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Rafael y José María Pérez Gay - Foto: Foto: Especial

El camino de la vida: Deterioro Cognitivo Mayor

Habla de las obras de Rafael Pérez Gay en las que describen el proceso de Deterioro Cognitivo Mayor del hermano del escritor José María; se trata de una narración acerca de los procesos sistémicos y familiares que acompañan a dicho proceso

Por: J. Enrique Álvarez Alcántara, Visitas: 1106

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 A Rafael Pérez Gay

 

“… ¿la vida, cuándo fue de veras nuestra?, / ¿cuándo somos de veras lo que somos?, / bien mirado no somos, nunca somos / a solas sino vértigo y vacío, / muecas en el espejo, horror y vómito, / nunca la vida es nuestra, es de los otros, / la vida no es de nadie, todos somos / la vida —pan de sol para los otros, / los otros todos que nosotros somos—, / soy otro cuando soy, los actos míos / son más míos si son también de todos, / para que pueda ser he de ser otro, / salir de mí, buscarme entre los otros, / los otros que no son si yo no existo, / los otros que me dan plena -existencia, / no soy, no hay yo, siempre somos nosotros, / la vida es otra, siempre allá, más lejos, / fuera de ti, de mí, siempre horizonte, / vida que nos desvive y enajena, / que nos inventa un rostro y lo desgasta, / hambre de ser, oh muerte, pan de todos…”

Octavio Paz, Piedra de Sol.

 

En este tiempo y lugar, hic et nunc, nos hallamos muy próximos a un estado de shock que demanda de nosotros y, particularmente de quien escribe este artículo, recuperar algunas cuestiones relacionadas con ese estado psicológico, caracterizado como: “un estado que afecta tanto a personas como a sociedades enteras, cuando se sienten abrumadas por los cambios ocasionados en el presente o en un futuro incierto e impredecible, así como la manera en que individual o colectivamente nos adaptamos, o no, a dichos cambios”, y poder así disponer de recursos que nos permitan comprender y afrontar exitosamente este estado cognoscitivo, emocional, afectivo y volitivo; en sentido amplio, psicológico.

Para presentar esta cuestión me serviré un poco de la literatura y, muy particularmente, de las experiencias que vívidamente narra Rafael Pérez Gay en dos de sus grandes obras.

Deseo comenzar contextualizando un poco cómo accedí a estas obras de Rafael.

Visitando la librería Gandhi (librería que desde sus orígenes, hace ya más de 40 años, visito regularmente, en el sur de la Cuidad de México), en el año 2013, encontré, a través de su libro El cerebro de mi hermano, una narrativa muy cercana a las historias de vida, clínicamente desechadas por las normas oficiales mexicanas y, sobremanera, me topé con la naturaleza psicológica de las experiencias vitales y vívidas que los seres humanos experimentamos bajo circunstancias inesperadas, impredecibles y abrumadoras.

El cerebro de mi hermano (Seix Barral, 2013) trata de un modo personal y fenomenológico el proceso de Deterioro Cognitivo Mayor del hermano de Rafael, José María (1943-2013; escritor, filósofo, traductor y diplomático).

Cuando expreso Deterioro Cognitivo Mayor no se trata únicamente de un proceso progresivo, degenerativo de una persona cualquiera; no se trata solamente del desvanecimiento, desdibujamiento, desletreo o pérdida progresiva de recuerdos, emociones, temores, fantasías, pensamientos, que sé yo, que entre otros elementos definen a una persona como totalidad. No es, en esencia, una narrativa dedicada al proceso de disolución, desorganización, desintegración o desaparición de una personalidad, ¡No!

Más bien se trata de una narración acerca de los procesos sistémicos y familiares que acompañan al proceso del Deterioro Cognitivo Mayor. Se trata también de las consecuencias que en la organización y dinámica familiar acarrean fenómenos tales como el Deterioro Cognitivo Mayor; asimismo, trata del impacto que al autor del texto le permite elicitar una serie de reflexiones frías, a ratos filosóficas, empero, fundamentalmente personales y subjetivas sobre la condición humana, la enfermedad, la vida y la muerte.

