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Patriarcado/III

Tercera parte: las causas, los porqués; este texto fue publicado originalmente por la agencia alainet.org, sitio de la Agencia Latinoamericana de Información (ALAI); contenidos sobre DH, igualdad de género y participación ciudadana

Por: Marcelo Colussi, Visitas: 725

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Abrir una crítica contra el machismo dominante –que, por lo visto, atraviesa la historia humana y está presente en todas las latitudes– es imprescindible. Pero, ¿por qué? Podría comenzarse diciendo que por una cuestión de equidad mínima, por justicia universal y respeto por parte de los varones (dominadores hasta ahora) hacia las mujeres (las dominadas). Sin dudas si alguien sale perjudicado en esta asimétrica relación, es el género femenino. "Gracias dios mío por no haberme hecho mujer", reza una oración hebrea. Abundar con ejemplos acerca de esta injusta situación no es el objetivo de este texto; sobran por demás en la vida cotidiana, y creemos que lo del embarazo no deseado como producto de violaciones expuesto más arriba es suficiente demostración de la injusticia en juego. Partimos, entonces, de considerar que esas impresentables, injustificables y aborrecibles asimetrías son el punto de arranque de la presente reflexión.

Por razones de la más elemental ecuanimidad debería corregirse, de una vez por todas, esta aberración del patriarcado. ¿Con qué derecho un varón tendría más cuota de poder que una mujer? ¿Por qué lo que a uno de los géneros se le prohíbe ("canas al aire", por ejemplo, o decir arbitrariamente sobre los futuros nacimientos) en otros se tolera, o se aplaude incluso? ¿Por qué la irracional, absurda y malintencionada visión de las mujeres como malas conductoras de automóviles si estadísticamente está más que demostrado que tienen menos accidentes viales que los varones? (porque no son tan irresponsables, cuidan más su vida y la de los otros, cumplen más fielmente los reglamentos de tránsito). ¿Por qué los golpes lo siguen recibiendo siempre ellas y no ellos? En todo caso, y hacia eso tenemos que apuntar: ¡nadie debe recibir golpes!

Por supuesto que no hay ningún "derecho natural", ninguna presunta determinación biológica ni voluntad divina que lo "justifique". Es una pura construcción histórica, una ideología del poder masculino que se ha impuesto, una nefasta injusticia –una más de tantas– que atraviesan la vida humana. No se trata, entonces, de hacer un mea culpa por parte de los varones "salvajes, malos y abusivos" para tornarse más "piadosos", más "buenos". Definitivamente, no va por allí la cuestión.

Por cierto, un cambio en la construcción de las relaciones humanas daría como resultado una equiparación en derechos y deberes por parte de ambos géneros. De eso se trata, y no de un "abuenamiento" de los machos violentos. Las relaciones humanas, si las consideramos en tanto relaciones de grandes grupos, de movimientos históricos, no deben entenderse en términos de relaciones personales, de inter-subjetividades, de "bondad" o "maldad" en tanto voluntarias decisiones de sujetos autosuficientes que definirían la historia. Las ciencias sociales han aportado esa visión más profunda: la cultura, las clases sociales, la lucha por el poder nos trascienden como individuos. Somos lo que somos porque hay una historia que nos precede y nos sobredetermina. "Solo no eres nadie. Es preciso que otro te nombre", decía magistralmente Bertolt Brecht. El "macho" de barrio o el albañil que le silba o piropea insultante a una mujer que pasa caminando no es "el malo de la película". Es un síntoma social.

Ahora bien: ¿dónde nos lleva el patriarcado? ¿Por qué no ser machistas? No sólo porque los varones no tienen ningún derecho sobre las mujeres (¡que no son su propiedad, aunque todavía las mujeres casadas utilizan el genitivo "Sra. «de» Fulano"!) sino –y quizá esto puede ser lo fundamental– porque el modelo de sociedades patriarcales que se ha venido construyendo desde que tenemos noticia, propiedad privada de por medio, ha estado centrado en la supremacía varonil.

El poder, hasta ahora, se ha venido concibiendo como un hecho "masculino". La representación del poder es siempre un símbolo fálico (bastón de mando, cetro, báculo pastoral). Incluso los prelados católicos, que hicieron voto de castidad, representan su mandato con una evocación de aquello que no usan como órgano sexual y se une con lo fálico. El falocentrismo nos atraviesa.

Decir que la organización social es fálica apunta a concebir las relaciones interhumanas vertebradas en torno a un símbolo, un articulador que representa "la potencia soberana, la virilidad trascendente, mágica o sobrenatural y no la variedad puramente priápica del poder masculino, la esperanza de la resurrección y la potencia que puede producirla, el principio luminoso que no tolera sombras ni multiplicidad y mantiene la unidad que eternamente mana del ser" (Lacan, 1958).

El falo, entonces, es el gozne que ordena una realidad de subjetividades, y si bien se inspira en el órgano sexual masculino, no es correlativo con él. El poder está concebido fálicamente; por tanto, tiene los atributos masculinos. Hoy por hoy, en nuestras patriarcales sociedades, una mujer que detente cuotas de poder, es considerada "masculina". Una mujer dominante "las tiene bien puestas", es la Dama de Hierro. Imagen masculinizada sin ningún atenuante. El poder es abusivo, arbitrario, no admite discusiones ni disensos. Casualmente, todas características que definen la virilidad. ¿Por qué se siguen tolerando los embarazos forzados de las mujeres, para recuperar el ejemplo de más arriba? ¿Por qué no se acusa al Vaticano por ese llamado patético que puede haber realizado su primer dignatario ante las violaciones masivas en una guerra?

Las sociedades que se han tejido en torno a este resguardo de la propiedad privada han sido tremendamente masculinizadas, entendiendo por "masculino" todo lo que se liga con los atributos de un "macho": fuerza, poderío, supremacía. La resistencia femenina ante el dolor de un parto, por ejemplo, ni siquiera se considera. Lo "importante" es lo varonil. Si se pregunta por el trabajo de una mujer, la ideología dominante sigue respondiendo: "no, ella no trabaja; es ama de casa". ¿No es importante ese trabajo acaso?

Si ese ha sido el molde con el que se edificaron las sociedades –machistas, basadas en la supremacía del más fuerte, competitivas y llevándose todo por delante, destruyendo al otro que termina siendo siempre adversario a vencer– los resultados están a la vista. Más allá de pomposas declaraciones de igualdad, justicia, paz y entendimiento (que nadie cree realmente, fuera de los actos protocolarios), la historia se sigue definiendo por quién detenta el garrote más grande (hoy día podría decirse: mayor cantidad de misiles balísticos intercontinentales con carga nuclear, ahora con velocidad hipersónica).

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* Marcelo Colussi. Analista político e investigador social, autor del libro Ensayos.

 

 

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