

Una Extraña Enemiga: Falsa distancia
La normalización de la violencia la valida, pero al mismo tiempo nos permite sobrevivir psicológicamente
Por: Adriana Figueroa Muñoz Ledo, Visitas: 10101
Sabemos que la normalización de la violencia es el resultado de su presencia cotidiana tanto en los espacios y relaciones que habitamos, como en la información e imágenes que consumimos diariamente en medios de comunicación. No obstante, el acto de normalizar algo, particularmente la violencia, también es una forma de sobrevivir psicológicamente a ella. Y es que, permanecer consciente de que la violencia está ahí, reconocer sus causas y estar al tanto de sus consecuencias, es muy, pero muy agotador.
Normalizar la violencia sirve para “poner distancia” frente a sus graves consecuencias y con ello reducir la percepción de amenaza. Aunque resulte paradójico, normalizar la violencia la torna tan familiar a nuestros ojos que pensamos que la comprendemos y controlamos. Normalizar la violencia permite sentirnos a salvo pues, aunque sabemos que está ahí, la sabemos como parte natural del mundo.
Por supuesto que el costo que pagamos por esta normalización es muy alto, sobretodo en estos tiempos en que asistimos a expresiones cada vez más cruentas de la violencia. Creer que la desaparición forzada, la tortura, el tráfico de órganos, el feminicidio o la trata de personas son asuntos que “nos quedan lejos” es no solo falto de empatía, sino hasta califica como un desacierto estadístico, especialmente cuando sabemos que las cifras sobre estos delitos no han dejado de crecer.
Al convencernos de que la violencia no es protagonista de la obra, sino que solo es escenario, un trasfondo más de la realidad, vemos a las víctimas de estos y otros delitos violentos como una estadística más que no nos toca; nos convencemos de que pertenecen a una realidad ajena, algo que ocurre en otros lugares, a otras personas y, si el clasismo nos alcanza, como algo que les ocurre solo a personas “que andan en malos pasos”. Así, mediante la construcción de "zonas de violencia" y "zonas seguras", creamos una barrera imaginaria que nos permite seguir con nuestras vidas sin tener que enfrentarnos al miedo o a la constante sensación de vulnerabilidad.
La apatía derivada de estas falsas percepciones contribuye a que la violencia se perpetúe y sea vista como un problema de otras personas, personas cuyo nombre y rostro no conocemos ni nos esforzamos por conocer. Esta normalización cobra la forma de parálisis, de resignada indefensión y de indiferencia. Y aun así, en nuestra burbuja imaginaria, la violencia está aquí, está adentro.
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