Por otro lado, más allá de los conflictos que cotidianamente aparecen, desaparecen, se transforman, al ver que un ser querido permanece físicamente con ellos y, sin embargo, desaparece ante sus ojos, sin que puedan impedirlo, detenerlo o evitarlo; hagan lo que hagan, enfrentan una permanente contradicción para la cual no existe una síntesis hegeliana, tesis y antítesis, frustración y esperanza perpetuas, presencia y ausencia inevitables.

“La historia que quiero contar es muy personal y al mismo tiempo está hecha de la fina trama a la que los médicos se enfrentarán una, varias veces a lo largo de su profesión: la enfermedad incurable. Ustedes saben: la vida es breve, el arte largo; la ocasión fugaz; la experiencia engañosa; el juicio, difícil. De eso trata esta historia, de ese trozo aforístico de Hipócrates y de las sombras y fantasmas en que nos convierte la enfermedad y el tiempo. Por eso estas palabras aparecerán una y otra vez en este relato.”

Es esta la forma en que Rafael nos introduce, nuevamente, en la trama de la vida cotidiana. Éste y no otro, es el párrafo que nos permite aproximarnos en la intimidad a las reflexiones, entre deontológicas y filosóficas del autor. Y, más vigentes que nunca, en esta hora de incertidumbre, miedo, ira, ansiedad, angustia, desesperación, qué sé yo.

Cierra prácticamente su relato con una idea muy semejante a la que el Dr. Marcos Manuel Velasco Suárez lo hizo al impartir una conferencia en la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, durante las Jornadas de Neurociencia Manuel Velasco Suárez, organizadas por las, en ese entonces: Escuela de Ciencias Biológicas, Escuela de Psicología, Escuela de Medicina y Escuela de Comunicación Humana que, coordinadamente, diseñaron el Centro de Investigación en Neurociencias, aprobado durante la última sesión del Consejo Universitario presidido por el Ing. Fausto Gutiérrez Aragón (ya fallecido).

“Somos nuestra memoria, si no recuerdas, dejas de ser alguien para convertirte en nadie. Los últimos meses de su vida, Pepe no recordaba: así murió la primera vez, caminando a ciegas, sin saber quién era (…) se dice que a quienes tienen más apego a su personalidad les cuesta más trabajo morirse. Por esta razón, Pepe se ató a la vida sin vida que le tocó vivir los últimos años de su existencia (…) Vivió su enfermedad como si la muerte no fuera el último capítulo”.

Años después, el mes de octubre del 2018, encontré, nuevamente en la librería Gandhi, Perseguir la noche. Haber leído a Rafael Pérez Gay, a través del Cerebro de mi hermano, me permitió conocer la tríada de eventos de naturaleza psicológica que impactan la dinámica familiar y la de los cuidadores primarios, englobada en un nuevo concepto clínico por la creatividad literaria de Rafael: “Síndrome de los Tecolines”; es decir, la permanente presencia de las mellizas ansiedad, angustia y desesperación.

Por otro lado, aunada a este “Síndrome”, la nunca enunciada por el autor, ausencia de un duelo salvífico.

La fenomenología del “Duelo Ambiguo” como condición que inevitablemente acompaña también la prácticamente imposible disminución del dolor. La presencia física del ser querido y, a su vez, la ausencia psicológica del mismo; el proceso indetenible, progresivo, lento, de deterioro y disolución psíquica del ser querido no sólo dificulta o impide el proceso de duelo.

Estos fenómenos que recién descubrimos en el Cerebro de mi hermano marcan notablemente el carácter psicológico y fenomenológico de la obra de Rafael Pérez Gay.

No puedo dejar de señalar aquí que la narrativa de Rafael me recuerda muy claramente la narrativa de Kenzaburo Oé (Premio Nobel de Literatura Japonés, en el año de 1994) cuando en sus obras Una cuestión personal, Dinos como sobrevivir a nuestra locura, o Vivir con un hijo con discapacidad nos muestra la fenomenología descrita por Rafael durante los procesos del desarrollo de menores con un daño cerebral.

