David Graeber, el último antropólogo anarquista
Hace dos semanas murió el autor de una investigación sobre el crédito, además entre sus obras se encuentra La utopía de las normas; fue además activista político en el movimiento Occupy Wall Street
Por: César Morales Oyarvide, Visitas: 1725
Hace dos semanas murió en Venecia el antropólogo estadounidense David Graeber. Profesor en Londres, activista y autor de varias obras de referencia para la izquierda, fue de los referentes del pensamiento anarquista del siglo XXI. Su fallecimiento a los 59 años nos deja en un momento en que su voz, a la vez creativa, furiosa y optimista, resulta más necesaria que nunca.
El mensaje de la muerte de Graeber —ocurrida el 2 de septiembre mientras se encontraba de vacaciones en Italia con su esposa, la artista Nika Dubrovsky— fue una triste sorpresa. Usuario activo de Twitter, el antropólogo había anunciado recientemente a través de un video que se encontraba recuperándose de una enfermedad y de vuelta al trabajo, enfocado en los últimos tiempos en echar a andar un proyecto creado junto a Dubrovsky: “Antropología para todos”, mediante el que buscaban crear “libros infantiles para adultos” que fueran “políticamente desafiantes”.
David Graeber nació en Nueva York pero se formó en la Universidad de Chicago, donde fue discípulo de Marshall Sahlins, otra importante figura de la academia anglosajona que ha mostrado que el compromiso político no está peleado con la producción intelectual más original y rigurosa.
Como su mentor —autor de una pequeña obra maestra en la que desmonta el mito occidental del homo economicus que fue publicada hace unos años por el FCE—, Graeber fue un antropólogo muy interesado en temas vinculados con la economía: “En deuda: una historia alternativa de la economía” es quizá su libro más famoso. En él hace un recuento de los primeros 5,000 años de uno de los inventos humanos que más han influido nuestra forma de estar en el mundo: el crédito. Interesado también por las relaciones de poder, otra de sus obras fundamentales es “La utopía de las normas”, un tratado de teoría social en el que salta de la influencia de las doctrinas económicas de derecha al papel de la tecnología y personajes como Batman para explicarnos cómo la burocracia —y esa pulsión por regularlo todo— moldea nuestras vidas.
El texto en el que trabajaba al momento de su muerte era un libro sobre la época dorada de la piratería. En él intentaría explicar el éxito de las historias de esos forajidos que estaban en guerra con todo el mundo. Curiosamente, una de esas historias fue la de la existencia de un supuesto “reino pirata” en Madagascar, una isla cuya cultura fue objeto de la tesis doctoral de Graeber.
Además de sus obras como antropólogo y su trabajo como profesor universitario, Graeber fue conocido por su faceta como activista en el movimiento de Occupy Wall Street, del que fue uno de los líderes intelectuales. La leyenda dice que él fue quien acuñó aquel slogan que dice “Somos el 99%”.
Durante la última etapa de su vida, se ocupó en la tarea de construir una teoría sobre un fenómeno al que llamó “bullshit jobs” —término traducido erróneamente como “trabajos de mierda”, cuando en realidad significaría algo más cercano a “trabajos de mentira”. A manera de obituario y como invitación a su lectura, planteo alguna de las tesis del libro homónimo, recientemente publicado en México por Ariel.
Para Graeber, un “bullshit job” no es un trabajo precario (un “shit job”) sino uno de los millones de empleos sin sentido (especialmente presentes, aunque no de forma exclusiva, en el sector administrativo) que hoy constituyen el grueso de la economía mundial, por encima de la industria y los servicios. Este tipo de empleos inútiles, a veces absurdos, cuya existencia es difícil de justificar en términos de valor social incluso para quienes los desempeñan —aunque a menudo no son nada mal pagados— son, para Graeber, el espíritu de nuestro tiempo. Entre ellos están lo mismo los gerentes de marketing, los asistentes ejecutivos o los consultores de comunicación estratégica.
