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Falleció Francisca Viveros Barradas, alias Paquita la del barrio - Foto: Especial

Una Extraña Enemiga: Policías de la Música

La reflexión profundiza sobre los dueños de la música o el lenguaje, y aquellos que quieren imponer las reglas como si fueran naturales y neutrales

Por: Adriana Figueroa Muñoz Ledo, Visitas: 9637

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Hace una semana falleció Francisca Viveros Barradas, mejor conocida como Paquita la del barrio, cantante mexicana cuyas canciones y peculiar forma de interpretar, han quedado inmortalizadas tanto en el universo musical popular mexicano como en nuestra forma de expresar las penas del corazón. Paquita, así como Juan Gabriel o Jenni Rivera, fueron figuras musicales que alrededor del cariño de su público, les orbitaban señalamientos de que “no sabían cantar” o que la música que hacían “no era de la mejor calidad”. Y en gustos se rompen géneros, lo sabemos, pero, ¿quién dice qué es la buena música y cuál no?

Esta semana leí un post de Facebook que decía algo así como que Paquita no cantaba, que Paquita gritaba y escupía verdades, que Paquita hacía poesía de barrio. Me quedé pensando en que su poesía seguramente no tiene permiso de llamarse así, porque no sigue sus reglas, porque así es el barrio, desobediente. Así como tampoco el reggaeton tiene permiso de llamarse música o como el dijistes no es una palabra autorizada. ¿Y quién otorga los permisos? ¿Cuáles son sus mecanismos para autorizar o desautorizar?

Yo no sé de música. O eso es lo que me han dicho. Es decir, no sé las reglas. Pero con la música me pasa un poco como con el lenguaje: quienes no conocen las reglas del lenguaje ¿no lo conocen? y, en consecuencia, ¿no deberían usarlo?, ¿quién pone las reglas?, ¿quién se cree dueño del lenguaje? Tanto el lenguaje como la música, los vivimos antes de conocer sus reglas.

Con o sin conocimiento de las normas, la gente habla, se comunica, canta y se mueve a la manera en que los ritmos habitan su cuerpo. Las canciones de Paquita estaban escritas en el idioma del dolor por la violencia o del deseo de venganza que nace tras vivir una traición; sus canciones se cantan a grito rasgado y desentonado porque rasga-do está el corazón cuando se vive el desamor. De igual forma, muchas canciones de reggaeton se cantan salivando y con gemidos, porque están escritas en el idioma de la carne y el deseo. Al igual que el barrio, el corazón y la carne también son testarudos.

Las reglas. Vivimos tan poco (ahora alrededor de 80 años) que nos da por pensar que las reglas son y han sido siempre las mismas, pero aún más, que son naturales, y peor todavía, que son neutrales. Lo que no se ajusta a las reglas de la cultura dominante ha sido leído como un “adefecio mal hecho”. Las reglas que cuando miramos el lenguaje que defienden, la música que es buena, la ropa que está bien combinada o los cuerpos que son bellos, nos recuerdan que encontramos sus raíces en ciertas latitudes y procesos históricos. Esas reglas que imponen una política de autorización de UNA cultura y la desaprobación de las OTRAS. Una política que por siglos le ha insistido a ciertos grupos que su ser en el mundo tiene fallas.

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