

La disputa por la agenda: balance del 12 al 18 de marzo
La disputa por la nación hoy se da en medio de un país crecientemente desigual; frente al rabioso apasionamiento, hay que argumentar con sencillez, humildad y generosidad, sobre todo en la periferia de las Mañaneras
Por: Carlos Garza Falla, Visitas: 1258
Al Dr. José Ramón Cossío Díaz, ex ministro de la Suprema Corte de Justicia, con admiración y respeto
Hoy (18/03/2021) por la mañana al encontrarme con la colaboración de Jorge Zepeda Patterson en Milenio, titulada: El problema con los bienintencionados, y dar cuenta de ella mediante su lectura, me sentí transportado al año de 1981 cuando la editorial Siglo XXI, hoy víctima de la voracidad enferma de Jaime Labastida, puso en circulación el espléndido ensayo que Carlos Tello Macías y Rolando Cordera Campos titularon: La disputa por la nación.
Han pasado ya 40 años desde la aparición del ensayo de Tello y Cordera y si bien se podría aceptar que, de las opciones estudiadas por ellos, la que denominaron “neoliberal” y la que denominaron “nacionalista”, fue la primera la que se instaló como dominante, es un hecho que no logró convertirse en hegemónica y ello en gran parte debido a que se fincó en un pantano hediondo de corrupción, impunidad y desigualdad.
Ese pantano hediondo fue sin duda el caldo de cultivo de la renovada disputa por la nación que irrumpió en el espacio público en las elecciones del 1° de julio del 2018 y le dieron a la coalición Juntos Haremos Historia encabezada por Andrés Manuel López Obrador, un triunfo indiscutible.
No se trata de una reedición mecánica de la disputa por la nación abordada por Tello y por Cordera, se trata quizá de algo mucho más grave: “no se trata de dos países –dice Zepeda Patterson-, uno al que la va bien y otro al que le va mal, sino de un mismo país profundamente desigual. Peor aún, uno en el que la prosperidad de unos se ha alimentado de la miseria de los otros”.
Y es aquí donde todo se vuelve confuso, “apasionadamente rabioso”, dice Zepeda Patterson, y donde algunos echamos de menos una conducción política con autoridad moral. “no solo son los argumentos sino la manera de esgrimirlos lo que determina la autoridad moral de quien lo emite” escribe y creo que tiene toda la razón.
No abrigo ninguna esperanza de que AMLO replantee su manera de esgrimir sus argumentos, abusar del poder desde su pulpito mañanero repartiendo condenas, descalificaciones y difamando a quien su miseria humana o la de los que le hablan al oído le dictan, es hoy su zona de confort y pues habrá que dejar que sea el virus que le atrofien a él y a sus lacayos su capacidad de oxigenación política.
Abrigo sí la esperanza en que en la periferia de las mañaneras nos podemos dar cita muchas mexicanas y muchos mexicanos dispuestos a exponer nuestros argumentos y propuestas y esgrimirlos con sencillez, humildad y generosidad y si el “solitario de palacio” quiere perpetuar su monologar y hacerlo eterno, cumplámosle el capricho, dejémoslo hablando solo y construyamos, nuevos interlocutores y nuevas interlocuciones.
“Hablando se entiende la gente” dice la conseja popular, y dice bien porque privilegia el “aprendizaje dialógico” alrededor del cual, como lo enseñó Paulo Freire, se puede construir la pedagogía del oprimido.
Andrés Manuel López Obrador se equivoca por partida doble, se equivoca al seguir acríticamente su necesidad enferma de acumular poder, y al pretender el monopolio de la palabra; aristas ambas que lo están embarcando en la más peligrosa de las aventuras al impulsar, como bien lo señala Erubiel Tirado en su artículo de hoy en Eje Central: Ejercito: ¿leal o cómplice de AMLO?, la mutación de la lealtad del ejercito a las instituciones y al Estado de Derecho por la fidelidad a la persona del presidente.
De cara a lo que es probable que esté en nuestras manos impulsar desde ya en lo que denomino la periferia de las mañaneras creo que es lectura prioritaria y obligada el artículo de Daniel Innerarity publicado en El País con el título: Contra la superioridad moral, en donde se pueden leer reflexiones como esta:
“Nunca podemos estar seguros de que nuestra ideología no nos oculte alguna dimensión relevante de la realidad, que las opiniones por las que no sentimos la menor simpatía no contengan alguna información interesante. No es solo una cuestión de respeto moral al adversario, sino de inteligencia política. Hay más inteligencia en la escucha respetuosa de las opiniones más peregrinas que en las líneas rojas y los cordones sanitarios. Muchas veces las mejores ideas son las que están equilibradas o fecundadas por sus ideas contrarias, los políticos más ambiciosos son los más capaces de transaccionar con el adversario, del mismo modo que los pueblos se enriquecen con la mezcla y la inclusión de otros”.
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