Pues bien, en Perseguir la noche, Rafael, no suelta la temática relacionada con lo que el psiquiatra Ernesto Lamoglia caracterizó como los triángulos del dolor.

Ahora, de nueva cuenta aborda el triángulo enfermedad, dolor y miedo. Ahora también recupera el “Síndrome de los Tecolines”. Y, en esta hora, me permito agregar miedo a un sentimiento de culpa. Estos triángulos y sentimientos no necesariamente alcanzan grados de conciencia como para lidiar con ellos de manera serena y satisfactoria.

Una vez que le diagnosticaron un cáncer de vías urinarias, el autor se introduce magistral, personal y subjetivamente, a los triángulos del dolor; ansiedad, angustia y desesperación y enfermedad, dolor y miedo, ante una enfermedad generalmente reconocida como muy mortífera, ante una incertidumbre inmanejable y, desde luego, ante lo desconocido.

Sus fugas intelectuales y narrativas, de carácter catártico, lo trasladan por lugares, calles, callejones, bares, cantinas e historia de personajes literarios y periodísticos que desde finales del siglo XIX y principios del siglo XX rondaron por esos lugares y le permitieron crear, entre la narrativa y la ficción, una realidad que le distrajera un poco del dolor, pero mucho más del miedo.

Entre una y otra narrativa, la de la historiografía de la vida cotidiana en la Ciudad de México por tales personajes (Amado Nervo, José Juan Tablada y otros) y la trama subjetiva de los procesos subyacentes a la enfermedad, el dolor y el miedo por saberse enfermo de cáncer y percibirse como de pie ante un patíbulo, o un cadalso que puede segarle la vida y, al mismo tiempo, con la esperanza de que ello no sea así; atravesando por las instilaciones de la BCG (Vacuna antituberculosa), utilizada como tratamiento selectivo de cáncer en vías urinarias, en lugar de las quimioterapias, nuevamente nos muestra vívidamente ese sentimiento muy humano, terriblemente humano que nos define en ciertas circunstancias.

“Mayo sangriento (nos dice Rafael Pérez Gay), título de dos pesos para mi nueva vida. El mes de mi cumpleaños me había traído la enfermedad y el miedo. La idea de que tenía cáncer empezó a ser real en la madrugada. Desperté en la oscuridad y supe que me dirigía hacia la orilla donde esperan la enfermedad y el laberinto blanco de los hospitales. Mientras todos dormían en casa, la irrealidad se transformó en una verdad dura como el metal: tengo un tumor canceroso en la vejiga (sigue el autor). Tomé un Tafil completo. Una hora después soñaba con mis padres. A sus ochenta y nueve no soportarían la noticia. Por eso los traje a mi sueño, para pedirles la ayuda que ya no podrían darme en su vejez. Decidí no decirles nada aún a nuestros hijos. Todo en su momento; de paso, no le arrancaríamos a los días lo poco que les quedaba de normalidad, de vida enraizada en el árbol de las cosas cotidianas (concluye el autor). Bebí whisky, fumé, pensé, leí, me encerré en mí mismo, vi alguna de las películas que un amigo me regaló como apoyo para pasar la oscuridad de los tres días por delante antes de la consulta con el urólogo. Así pasé la primera noche”.

