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Molière, el genial dramaturgo francés, estrenó El médico a palos, una de sus grandes comedias, en 1666. En ella criticaba -aparentemente- a los médicos. Digo aparentemente porque Sganarelle no es un médico; es un impostor, que aparenta ser un profesional de la medicina.           

Dice este personaje: "Señor, es una importante y sutil cuestión, entre doctores, la de saber si las mujeres son más fáciles de curar que los hombres. Os ruego que escuchéis esto, si os place. Unos dicen que no y otros que sí; yo digo que sí y que no; tanto más cuanto que la incongruencia de los humores opacos, que se hallan en el temperamento natural de las mujeres, siendo causa de que la parte brutal quiera siempre dominar a la sensitiva, se ve que la desigualdad de sus opiniones depende del movimiento oblicuo del círculo lunar; y como el sol, que asesta sus rayos sobre la concavidad de la tierra, encuentra...".

Se burló todavía más en El enfermo imaginario, estrenada en 1673, donde el doctor Purgón afirma: "considerando que os habéis sustraído a la obediencia que debe uno a su médico... debo deciros que os abandono a vuestra mala constitución, a la defectuosidad de vuestras entrañas, a la corrupción de vuestra sangre, a la acidez de vuestra bilis, a la feculencia de vuestros humores...".

Como consecuencia de esta sátira, ningún médico quiso atenderlo cuando se sintió mal en el escenario y murió horas después de la última representación de El avaro, donde representaba el papel de Harpagon.

Todo lo anterior viene a cuento porque, como señaló Vilma Fuentes en La Jornada del pasado lunes, la pandemia ha traído consigo un empoderamiento de la palabra de los doctores. El problema, aquí y en el mundo entero, es que entre ellos hay distintas versiones que se contradicen entre sí.

En cuanto a la heroica labor de galenos, enfermeras y personal sanitario, en todo el mundo ha brotado espontáneamente un reconocimiento por estar luchando en la primera línea de batalla, exponiéndose y, en muchas ocasiones, siendo contagiados. Ese reconocimiento se les da sin concesiones en todas partes, menos en México, donde incluso a enfermeras o personal sanitario se les discrimina en el transporte público o en los edificios en los que viven. ¡Una vergüenza! Una honrosa excepción son los vecinos del multifamiliar que está enfrente del hospital 20 de noviembre.

El otro empoderamiento tiene que ver con los médicos que día a día intentan explicarnos la enfermedad y sus avances. En nuestro país, el Subsecretario de Salud se ha convertido en una figura mediática que, sin embargo, cada vez es más cuestionado por otros doctores, que descalifican su método y sus cifras.

En cualquier caso, sirva lo anterior para que el escribano de estas líneas, es decir, yo, otorgue el más amplio y cariñoso reconocimiento a todos los galenos. Recuerdo al Dr. House, al Dr. Mc Coy de Viaje a las estrellas, a la Dra. Quinn. Tengo muchos amigos doctores, empezando por Alejandro Espinosa Sosa y Guillermo Cruz, que me cuidan. Cuento también con muchos amigos de la prepa, doctores de excelencia a los que respeto y admiro. Puede que haya por allí algún Sganarelle o algún doctor Purgón, pero he tenido la suerte de no conocerlos y sí de tratar a grandes médicos y grandes mexicanos. ¡Sigámonos cuidando, pero no tener que darles lata!