

Tiempos Modernos: Jacinto Pino
Profesor, jurista, rebelde, comprometido, chileno, mexicano, maestro, amigo, ayer partió y su partida duele por los recuerdos y por los pendientes que dejamos
Por: Jaime Luis Brito, Visitas: 1402
Conocí a Jacinto Pino en 2010. Estudiaba la maestría en Ciencias Políticas y Administración Pública en el entonces Centro de Investigación en Docencia y Humanidades del Estado de Morelos, lo que hoy es el Colegio de Morelos. Tenía ese tonito dulzón que tiene la gente de Chile al hablar. De inmediato trabamos amistad más allá del seminario Instituciones Políticas y Administrativas. Conocí a Maruja, su compañera de vida y luego formamos un círculo de amigos con la idea de intercambiar ideas, de criticar instituciones, de apoyar la transformación que se gestaba entonces. En ese grupo estaba el doctor Francisco Javier Bermúdez y Elías Gómez Azcárate, así como sus compañeras Chuy y Elia, respectivamente.
Jacinto había contribuido en los años 70 a llevar a cabo la reforma agraria en el gobierno socialista de Salvador Allende. Un día, en su casa de Jiutepec, con esa humildad que lo rodeaba, como si cualquier cosa, se animó a mostrarme una fotografía de la visita de Fidel Castro a Chile en 1971. El cubano y Allende están en primer plano entre un mundo de gente. El comandante saluda con la mano derecha y el doctor chileno observa algo con su rostro incólume, el de siempre. En medio de ambos, en un segundo plano, un poco desenfocado, aparece Jacinto con un traje sobrio. Pino habría formado parte del cuerpo de seguridad que se hizo cargo de aquella histórica visita.
En ese sentido, Jacinto era historia viva. Cuando vino el golpe en 1973, como pudo escapó de Chile, primero a algún país que no recuerdo y luego llegó a México. Maruja y sus hijas lo alcanzaron más tarde. Exiliado, tuvo que renunciar a su nacionalidad chilena para naturalizarse mexicano. Maruja lo haría más tarde. Hace unos meses me presumía que ella pudo lograr las dos nacionalidades, con nostalgia recordaba su patria. Jacinto continuó sus estudios hasta lograr el doctorado en estudios jurídicos. Su tesis fue acerca de la idea de una nueva constitución para México.
Era una idea novedosa que ha sido presumida por la UNAM. Básicamente era crear una nueva Constitución en México que se apruebe por referéndum, lo que nunca ha ocurrido, y que se acompañe de una ley constitucional complementaria, misma que sea la que se reforme sistemáticamente para actualizarla, dejando de lado así el constante manoseo que sufre la Carta Magna en la actualidad. (Si le interesa profundizar en la idea, consulte este artículo publicado por Jacinto cuando estudiaba en el Instituto de Ciencias Jurídicas de la UNAM: Las razones a favor y en contra de una Nueva Constitución).
Luego dejamos de vernos por varios años. Se rompió un poco el círculo que habíamos formado. Pero no la amistad. Jacinto se mantuvo como profesor del Colegio de Morelos, donde era investigador del área de Ciencias Políticas. El 10 de febrero pasado lo visité, con las extremas precauciones que nos ha impuesto el maldito bicho, en su casa de Jiutepec. El encuentro tenía como objetivo ponernos al día, pero también proponerle que me dirigiera la investigación de doctorado en Ciencias Políticas y Sociales. Aceptó con gusto. La había pasado muy mal, había estado enfermo, estaba muy delgado, pero con el ánimo de siempre.
Hablamos de López Obrador, a quien Jacinto y Maruja le tenían enorme esperanza y admiración. De lo ocurrido en el gobierno de Graco Ramírez y el desastre en que convirtió a Morelos. De Chile. De la tesis sobre la construcción social y política del municipio indígena de Hueyapan (más allá del fraude de 2017-2018 del gobierno y el Congreso). Pero dejamos pendientes muchas más charlas. Después de esa visita, hablamos varias veces por teléfono, intercambiamos algunos textos para ir armando el proyecto. Fui aceptado en el doctorado hace unas semanas, con la idea de que Jacinto dirigiera mi proceso.
Ayer se fue Jacinto. Francisco Javier Bermúdez me avisó de su partida. “Oiga doctor, quiero pedirle que me dirija la tesis”, le dije en febrero. “¡Jacinto! ¡Dime Jacinto!, Jaime, por favor, somos amigos, nos conocemos hace tiempo”, me reclamó. Pero no podía, a lo largo de aquel encuentro en la noche del 10 de febrero pasado, todo el tiempo le estuve hablando de usted. No por lejanía, sino porque me imponía el personaje que tenía como interlocutor. Muchas cosas quedaron pendientes, maestro. Duele tu partida, pero quedan las enseñanzas, los recuerdos y los planes que tenemos. Abrazo a Maruja y a su familia. ¡Salud maestro, hasta donde te encuentres!
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