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Para leer en cuarentena: XXI de XL. El cuarteto de Alejandría, de Lawrence Durrell: Clea

Durante cuarenta días compartiré con mis amigos textos y reflexiones, no solamente literarios. Lo haré con la convicción de que la literatura y el debate inteligente son antídotos contra el tedio, la ansiedad y el catastrofismo

Por: José Antonio Lugo, Visitas: 919

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En el último tomo de El cuarteto de Alejandría, la obra avanza. Las tres primeras novelas no eran consecutivas, sino simultáneas, tres lados de un poliedro.

En Clea se está en guerra. Nessim ha perdido un ojo y su poder y ahora es chofer de una ambulancia. Justine está más neurótica que nunca y tiene un tic inmovilizador en el ojo.

Darley regresa y se encuentra con ella. Antes, ha estado buscando sin éxito a Clea. Al final, ve a Justine. Ella le pide dormir con él y Darley, al final, se dice: "A duras penas pude aguardar que el lento amanecer me liberase. No veía el momento de irme". El embrujo se había roto.

Finalmente ve a Clea. Ella le dice que había recibido sus mensajes, pero que no quería verlo hasta saber si se había liberado de Justine, o se había quedado en el mismo surco, como un disco rayado.

Finalmente, Clea y Darley se entregan, se aman, como si hubieran estado esperando ese momento desde siempre.

En esta cuarta novela de la serie, el suicidio de Pursewarden se lee de otra manera cuando nos enteramos de que era amante de su hermana ciega, Liza, y que, cuando llegó Mountolive, comprendió que tenía que desaparecer físicamente si quería liberar a su hermana de su amor incestuoso: "Si quieres ir más allá del dolor inmediato, verás que perfecta es la lógica del amor cuando se está dispuesto a morir por él".    

Darley creció amorosa y sentimentalmente con tres mujeres: Melissa -el pasado-, Justine -el presente- y Clea -el futuro-. A través de ellas dejó de ser el amante torpe y egoísta y aprendió finalmente el amor maduro y la entrega sin condiciones.

Al final de la novela, Clea -con quien ya rompió también porque nada es para siempre-, le escribe desde París y le dice que ya se convirtió "en auténtica criatura humana, en una artista por fin" y cree que pronto Darley se dará cuenta de lo mismo.

La novela termina cuando Darley -el narrador- dice: "Sí, un día me encontré escribiendo con dedos temblorosos las cuatro palabras (¡cuatro letras!, ¡cuatro rostros!) con las que todo el artista desde que el mundo es mundo ha ofreciendo su escueto mensaje a sus congéneres. Las palabras que presagian simplemente la vieja historia de un artista maduro. Escribí: 'Erase que se era'. Y sentí que el universo entero me daba un abrazo".

Cuando llegué a ese final, en mi primera lectura, me conmoví como nunca antes en mi edad adulta con algún libro. Me dije: "Eso quiero ser. Aquí quiero llegar... Quiero sentir eso al escribir y contar una historia".

Es lo que he hecho desde entonces. He escrito una docena de libros... Buenos o malos, no lo sé. Sé que me han permitido esa comunión con el universo, lo más cercano a la felicidad, junto con el amor. El viejo Durrell lo sabía... 

Mucho le debo por haber escrito esta obra maestra que, en verdad, me cambió. Otro día hablaremos de su vida, interesante y tormentosa, como se muestra en la estupenda biografía que escribió Gordon Booker: Through the dark labyrynth: a biography of Lawrence Durrell.

 

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