Avanzando por los senderos que en las páginas centrales de Perseguir la Noche divisamos que es posible internarnos dentro de expresiones que muy vívidamente muestran, inequívocamente, una narrativa envolvente y atractiva para quienes incursionamos en la subjetividad humana. Veamos si no:

“El sortilegio era correcto: con un buen viento el plan del urólogo podría dar resultado y evitar un nuevo tumor maligno en la vejiga y, sobre todo, librar la metástasis, la expansión del mal en alguna parte del cuerpo. La palabra terrible: metástasis, una mezcla de meta y stasis «Más allá de la quietud», en griego. En ese tiempo leí todo cuanto puede sobre el cáncer, conocer al invasor, su historia, se convertía en una esperanza. La «patología del exceso», una enfermedad expansionista, dice el gran investigador Mukherjee, invade los tejidos, establece colonias, busca un santuario en un órgano y luego migra a otro. Casi todos los cánceres conocidos tienen su origen en una célula ancestral que después de adquirir la capacidad de dividirse y sobrevivir produce una cantidad sin límites de descendientes, (prosigue el autor) un día decidí que quien entiende algo desactiva su fuerza destructora. Retórica, basura. Nada me consolaba, el dolor me traspasaba y aparecía en la espalda. Los que han ardido en él saben la diferencia que hay entre el dolor agudo y el dolor crónico. Yo me había pasado a la segunda piedra de sacrificios. Entonces la idea del dolor cambió para siempre, una cosa era aquello que ocurría de vez en cuando y otra el fuego que acompaña noche y día a un alma en pena.”

Nuevamente, los triángulos del dolor presentes: ansiedad, angustia y desesperación y enfermedad, dolor y miedo; podemos apreciar esa lucha irracional y frecuentemente inconsciente contra estos; Ana Freud claramente explicaba el rol que juegan los mecanismos de defensa del Yo como herramientas psicológicas de protección y defensa de la estructura psicológica de la personalidad.

Nuestro personaje, Rafael Pérez Gay, racionalizando, por un lado, por otro negando y, finalmente reprimiendo, trata de mantenerse erguido y enhiesto, íntegro y total.

Leer a Pérez Gay nos conduce por una suerte de aforismos distribuidos en su prosa y narrativa. En la segunda parte de Perseguir la Noche, afirmará categóricamente:

“El dolor habita en la oscuridad hasta que algún día se ilumina y nos transforma. A mí me convirtió en una sombra (…) me entregué al dolor tratado con analgésicos infantiles y al miedo al dolor, al sufrimiento y a la muerte (…) el miedo a la muerte quizá sea la emoción más intensa que existe”; otra vez ese triángulo inevitable e insondable para quien lo vive: dolor, miedo y ansiedad.

Pues bien, la narrativa de Rafael Pérez Gay, comentada a lo largo de este breve ensayo, a propósito de sus libros El Cerebro de Mi Hermano y Perseguir la Noche, me permiten reconocer una trama de carácter psicológico, subjetivo, fenomenológico, personal e intransferible; sin embargo, a su vez, nos provee de un serie de reflexiones sobre la vida, la muerte, la enfermedad, el dolor, el miedo y otras circunstancias que la vida nos presenta y ante las cuales debemos diseñar estrategias de afrontamiento que permitan mantener estable y firme nuestra personalidad y nuestra estructura psicológica.

No quiero dejar de recomendar por ello ampliamente la lectura de estas dos obras de Rafael, porque con toda certeza puedo reconocer y sostener que dejará un buen sabor de boca en ustedes y una enseñanza peculiar sobre el sentido de la vida, particularmente es este periodo de distanciamiento físico, y de pandemia, porque el miedo a la muerte, al dolor, no sólo físico, a tener sentimientos de culpa por haber contagiado a nuestros seres queridos o más cercanos, o esa dulce certidumbre de lo peor, indetenible e inmanejable, requiere nuestra entereza, solidaridad y, ante todo, coherencia y unidad de acción entre nosotros, como colectividades, aunque individualmente debamos enfrentar estos triángulos del dolor.

Quiero compartir con ustedes que, en el año 2014, el Colegio Nacional publicó un libro de Ruy Pérez Tamayo intitulado Tres Variaciones Sobre La Muerte, libro en el cual, de manera similar a como lo hace Pérez Gay discurre sobre esta misma trama. Sin embargo, debo señalar que, siendo de formación médica y un experto conocedor de la historia de la misma, aborda la cuestión enriqueciendo la mirada fenomenológica de Pérez Gay.

 

 

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