

Para leer en sesentena: El siglo XVI en la literatura francesa
Durante setenta días compartiré con mis amigos textos y reflexiones, no solamente literarios. Lo haré con la convicción de que la literatura y el debate inteligente son antídotos contra el tedio, la ansiedad y el catastrofismo
Por: José Antonio Lugo, Visitas: 1153
Nos encontramos en la época de la aparición del humanismo, del nacimiento de la Reforma de Lutero y del descubrimiento del Nuevo Mundo -en el que por cierto no se interesó Francia- y del descubrimiento de que la Tierra gira alrededor del Sol. En 1453 se produjo la caída de Constantinopla, que se considera el fin de la Edad Media y trajo consigo el exilio de sabios griegos hacia toda Europa.
En 1470 se instaló la primera imprenta en La Sorbona. La influencia del Renacimiento italiano en Francia fue notoria. Notables ejemplos son la irradiación del neoplatonismo (doctrina filosófica de Plotino, quien la había creado en el siglo III) que había sido adoptada y difundida por la Academia florentina dirigida por Marsilio Ficino; de Petrarca y su Cancionero, de Maquiavelo y su obra El príncipe. Además, el rey francés Francisco I mandó traer a Francia a Leonardo da Vinci.
El guía moral de la primera mitad del siglo fue Erasmo de Rotterdam, quien denunció los abusos de sacerdotes y funcionarios eclesiásticos en el Elogio de la locura, alimentando las ideas de Martín Lutero (de quien luego se distanció).
Se instituyó el francés como la lengua administrativa y Joachim du Bellay escribió Defensa e ilustración de la lengua francesa, donde afirmaba que el francés sería la lengua destinada a sustituir al latín y a llevarla al mismo esplendor literario.
Fue un siglo de luchas religiosas que en Francia culminó con la matanza de San Bartolomé.
En ese contexto apareció François Rabelais, que en los libros sobre los gigantes Gargantúa y Pantagruel establece a la risa y a la alegría de vivir "la joie de vivre", como la mejor manera de afrontar la incertidumbre de la vida. La regla de la abadía de Thélème: "haz lo que quieras" era una afirmación de la vida.
En forma paralela a esta literatura popular y divertida, apareció el poeta Pierre Ronsard, quien junto con sus amigos poetas formaron el grupo de La Pléiade, poesía exquisita.
Y apareció Michel de Montaigne, el creador de un nuevo género literario: el ensayo. "Es a mi a quien pinto", afirmó. Y también: "Yo no pinto el ser, pinto el paisaje". Su lema era: "Que sais-je?" (¿qué es lo que sé? o en forma abreviada ¿qué sé?). En los tres tomos de sus Ensayos Montaigne, como él mismo señala, pinta el paisaje sobre muy diversos temas y da su opinión, desde una mirada que no pretende tener la verdad absoluta. Todo desde una visión melancólica, porque "filosofar es aprender a morir".
A mi juicio, la alegría de vivir de Rabelais y la lucidez semiamarga de Montaigne son los dos pilares del espíritu francés. En los franceses se conjuga la "joie de vivre" (nadie sabe como ellos disfrutar de la comida, el vino y el amor), pero también son inteligentes, lúcidos y con una pizca de melancolía. ¡Leamos o volvamos a leer a estos dos monstruos de la literatura universal mientras nos seguimos cuidando! (Ya llevamos LX ensayos de "Para leer en cuarentena, vamos por los LXX. Gracias por leerlos).
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