

Una Extraña Enemiga: La cuestión política del odio
Reflexiona sobre el odio como emoción que moviliza la destrucción de algo o alguien, pero además provoca algo
Por: Adriana Figueroa Muñoz Ledo, Visitas: 7958
Se dice que el odio es una emoción que moviliza la destrucción de algo o alguien. No obstante, al tiempo que destruye, también construye subjetividades y formas de entender el mundo. Para ello, un ejemplo: la postura de Donald Trump respecto a la población migrante puede analizarse desde la política del odio. El odio, además de una experiencia individual, es una emoción socialmente construida que circula a través de los discursos y prácticas culturales. De acuerdo con la feminista británica Sara Ahmed, podemos entender el odio como una emoción performativa, es decir, como un acto que produce algo.
Algo que el odio produce son límites, es decir, define quién pertenece a un “nosotros” y quién es “el otro”. Trump ha usado el odio para consolidar una identidad nacional basada en la exclusión de las personas migrantes, especialmente latinoamericanas y musulmanes. Como estrategia política, el odio no se queda en los sujetos, sino que circula en los discursos. En ese sentido, el odio se presenta como una reacción racional y necesaria que, en el caso de la narrativa antimigrante, se emplea bajo la justificación de proteger a la ciudadanía estadounidense. Es decir, no solo desde el odio se construye una narrativa, sino que la narrativa produce a su vez el odio de quienes odian. Esto permite que el odio opere de manera estructural, justificando y facilitando la aceptación de políticas de exclusión, de seguridad pública y de derechos humanos, mismas que, simultáneamente, producen a ese otro que no pertenece, a ese otro que es la amenaza y a ese otro que no es suficientemente humano.
Ahmed refiere que la circulación del odio puede interrumpirse con discursos alternativos que desafíen su legitimidad. Si esto es cierto, estamos frente a un escenario en el que los discursos que legitiman al odio llevan la ventaja. El odio y sus emociones asociadas, como el asco y el rencor, habitan más allá de los límites de nuestra experiencia individual: son herramientas políticas que estructuran relaciones de poder y definen quién es aceptado y quién es rechazado. Desde el odio se puede construir, avalar e incorporar una idea de quién es más humano y quien no lo es tanto.
Fuente:
Ahmed, S. (2015). La política cultural de las emociones. México: Programa Universitario de Estudios.
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