá que hay una bisexualidad psicológica; La nariz será un símbolo fálico, es decir, de alguna manera se desplazan los genitales masculinos a la nariz; Siguiendo a Octave Mannoni, el orden que genera la periodicidad, se relaciona con lo que ahora conocemos con el ritual de la compulsión a la repetición.

Sin duda, lo más importante de esta relación profunda que establecieron ambos personajes, Freud y Fliess, fue que posibilitó lo que ahora conocemos como el primer psicoanálisis de la historia. Donde es probable que ninguno de los dos lo supieran a ciencia cierta, mucho menos Fliess. Según Max Schur, los aspectos transferenciales que se desarrollaron durante esta relación de más de 10 años, cumplen con los criterios de un psicoanálisis actual. Veamos:

1. Extremada sobrevaloración del analista, en este caso, sería Fliess.

2. Freud demandaba una exagerada necesidad de aprobación y elogio de Fliess.

3. Freud no podía reconocer nada malo en Fliess. Había una clara tendencia a negar todo sentimiento negativo hacia él.

4. Se pasaba de una situación de sometimiento pasivo, a una que desafiaba lo que el otro le decía. Una relación claramente ambivalente.

5. Sexualizan la relación.

6. Repentina aparición de la hostilidad.

Así fue como Fliess fue colocado en el lugar del analista, sin saberlo. Se habla de un auto análisis en la medida en que Freud intentaba analizar todo cuanto le ocurría a él y a sus pacientes, esto es: analizaba sueños, recuerdos, olvidos, lapsus, chistes, todo los que llamamos actos fallidos, todos los productos del inconsciente. Pero para ello requería de la referencia, la opinión, la valoración de Fliess.

Era el fin del Siglo XIX. El auto análisis se inicia en 1897 y quizá nunca terminó. A través de éste, Freud descubre el funcionamiento de la producción onírica. Y con ello, el Complejo de Edipo. También se consolida la idea de la Transferencia, pues la vive en relación con su amistad íntima con Fliess. Descubre el concepto de Fantasía, en tanto que observa que los pacientes le “mienten”, es decir, le comunicaban fantasías de actos que en realidad no sucedían, sobre todo de tipo sexual, pero que ellos le contaban como verdaderas y traumáticas experiencias. No era cierto que ellas habían sido seducidas por sus padres. En realidad, eran ellas las que hubieran querido ser las preferidas y deseadas por sus padres. Aquí se esboza lo que después se conocerá como Deseos Inconscientes.

El sueño es un fenómeno normal, la virtud de Freud es que más que quedarse con la comprensión clásica del funcionamiento fisiológico de este misterioso y rico fenómeno, él le da un valor psicológico y una vía importante para descifrar aspectos psíquicos de tipo inconsciente, actos psíquicos que tienen sentido. De hecho, será el modelo de todo acto psíquico inconsciente. ¿Cómo lo descubrió Freud?

A través de su auto análisis. Los pacientes le llevaban a sus sesiones sueños para ser tratados y analizados. Los mismos pacientes le daban el valor de un producto importante para ser entendido. Freud también tomó como objeto de estudio de sí mismo, sus propios sueños. Ello lo lleva a descubrir su Complejo de Edipo. Todo esto compartido con Fliess, su analista desconocido.

El método psicoanalítico, la Asociación Libre, lo fue aprendiendo a saltos. Pasó de la hidroterapia, al método catártico y la sugestión hipnótica, gracias a las influencias y enseñanzas de Breuer, Charcot y Bernheim. Después pasó al método de la concentración, con la invocadora presión de la mano en la frente de sus pacientes, hasta que una paciente llamada Elizabeth le impide que la presione y le pide que la deje por sí misma tratar de recordar. Ahí nace el método de la Asociación Libre, que no dejará jamás.

El Inconsciente tiene como antecedentes en esta historia, los estados hipnóticos, los estados de defensa, de retención y la doble conciencia (Pierre Janet).

He terminado este recuerdo de cómo llegó Freud al psicoanálisis. Seguramente incompleto, pero suficientemente ilustrativo de cómo fue el recorrido a través de los años que constituyen la prehistoria del Psicoanálisis.

Quiero dejar el cierre de este trabajo en manos de un autor de biografías y novelas cortas, muy admirado y leído por mí, quien fue amigo de Sigmund Freud y su familia, el gran Stefan Sweig. Él leyó esto, hace 80 años, en el entierro de Freud: “La teoría de Sigmund Freud ha hecho ya hace mucho tiempo sus pruebas y se ha mostrado irrefutablemente verdadera, verdadera en el sentido creador, según la frase inolvidable de Goethe: solamente es verdadero lo que es fecundo”.

 

Octubre 2019, Cuernavaca, Morelos

 

* Revisión, modificación y actualización de un texto leído en septiembre de 1984, en el ciclo de conferencias organizado por el Grupo de Estudios Psicoanalíticos de Cuernavaca. Posteriormente fue publicado en la revista Expresión Universitaria, de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, Junio 1986, Año III, No. 11.

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