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Para leer en cuarentena: VII de XL. James Joyce

Durante cuarenta días compartiré con mis amigos textos y reflexiones, no solamente literarios. Lo haré con la convicción de que la literatura y el debate inteligente son antídotos contra el tedio, la ansiedad y el catastrofismo

Por: José Antonio Lugo, Visitas: 849

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Hagamos una pausa con Shakespeare. Hoy hablaremos de James Joyce, el más importante novelista del siglo XX. Nació en Dublín, Irlanda, en 1882. Poco después de 1902 conoció a Nora Barnacle, camarera de un hotel. Con ella abandonó Irlanda y, después llegó a Trieste, Italia, donde escribió su libro de cuentos Dublineses. En esa década nacieron sus hijos, Giorgio -mucho después un músico mediocre- y Lucía -quien llegó a tener ya adulta graves problemas mentales.

En 1914 conoció al poeta estadounidense Ezra Pound, autor de los Cantares, quien lo invitó a publicar por entregas en una revista su novela Retrato del artista adolescente. Comenzó la Primera Guerra mundial y la familia Joyce se fue a vivir a Zurich. En esta primera gran obra nos cuenta la historia de Stephen Dedalus, un joven que enfrenta, por un lado, la seducción que ejercen sobre él la belleza de la vida y la sensualidad de una muchacha y, por el otro, la conciencia de culpa a la que lo someten los sacerdotes. Al final de la novela, Stephen decide no ingresar a ese mundo de jerarquías y poder que es la iglesia, para convertirse en un artista.

En Zurich escribió una obra de teatro, Exiliados, e inició la escritura de Ulises. En ella describió con maestría el "flujo de conciencia" de un personaje, mostrando, de esa manera, la multiplicad de ideas simultáneas, los pensamientos, los deseos, las imágenes, que aparecen sin control y sin cesar en la mente de cualquiera.

Lo crudo de las descripciones de esta novela, tanto sexuales como escatológicas, escandalizaron al mundo anglosajón. La gran aportación de Joyce fue romper con los límites establecidos por una moral que pretendía -o pretende- tener los ojos cerrados, para describir una realidad que nadie debe juzgar, sino comprender.

Veamos las líneas finales del monólogo de Molly Bloom, en esta catedral de la literatura que es Ulises: "... y la noche que perdimos el barco en Algeciras y el vigilante dando vueltas por ahí sereno con su farol y ah ese tremendo torrente allá en lo hondo ah y el mar el mar carmesí a veces como fuego y las estupendas puestas de sol y las higueras en los jardines de la Alameda sí y todas esas callejuelas raras y casas rosas y azules y amarillas y las rosaledas y el jazmín y los geranios y los cactus y Gibraltar de niña donde yo era una Flor de la montaña sí cuando me ponía la rosa en el pelo como las chicas andaluzas o me pongo una roja sí y cómo me besó al pie de la muralla mora y yo pensé bueno da igual él que otro y luego le pedí con los ojos que volviera a pedir sí y entonces me pidió si quería yo decir sí mi flor de la montaña y primero lo rodeé con los brazos si y le atraje encima de mí para que el pudiera sentir los pechos todos perfume sí y el corazón le corría como loco y le dije sí quiero Sí". (A Sofie Geisler).

 

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