La idea, en palabras del propio autor, surgió de una corazonada plasmada en un artículo para una pequeña revista radical (Strike!) en 2013. El texto generó un revuelo mundial y en poco tiempo fue traducido al ruso, al catalán, al coreano. Resultaba claro que el ensayo de Graeber había tocado una fibra sensible: la reflexión actuó como el catalizador de un fenómeno latente, tan extendido como poco estudiado.
En los meses siguientes, el tema de los “bullshit jobs” fue objeto de varias encuestas en Europa, donde resultó que prácticamente la mitad de los participantes consideraban que el suyo era un empleo sin sentido y cientos de personas comenzaron a compartir sus experiencias al respecto en foros, en las redes sociales o directamente con el autor. Con base en estos cientos de testimonios, Graeber escribió un libro en el que sistematizó sus ideas y profundizó en la genealogía y las consecuencias de esta pandemia laboral.
Para Graeber, un elemento clave en el fenómeno de la expansión de los trabajos de mentira es el daño que causan en quienes los realizan. Hay un costo moral y psicológico, explica, para la persona que participa en este engaño, que sabe secretamente que su trabajo es prescindible, pero que vive en una sociedad que ancla el valor de una persona a su empleo y en la que el trabajo es más una forma de disciplina y sacrificio que de realización. Una sensación que seguramente muchos de quienes hemos trabajado en una oficina hemos tenido alguna vez.
Al reflexionar sobre las causas de esta epidemia, Graeber no tiene duda: sus razones son políticas, no económicas. Para el statu quo, nos dice, es benéfico que las personas se sometan a esta disciplina laboral en lugar de tener tiempo libre para organizarse políticamente, escribir poesía o simplemente ser felices.
Sin embargo, la nota más trágica es que este estado de cosas ha roto la solidaridad entre los trabajadores. De acuerdo con Graeber, para la mayoría de las personas hoy parece haber sólo dos opciones: obtener un “bullshit job”, que pagará las cuentas pero te destruirá por dentro al obligarte a verte como un fraude o un parásito, o bien dedicarte a algo socialmente útil —cuidando a los demás, creando, moviendo o manteniendo cosas que las personas realmente necesitan— pero probablemente cobrando tan poco que no permita mantener a una familia. El resultado es que la manera en que funciona el capitalismo actual es una especie de “neofeudalismo gerencial” unido por una cultura basada en la envidia y el resentimiento.
Leída en clave de coyuntura, la reflexión de Graeber no podría ser más pertinente, pues va al centro del debate sobre los “trabajos esenciales” en medio de la contingencia que atravesamos. El confinamiento producto de la COVID-19 ha mostrado con toda la violencia de la crisis hasta qué punto la mayoría de estos empleos (limpieza, cuidados, reparto, vigilancia) son más necesarios que el ejército de “lacayos”, “secuaces”, “parcheadores”, “marcacasillas” y “supervisores” (tal es la clasificación de Graeber) que conforman el grueso de nuestra economía. Y, sin embargo, paradójicamente suelen ser mucho peor pagados y menos valorados socialmente.
Como la vida y obra de Graeber, “Bullshit jobs” es un alegato a favor de una libertad práctica y concreta, lejos de las declaraciones abstractas y grandilocuentes. Es por ello también una obra profundamente política, entendida, como lo hacía el antropólogo, como aquella dimensión de la vida en que las cosas realmente se convierten en realidad cuando suficiente gente las cree.
La labor de David Graeber fue siempre incitar a pensar cómo podría construirse una sociedad nueva y auténticamente libre, en donde la humanidad pudiera ser feliz. Era uno de los mejores. Nos va a hacer mucha falta.
* César Morales Oyarvide (Ciudad Valles, S.L.P.) es politólogo por la Universidad Complutense de Madrid y maestro en Estudios Latinoamericanos por la misma universidad. Ha sido investigador en la Cámara de Diputados y funcionario público en la Oficina de la Presidencia de la República y el Instituto para Devolver al Pueblo lo Robado. Escribe regularmente en la revista Este País.
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