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El Camino de la Vida: Interludio

Comentarios a una trilogía escrita por Rafael Pérez Gay y publicada en 2019

Por: J. Enrique Álvarez Alcántara, Visitas: 1178

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Hace tiempo publiqué un pequeño libro de ensayos cuyo título es Historias de vida y algo más (Fondo Editorial Latinoamericano BookYachay, Huancayo, Perú, 2019); dentro del capitulado de mismo texto se incluyó un capítulo cuyo encabezado es Leer, y el primer ensayo de este apartado se intitula Leer a Rafael Pérez Gay (Pp. 179-185).

Para iniciar expresaba que, con motivo de mi cumpleaños número 33, el profesor Manuel Francisco Aguilar García me regaló el libro Me perderé contigo (Cal y Arena, 1990, México) precisamente de Rafael Pérez Gay, esto sucedió también por el año de 1990; fue así como comencé a leer la narrativa de este autor a quien no conocía literariamente aún.

Ya expresaba, asimismo, que a través de la lectura de dicho texto y de las sabrosas y exquisitas narraciones pude acercarme a personajes tales como Yira Valenzuela o Armijo; de igual modo al haber leído Nos han dado Cadereyta y su insistencia en describir una época, en un lugar, la Ciudad de México y, particularmente, algunas de las colonias emblemáticas suyas, como la Condesa o la Roma, me topé con un estilo literario que bordeaba fronterizamente los linderos de una memoria autobiográfica, una crónica urbana de una ciudad y época, y las vicisitudes de una serie de personajes —quizás algunos ficticios y otros cercanos a la biografía del mismo autor— durante ese período de tiempo histórico.

Algunos años más tarde (2013), visitando la Librería Gandhi —una de las librerías representativas de la Ciudad de México, en el sur de ésta, lugar que desde hace más de cuarenta años, es decir desde sus orígenes, he visitado con regularidad— miré por las novedades para tratar de encontrar algo interesante y sin mucho esfuerzo pude leer en la portada de un libro: El cerebro de mi hermano (Seix Barral, México, 2013), también de Rafael Pérez Gay.

Sin dudarlo un instante tomé el libro y lo pagué para leerlo con calma otro día.

Como muchos de quienes me leen sabrán, soy psicólogo de formación y con intereses claramente decantados hacia la neuropsicología y tan sólo la lectura del título me incitó a leerlo y, posteriormente, pedir a mis alumnos de la Facultad de Psicología que hicieran lo mismo y lo discutiéramos en clase, además de que debieran escribir un comentario sobre su opinión del libro en cuestión.

Dentro de su contenido, además de la narrativa que, insisto, es atractiva y amena, y después de poder conocer la dinámica y vivencias, reflexiones y devaneos de los personajes en torno al proceso del envejecimiento y el deterioro cognitivo mayor de uno de ellos, dentro de una entorno, dinámica y conflictiva familiar y personal, pude acercarme, mediante la escritura personalísima y fenomenológica de Rafael Pérez Gay, a un fenómeno que trasciende la descripción de un proceso de deterioro, disolución, desorganización, desintegración, desvanecimiento, desletreo, desdibujamiento, qué sé yo, de un ser humano y una personalidad. Ir más allá de ello me condujo hacia otras sendas que algunas prácticas clínicas suelen omitir debido a una ceguera ideológica o epistemológica y que al introducirse por tales veredas insospechadas llega uno a encontrarse, cara a cara, con sistemas familiares y comunitarios complejos que parecen trastocarse al confrontarse con estos fenómenos inesperados, impensados, indeseados y que suelen impulsar hacia las reflexiones filosóficas sobre el ser y la nada, sobre la vida y la muerte, el ser y dejar de ser, existir pero no existir, llega uno a la dinámica existencial y fenomenológica.

¿Narrativa? sí; ¿Crónica? también; ¿Psicología? desde luego; ¿Filosofía? ¡Claro! y, ¡faltaba más! La trama de la vida cotidiana que también se desvanece o deshace y tan sólo aparece bajo la sombra de una memoria cargada de retazos y fragmentos que parecen analgésicos o calmantes y que dan vida a estas narraciones.

