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Mundo y mente están íntimamente ligados - Foto: Especial

Una Extraña Enemiga: Más que individuos

La subjetividad humana es producto de condiciones históricas y sociales complejas que nos atraviesan sin que necesariamente seamos conscientes de ello

Por: Adriana Figueroa Muñoz Ledo, Visitas: 6942

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Solemos pensarnos en forma individual y que, como individuos, nuestra forma de ser, de pensar y de sentir es resultado solo de nuestras experiencias íntimas y personales. Sin embargo, nuestra subjetividad es producto también de condiciones históricas y sociales complejas que nos atraviesan sin que necesariamente seamos conscientes de ello. Las ideas que tenemos sobre cualquier asunto (el amor, el éxito o la felicidad, por mencionar algunas) no emergen por generación espontánea dentro de nuestra psique, sino que están moldeadas y condicionadas por discursos, instituciones y estructuras en las que existimos. Creer que las formas de pensar, sentir y existir en el mundo son estáticas y universales es una falsa apreciación. Nuestra subjetividad se configura en relación con los contextos en los que vivimos y que, por cierto, pocas veces elegimos (al menos el contexto de nacimiento no es una elección).

La manera en que vivimos y accedemos a recursos no solo incide en nuestra condición física, sino también en nuestra forma de sentir e interpretar el mundo. Por ejemplo, nuestra relación con el futuro, con la estabilidad o con la confianza en las instituciones es distinta según el estrato socioeconómico en el que nos hayamos desarrollado. Si bien no es una regla, sí podemos observar que a mayor incertidumbre material, mayor incertidumbre emocional. La violencia estructural, la desigualdad y la exclusión modelan las percepciones que tenemos sobre nosotros y nosotras mismas y sobre los demás.

El asunto trasciende el asunto de la percepción y alcanza la forma en que se accede y se ejercen los derechos. Aunque a veces nos resistamos a aceptarlo, es bien conocido que no basta con que los derechos existan, si las condiciones materiales impiden su ejercicio real. El derecho a la educación, por ejemplo, puede estar garantizado constitucionalmente, pero si hay niñeces que deben trabajar para contribuir al sustento familiar, su acceso a la educación estará condicionado por su situación económica. Lo mismo ocurre con el derecho a la salud o a la participación política. En todos los casos, estos obstáculos materiales tienen un impacto en que no todas las personas puedan verse a sí mismas como sujetos de derechos, o al menos no en el mismo escenario que lo hace alguien cuya sobrevivencia no está en riesgo.

Además de lo material, más no desligado de ello, hay otros ejes que nos atraviesan, tales como el género y la raza que condicionan nuestra subjetividad. No es lo mismo ser una mujer racializada en una sociedad que históricamente ha limitado sus derechos que ser un hombre o una mujer blanca con privilegios de movilidad y poder. No es igual crecer en un entorno de estabilidad económica que en la precariedad. Estas experiencias no solo afectan nuestras posibilidades concretas, sino también la forma en que entendemos el mundo y nos relacionamos con los demás. Todo ello no significa que a mayor precariedad material la interpretación del mundo esté, por así decirlo, “disminuida”, al contrario, tenemos bastos ejemplos donde la opulencia material ha producido subjetividades imposibilitadas para entender que su ser en el mundo está interconectado con las vidas de otros seres.

Abordar la subjetividad como un proceso histórico y social no significa ignorar la importancia de la vida psíquica, sino reconocer que nuestras emociones, deseos y pensamientos están atravesados por estructuras más allá de nuestra mera biografía o, dicho de otro modo, que nuestra biografía se inserta en estructuras que, si bien no son determinantes, sí nos anteceden y condicionan. Somos sujetos en diálogo con la historia, con la sociedad y con lo simbólico, pero también con las condiciones tangibles que hacen posible (o no) nuestra existencia.

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