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Hablemos de danza, expresión de sentimientos que incluye movimiento, ritmo, gestualidad corporal y facial, con un estilo, y en un espacio. Su musa es Terpsícore. Hay danza clásica, moderna, contemporánea, folclórica, popular, autóctona. Si nos remitimos a la primera, surgen nombres como Anna Pavlova, Maya Plisétskaya, Margot Fonteyn, Alicia Alonso y nuestra Elisa Carrillo. Entre los bailarines, a Mijaíl Baryshnikov, Vaslav Nijinsky, Serguéi Diáguilev y nuestro Isaac Hernández.

En México tenemos una gran tradición en ballet y danza. Pienso en bailarines y coreógrafos: Guillermina Bravo, Pilar Rioja, el ballet Teatro del Espacio (de Gladiola Orozco y Michel Descombey), el Ballet Folclórico de México de Amalia Hernández, Nellie y Gloria Campobello, Gloria Contreras, Cecilia Lugo, Pilar Urrueta, Tania Pérez-Salas.

Quizá quien mejor ha escrito en México sobre la danza es mi maestro y amigo Alberto Dallal. Lean su novela El poder de la urraca (El tapiz del unicornio, 2018). En su libro Los elementos de la danza (UNAM, 2007), señala: "Las ideas que expongo en esta obra son las reflexiones de un espectador que siempre se preguntó y trató de explicarse TODO con respecto a la danza al enfrentarse a ella, con curiosidad, sí, pero también con pasión y respeto". Si tuviéramos esa pasión y ese respeto, seríamos menos jueces y más gozosos espectadores de todas las manifestaciones del arte, que ensancha el alma.