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Juan Ramón Saenz, uno de los conductores del programa incluso escribió un libro recopilando las historias de sus radioescuchas - Foto: Foto: Especial

La verdadera voz de los Milli Vanilli: Aquí se respira el miedo

Recuerda el programa de radio transmitido a lo largo de 20 años conocido como La mano peluda, mismo que recuperaba las historias de “espantos” que la gente compartía a través de la línea telefónica

Por: Xalbador García, Visitas: 1039

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En 1995 dio comienzo el programa radiofónico La mano peluda que se transmitía de 10 a 12 de la noche, de lunes a viernes, por el 104.1 de FM y 970 de AM. En un principio el conductor fue Rubén Castillo García para luego darle la estafeta a Juan Ramón Sáenz, quien falleció en 2011 luego de entrevistar a un hombre que había pactado con el demonio (¡muajajajaja!). La emisión la retomó Castillo hasta el 2018 cuando Telefórmula decidió concluir la transmisión.

El formato, el carácter y la seducción de las historias convirtieron casi de inmediato a La mano peluda en un referente de la cultura popular mexicana. Con gran sensibilidad el equipo de Sáenz logró construir un programa a partir de la tradición oral que, de inmediato, cautivaba al radioescucha, haciéndolo de alguna u otra manera protagonista del mismo.

La dinámica era simple y, por tanto, poderosa. Desde diversas partes de México y Estados Unidos, el auditorio llamaba para contar sus historias. Había posesiones demoniacas, muñecos diabólicos, persecuciones en pueblos malditos, pactos con el demonio, brujerías de todo tipo, aparecidos en la carretera, encuentros con La Llorona y un largo etcétera con el que el programa logró cumplir 20 años de vida.

Para los muchachones que empezamos la preparatoria en la segunda mitad de los noventa La mano peluda se volvió un inhibidor de las primeras borracheras. Quienes no teníamos carro, regresábamos a casa en taxis que inevitablemente sintonizaban el programa. Viajando en auto en medio de la oscura ciudad, las narraciones construían una realidad tan mágica como desesperante. Te asustaban de a madre.

Piensen que estoy hablando de un país donde no existían retenes militares, descabezados, ni sicarios alimentando el terror. Lo más cabrón de esos años en México eran las historias relatadas por la radio. Entonces hacía su parte la imaginación y el viaje se iba convirtiendo en una verdadera congoja.

Yo odiaba a los chingados taxistas que no sólo ponían La mano peluda, sino que además interactuaban con el programa. El del radio hablaba de un aparecido en un carro y de inmediato el taxista comenzaba a relatar: a mí, una vez, me pasó algo parecido, joven. Justo aquí, en esta calle donde usted me hizo la parada, y que se llama El Callejón del Diablo, se subió una señora. Me pidió que la llevara al panteón de La Leona. Se me hizo raro porque era muy noche, cerca de las 12. Mire qué casualidad, joven, justo como ahora.

Ella me empezó a contar que todos los días 13 iba al cementerio a ver a sus hijos. Eran tres y habían muerto en un accidente de auto ahí mismo en el Callejón del Diablo. Les prendía veladoras porque les faltaba mucha luz. Penaban. No querían irse. Cada día 13, día del  fallecimiento, la señora tenía que ir al panteón a convencerlos que descansaran, que ya estaban muertos, pero sus hijos no la querían escuchar. Se aparecían una y otra vez de madrugada en el panteón o en el lugar del accidente.

Sufría mucho la señora porque decía que no eran malos muchos. Los tres eran trabajadores, pero les gustaba la bebida. Uno estudiaba para abogado, otro trabajaba en una tienda de abarrotes y, el tercero, el que menos se resignaba a estar muerto, era taxista.

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