

Una Extraña Enemiga: La persistencia y la desesperanza
Reflexiona sobre las manifestaciones por el 8 de marzo, los avances que han traído las protestas y los retrocesos por la resistencia del patriarcado
Por: Adriana Figueroa Muñoz Ledo, Visitas: 12492
Hay días en los que parece que nada cambia. Que todo el esfuerzo, la lucha, las discusiones, las marchas, las leyes, las denuncias, los libros y las voces que no callan, no han sido suficientes. El machismo sigue ahí –en muchos sentidos, intacto–, renovándose, multiplicando sus formas, resistiendo en los cuerpos, en las prácticas, en las palabras, en las instituciones, en los silencios.
No es que no haya avances; por supuesto que sí. Se han alcanzado derechos, se han modificado leyes, se ha instalado el debate en espacios donde antes era impensable. Hay una generación entera –particularmente en espacios urbanos– que ha crecido con discursos de igualdad y con herramientas para nombrar violencias que antes se asumían como normales. Pero al mismo tiempo, cada avance despierta una reacción que busca frenar, desacreditar, devolvernos al punto de partida. Para muestra, basta leer los comentarios en redes sociales vertidos sobre publicaciones que hacen referencia a las marchas del 8M. También se observa el resto del año en las prácticas cotidianas de violencias directas e indirectas, muchas de las cuales parecen nuevas, aunque lo realmente nuevo es el hecho de contar con un lenguaje para nombrar y visibilizar, como el caso de la violencia vicaria.
La desesperanza llega en esos momentos. Se instala como una fatiga pesada, como una tristeza que es individual y colectiva, como una tristeza que es política. La rabia convive con el cansancio, con la sensación de estar peleando contra algo que siempre encuentra la forma de sobrevivir. La desesperanza emerge entre las historias de violencia física y feminicidios, y suspira entre otras violencias escondidas en las relaciones donde el poder que cobran forma de chantaje y abuso de confianza. La desesperanza se ahoga en la impunidad de las autoridades, en la complicidad de quienes callan, en la tibieza de quienes relativizan, en los discursos políticos que, condescendientes, hablan de “equidad” mientras las estructuras siguen intactas. La desesperanza crece frente a quienes se sienten atacados por el feminismo pero jamás se sienten incómodos con el machismo.
Y aún así, incluso en la desesperanza, hay algo que no se rinde. Tal vez la desesperanza es una forma de duelo por lo que aún no se ha logrado, pero no por lo que es imposible.
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