Otros años más y ya nos encontramos en 2018; era el mes de octubre y, nuevamente en la Librería Gandhi, estoy frente a otro libro de Rafael Pérez Gay, Perseguir la noche (Seix Barral, México, 2018).

Si bien es cierto que haber leído El cerebro de mi hermano me permitió conocer la tríada de eventos de naturaleza psicológica que afectan la organización y dinámica del sistema familiar así como la de los cuidadores primarios de una persona con deterioro cognitivo mayor, englobados en un nuevo concepto clínico sugerido por la genialidad de nuestro autor, a saber: el “Síndrome de los Tecolines”, es decir, la presencia inapelable de las trillizas ansiedad, angustia y desesperación que, aunadas a la insalvable ausencia de un duelo salvífico, pues el “duelo ambiguo” parece un aura que acompaña a todos los miembros de ese sistema, condenan a otro deterioro del grupo familiar, a un “Síndrome de Burnout”.

La lectura de Perseguir la noche, introduce al lector a otro triángulo que psicológicamente es relevante, refiero aquí las realidades de la enfermedad, el dolor y el miedo.

Y una vez que este fue el tercer libro que hube leído de Rafael Pérez Gay, llego a pensar como psicólogo que las crónicas no son únicamente eso, sino que además éstas cumplen un efecto de “mecanismo de defensa” de ese “Yo” que constituye al autor para protegerse de los triángulos o “Síndromes” que ponen en riesgo la estabilidad psicológica que nos permite pensar en una salud mental.

Cual funámbulo, caminando con el propósito de no caer hacia uno de los lados que se aprecian desde el hilo de la trama, mantiene un equilibrio entre la crónica de una ciudad que fue, pero ya no lo es, una vida cotidiana autobiográfica y, desde luego, una serie de reflexiones fenomenológicas, existenciales y psicológicas. Entre crónicas urbanas y citadinas de épocas idas ya, y a ratos colocado al pie del patíbulo que lo amenazan de perder la vida pendiendo de algunos hilos que le hieren (el de una enfermedad que se dice es mortal o deletérea, otro que se expresa como un dolor bífido —físico y psicológico—, el tercero que es el del miedo insalvable y, acompañados estos de unos nudos que parecen péndulos de un reloj que marca inexorable el paso de las horas.

Tan sólo estos tres libros me permitieron acercarme a la psicología de la vida cotidiana o, mejor dicho, a fragmentos de la misma transformados, gracias al oficio del escritor, en una narrativa que como canto de sirenas atrae inevitablemente hacia la literatura, la crónica y la memoria autobiográfica.

Eso creí, cuando entramos en la vorágine de una epidemia que muy pronto se tornó pandemia y, sin haber salido de la otra tragedia, la de la violencia estructural, pude leer, por fin, nuevamente de Rafael Pérez Gay, en el libro Nos acompañan los muertos (Seix Barral, México, 2009).

Insistiré, y no me cansaré de hacerlo, una narrativa impecable, una crónica de una ciudad ¿muerta? o, mejor dicho, de una ciudad sepultada por otra ciudad, tramas y personajes de la vida cotidiana y rescatados a través de la memoria autobiográfica, sí, esa que nos permite anclarnos en los fantasmas de un tiempo que no queremos dejar ir, psicología de la vida cotidiana, filosofía y fenomenología, catarsis, y una generosidad que comparte con nosotros, los lectores, fragmentos de una vida e historia.

Pero no nos engañemos, lo que he contado aquí no es lo que nos obsequia Rafael Pérez Gay, aún faltaría comentar Llamadas nocturnas (Cal y Arena, México, 2008) y Arde memoria (Tusquets, México, 2017), además de una serie de artículos periodísticos de su cosecha, cosa que no haré hoy, pues mi propósito era invitar a leer a Rafael a través de la trilogía que he presentado aquí.

 

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