Masiosare agencia de noticias

Familiares despiden a Carlos Gurrola - Foto: El Siglo de Torreón

Una extraña enemiga: El bullying no se queda en la escuela

El bullying no desaparece necesariamente en la vida adulta; puede simplemente cambiar de escenarios y de códigos

Por: Adriana Figueroa Muñoz Ledo, Visitas: 8981

Compartir la nota por:

El pasado 18 de septiembre, Carlos Gurrola, un hombre de 47 años que formaba parte del personal de limpieza de un centro comercial en Torreón, Coahuila, falleció víctima de acoso laboral. De acuerdo con información que circula en medios, el 30 de agosto, Carlos regresó de su hora de comida y tomó de su botella de electrolitos que estaba tomando previamente, al beberla notó un sabor extraño, la desechó, pero luego comenzó a sentirse muy mal. Todo apunta a que Carlos fue víctima de una “broma” por parte de sus compañeros de trabajo, quienes pusieron una sustancia tóxica en su bebida, misma que le provocó quemaduras internas en garganta, tráquea, pulmones y riñones, entre otros. Pese a haber recibido atención médica (misma que al parecer no fue inmediata) los daños severos a diversos órganos fueron irreversibles. De acuerdo con testimonios de su familia, Carlos solía ser víctima de burlas y agresiones por parte de sus compañeros, tales como robarle su comida, esconderle su celular, poncharle las llantas de su bicicleta, amenazas, entre otras. Si bien, la investigación está en curso, las causas de la muerte son claras.

 

Cuando hablamos de bullying, casi siempre lo asociamos con la escuela, a la infancia, a la adolescencia. Sin embargo, casos como el de Carlos, nos recuerda que el bullying no desaparece necesariamente con la adultez; más bien, cambia de escenario y de códigos. El acoso laboral es, en esencia, la misma violencia del acoso escolar: burlas sistemáticas, humillaciones y hostigamiento que lastima y aniquila poco a poco la dignidad y la salud mental de la persona que lo padece. No obstante, en la vida adulta se vuelve más difícil de reconocer. Las campañas preventivas, de por sí escasas, se han centrado en el acoso sexual, mismo que, si bien es otra problemática urgente que atender, ha invisibilizado la gravedad de otras formas de acoso en el trabajo.

 

Esta invisibilización se agrava cuando la víctima es un hombre dado que vivimos en una cultura que asocia la masculinidad con la capacidad de “aguantarse” y no mostrar fragilidad. Si un hombre denuncia hostigamiento, corre el riesgo de ser catalogado como débil, afeminado o de “no saber defenderse”.  Y es que, recordemos que la violencia, como elemento constitutivo de la masculinidad, no se dirige solo a las mujeres, sino también hacia otros hombres que, por alguna característica, son leídos como inferiores. 

 

Como con otras violencias, el acoso laboral da cuenta de un problema estructural: ¿cuántas personas sufren en silencio acoso laboral porque no encuentran un lenguaje, un canal o un reconocimiento institucional que valide lo que están viviendo? ¿Cuántas empresas normalizan la violencia con el disfraz del “ambiente pesado”, de las bromas internas o de la “cultura corporativa”? ¿Cómo construimos y legitimamos la idea de que la violencia puede ser una broma y que, particularmente, los hombres se tienen que “aguantar”? ¿Cómo normalizamos hacer daño a otros? 

 

Ojalá haya justicia, aunque, no hay justicia que devuelva la vida.

Lo último

También podría interesarte