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Escena de la ópera Lucía de Lammermoor - Foto: Especial

El Camino de la Vida: ¿Locura de amor?

En esta ocasión el autor aborda lo que se conoce como “locura de amor”, sirviéndose de la ópera Lucía de Lammermoor

Por: J. Enrique Álvarez Alcántara, Visitas: 564

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A: Jesús Ramírez-Bermúdez

Ismael Alvarez León

Gerardo Kleinburg

 

Me has pedido, Dios te honre, que componga para ti una risãla en la que pinte el amor, sus causas y accidentes y cuanto en él y por él acaece.

Ibn Hazm de Córdoba

 

¿Qué es amor (Ishqj)? Dijo él: Locura y sumisión, y es una enfermedad que padece la gente refinada.

Al-Marrubani

 

Preludio. Estimados lectores que siguen El Camino de la Vida en masiosare.org; esta ocasión tomaré como objeto de análisis el asunto de la “Locura de amor”; para ello me serviré de la ópera Lucía de Lammermoor (primera ejecución pública el 26 de septiembre de 1835, en Nápoles, Italia) del compositor italiano, Domenico Gaetano María Donizetti —ampliamente conocido como Gaetano Donizetti— (1797-1848).

No es mi propósito realizar un análisis sobre la obra de Donizetti ni, mucho menos, presentar a ustedes una valoración en torno a la ópera, musical o estéticamente considerada, o las cualidades de las diversas representaciones de la misma; sin embargo, espero que esto sea logrado, me propongo, con base en el libreto que da pie a la recreación operística, escrito por Salvatore Cammarano (1835) —basamentado en la obra The Bride de Lammermoor, de Walter Scott (1819)– y con base en la representación operística que Joan Sutherland y Alfred Kraus realizan en Barcelona (1971) compartir algunas reflexiones sobre la denominada “locura” y, más específicamente, sobre la “locura de amor”.

Presento una breve síntesis de la obra para que tengamos una somera idea de la trama y los personajes, sustentada en el documento recuperado de http://iOpera.es, el día 10 de junio del 2022, así como en el propio libreto de Cammarano.

Escocia a finales del siglo XVI. Enrico Ashton, asediado por la desgracia en que ha caído la familia de los Ashton ante la Corona, idea y concerta un matrimonio de su hermana Lucía con Lord Arturo Bucklaw, a fin de recuperar prestigio y poder.

Enrico, en una conversación con Normano, jefe de su guardia, manifiesta su preocupación porque su hermana se rehúsa a contraer matrimonio con Arturo.

Enrico se entera de que Lucía mantiene encuentros secretos con su gran enemigo, Edgardo di Ravenswood, a quien ella ama en verdad. Edgardo y Lucía, en tales encuentros, se juran amor eterno y se intercambian anillos como sello de su compromiso y de su amor imperecedero.

En el último de tales encuentros Edgardo informa a Lucía que debe partir con urgencia a Francia, pero antes quiere pedir su mano a Enrico. Ella, conociendo las intenciones de su hermano, pide a Edgardo que no lo haga y allí se despiden.

Normano, quien como ya se dijo es el jefe de la guardia de Enrico y quien ayuda con sus planes a su jefe, ha interceptado todas y cada una de las cartas que Edgardo escribe para Lucía y falsifica una de las mismas con el propósito de hacerle creer que se casará en Francia con otra mujer.

Enrico entrega esta falsa carta a su hermana y, a su vez, le anuncia que llegará Arturo Bucklaw, con quien quiere que se case. Lucía, nuevamente se niega pero Raimondo, el capellán de la familia, le dice que debe resignarse y le pide que, pese a su rechazo, acepte ese matrimonio. Entonces, bajo el engaño y la presión, Lucía acepta casarse con Arturo.

