

Reseña de libro “Las palabras que confiamos al viento” de Laura Imai Messina
Nunca estamos conformes con la muerte; ¿qué compromiso tiene la vida para darnos muerte a conformidad? Muchas preguntas se hace la autora al respecto
Por: Adriana Figueroa, Visitas: 934
Una vez alguien me dijo que nunca estamos conformes con la muerte: porque no pudimos despedirnos o porque tuvimos mucho tiempo para hacerlo; porque fue de improvisto o porque sufrimos durante largo tiempo a la expectativa; porque fue muerte natural o provocada; porque si era joven o era viejo… dependiendo del lado que nos toca vivir nos procuramos consuelo, pero ciertamente, es difícil –muchas veces imposible– estar conformes con la muerte.
Vale decir que la inconformidad a la que me refiero no es del tipo capricho. Porque claro, ¿por qué tendríamos que estar conformes? ¿Qué compromiso tiene la vida con los seres humanos para darnos muerte a conformidad? Me refiero a una inconformidad en el sentido de, no importa cómo o cuándo ocurra, el vacío que produce la pérdida tarde que temprano, llega… y es devastador.
Las palabras que confiamos al viento, novela escrita por Laura Imai Messina e inspirada en un lugar real ubicado en las laderas del monte Kujirayama en Japón, aborda diferentes temas alrededor de la pérdida y el duelo. ¿Qué de nuestro ser perdemos cuando alguien muere? No hay respuesta que logre captar la experiencia global, sin embargo, quizá un elemento transversal en muchas experiencias –y a la que me adscribí durante varios años– sea la pérdida de esperanza. Messina nos lleva a hacernos otras preguntas: ¿Qué hacemos con aquello que perdemos?, pero, sobretodo, ¿qué hacemos con nosotras/os mismas/os frente al abismo de la pérdida? ¿Cómo volvemos a conectarnos con la vida cuando la esperanza se ha ido?
A través de Yui, su protagonista, la autora nos transporta a las experiencias ficticias -pero bien conocidas para quienes hemos vivido la pérdida- de personajes que recurren a una cabina telefónica abandonada con el propósito de hablar con sus seres queridos que han muerto. Su relato sencillo e íntimo es, sin duda, una caricia para las almas que adolecen.
Cada quien tiene algo distinto que decir. Cada quien tiene su momento para hablar. Cada quien necesita decir más cosas. La autora nos coloca en un escenario realmente humano, donde el duelo no es un proceso prescriptivo. Las metáforas planteadas sobre el vacío, el pesar y el duelo son del orden de lo cotidiano, pero sumamente potentes. El habla y la escucha, la compañía en el viaje, los gestos cotidianos, la presencia de alguien más, los roces de las manos, las miradas... En pocas palabras, incluso muy a nuestra contra, es la vida que sigue ahí.
Imai Messina nos muestra que nuestra conexión con la vida está con los y las otras que también son vida: en los vínculos afectivos con personas y otras especies, en el roce del viento, en el andar, en la risa, en las montañas, en el abrazo, en la compañía. Nunca, jamás, volvemos a ser las mismas personas una vez que hemos experimentado el vacío de una pérdida… aun así, por increíble que nos parezca cuando estamos en el fondo del dolor, seguimos vivas/os y podemos seguir amando.
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