Se realizan los preparativos para la boda y hasta el mismo lugar llega Edgardo, que es seguido por Enrico quien viene buscándolo para cobrar cuentas por la ofensa que aquél ha proferido a su casa y familia, en un día tan especial.

Al enterarse que Lucía se ha casado con Arturo, Edgardo sumamente indignado reta a un duelo a Enrico, que se realizará al amanecer en el cementerio de Ravenswood.

Mientras están celebrando el matrimonio de Lucía con Arturo, en el salón de la casa de los Ashton, el festejo es interrumpido por el capellán Raimondo, quien anuncia que Lucía ha enloquecido y ha matado a Arturo. Entonces entra Lucía con sus ropas manchada profusamente de sangre y, en completo “estado de delirio”, cree estar ante el altar junto a Edgardo, y se comporta como si se estuviera casando con él. finalmente, Lucía pide al ausente Edgardo que derrame sus lágrimas sobre su tumba y cae sin sentido al suelo (es este el momento de la famosa escena de “Locura de Lucía”).

Edgardo se encuentra ya en el lugar de la cita para el duelo, dispuesto a morir, creyendo que Lucía se ha casado voluntariamente con Arturo y que es plenamente feliz. Unos lugareños le alcanzan y le cuentan de la “locura” de Lucía, que le llama en todo momento.

Edgardo decide entonces a encontrarse con Lucía, pero las campanas de la casa de los Ashton tañen de duelo y llega Raimondo anunciando la muerte de Lucía.

Edgardo, vencido por la congoja se suicida, diciendo sus últimas palabras dedicadas a Lucía.

Bástenos esta síntesis para enmarcar nuestra reflexión.

Debo admitir que ya antes, el Dr. Francisco González-Crussí publicó un libro que lleva por título La enfermedad del amor. La obsesión erótica en la historia de la medicina (Penguin Random House, Debate, México, 2016) y que tiene un excelente prólogo escrito por el Dr. Jesús Ramírez-Bermúdez, texto en el cual se trata el asunto que ahora ocupa espacio en esta colaboración.

Asimismo, Ibn Hazm de Córdoba muchos años antes escribió un hermoso y poético libro intitulado El collar de la paloma (Hiperión, Madrid, 2009), trabajo en el cual, el autor (hacia el 1026 dne) presenta el tema del amor y los amantes, así como los males de amor. El apartado de Las señales del amor, encierra, además de poesía y filosofía, una psicología que, sin duda, antecede a Freud, con su interpretación del Enamoramiento en sueños.

No omito a nuestro Premio Nóbel de Literatura, Octavio Paz, y su ensayo La llama doble. Amor y erotismo (Seix Barral, México, 1993).

Ahora bien, como tampoco tengo la intención de presentar, aunque breve, un ensayo sobre el amor y sus vicisitudes, dejo hasta aquí la primera parte de esta colaboración y entro en el objeto de análisis.

A lo que te truje, Chencha. Pues bien, como puede apreciarse, una vez habiendo leído el breve esbozo de la trama expuesta en el libreto de la ópera, así como reconociendo el contexto en el cual se manifiestan los personajes, no parece excesivo expresar que sí considero excesivo sustentar la idea de que Lucía de Lammermoor es quien enloquece y muere de amor, mientras los otros personajes gozan de cabal salud, mental, en este caso.

Mucho más excesivo considero suponer que, por excelencia, es la ópera donde la “locura de amor” es clara y nítida; recordemos tan sólo Tristan und Isolde, de Richard Wagner —que, por lo demás, Isolde muere, en la parte final de la obra y, esta trama se conoce como “muerte de amor”; u Otello, de Giuseppe Verdi, donde, sin duda, aparece un Otello “loco de celos” y luego de “un sentimiento de culpa” o un Yago, “loco de envidia”, envidia que no consiste en desear lo que tiene el otro, sino en desear que el otro no lo tenga y destruirlo por todos los medios a su alcance. Mientras que Otello —habiendo transformado su “amor” en “locura de celos” y, finalmente, agregada a ésta, un sentimiento de culpa—, opta por el suicidio.

La apreciación que tenemos sobre los estados psicológicos o mentales de los otros responde, sin duda, a valores y creencias que sociohistórica y culturalmente asumimos como referentes indiscutibles; ergo, con base en ellos emitimos juicios de valor sobre el comportamiento observable de los otros sin considerar el conjunto de condiciones que hicieron posible la emergencia del comportamiento considerado dentro de los baremos de la “locura”.

Ello se muestra muy nítidamente cuando “el capellán Raimondo, anuncia que Lucía ha enloquecido y ha matado a Arturo. Entonces entra Lucía con sus ropas manchada profusamente de sangre y, en completo “estado de delirio”, cree estar ante el altar junto a Edgardo, y se comporta como si se estuviera casando con él. finalmente, Lucía pide al ausente Edgardo que derrame sus lágrimas sobre su tumba y cae sin sentido al suelo”.

¿Qué más se necesita para juzgar y sentenciar a Lucía?

Nada es necesario para juzgar certeramente y sentenciar a Lucía de “pérdida de la razón” o de “locura”; basta la afirmación de Raimondo para concluir que la locura es dueña de Lucía quien, además de homicida, delira con Edgardo, el amor de su vida —mostrando una pérdida de principio de realidad que le impide diferenciar la “impresencia de lo deseado”, la “ausencia de la presencia”— presente hasta que finalmente muere, desde luego, de “locura de amor”.

Ni Enrico, ni Normano, dan muestra alguna de que su estabilidad emocional se quiebre. Salvo hacia el final, Edgardo, abatido, apesadumbrado, con un sentimiento de abandono e indefensión emocional, bajo el yugo de una sensación de sinsentido, se suicida.

Al parecer, quienes trágicamente perecen, Lucía y Edgardo, son presos de la “locura de amor”, como lo fueron también, Isolde y Otelo, entre otros.

Un apretón de tuercas al asunto. Pese a que la trama de la obra implícitamente lo muestra, no aparece en los comentarios a la ópera que conozco —y subrayo que conozco—, una reflexión sobre el peso específico que las relaciones de dominio/ssubordinación entre los varones y las mujeres adquieren como fuente de presión psicológica y física en el caso particular de Lucía, a pesar de que la relación entre Enrico y Lucía lo evidencian; es más, aún y cuando el peso de la religión y el poder fáctico del clero —representado por el capellán Raimondo— para imponer y asegurar, hasta donde ello sea posible, normas de comportamiento y control moral es inocultable, tampoco se dice algo al respecto; si acaso se escribe un poco al respecto, las estrategias de “engaño táctico” diseñadas e instrumentadas por Enrico y Normano con el fin de crear las condiciones favorables para su proyecto, suelen mostrarse como los puntos circunstanciales de la tragedia y su desenlace.

El punto nodal de los comentarios y análisis quedan atrapados en las fórmulas que se conocen y administran, hasta ahora; a saber: “Lucía ha enloquecido”. “Lucía ha entrado en completo ‘estado de delirio’. “Lucía da muestra de una pérdida de ‘principio de realidad’ que le impide diferenciar la ‘impresencia de lo deseado’, o la ‘ausencia de la presencia’”.

O, sería lo mismo, “Otello ha enloquecido”, “Isolde enloqueció”.

Ellos, los que se hayan en el patíbulo de los juicios, enloquecieron; las relaciones de poder, las relaciones de dominio/subordinación, los contextos históricos y culturales para nada cuentan; quienes juzgan y sentencia, los otros, quienes ejerce el poder y arman las tramas de las historias contadas no están locos.

 

Finale. Por lo demás, y tampoco tengo duda de ello, recomiendo ampliamente que se vea la ópera de Gaetano Donizetti, Lucía de Lammermoor. Valdrá la pena.

 

 

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