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Vida y muerte. Ciclo de la Vida, pinura de Ángeles Más Vila - Foto: Foto: Especial

El camino de la vida: Algo sobre la vida y la muerte

Al recordar sus lecturas respecto a la muerte y cita ampliamente uno de sus relatos en el libro Historias de Vida y Algo más, en donde describe un diálogo con quien fuera su padre

Por: J. Enrique Álvarez Alcántara, Visitas: 1166

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Corría quizás el año de 1976 cuando leí al escritor uruguayo Mario Benedetti; leí, si la memoria no me traiciona, primero, La Muerte y Otras Sorpresas, posteriormente tuve accesos a Pedro y el Capitán y, finalmente, Letras de Emergencia y otras obras más; en ese orden.

Muy recientemente, quizás el año pasado, encontré y degusté el libro Tres Variaciones sobre la Muerte y Otros Ensayos Biomédicos, de Ruy Pérez Tamayo. Ese mismo año, en Chilca, Perú, conocí al escritor Ugo Velazco y, a través de su libro La Carnada y otros Cuentos, pude disfrutar: Nos debemos la muerte Oviedo.

Asimismo, el año 2019 publicaron en Perú (Fondo Editorial Latinoamericano BookYachay) un pequeño libro de ensayos (Historias de Vida y Algo Más) que escribí y da comienzo con una trilogía que denominé Variaciones Sobre la Vida y la Muerte. Sin embargo, al presentar la primera historia de vida, la de “Don Goyo”, en su última parte, “Don Goyo: La Vida y la Muerte”, pude expresar lo mejor del pensamiento sobre esta cuestión. Veamos si no es así:

“Aún recuerdo, por ejemplo, que alguna vez, quizás el año de 1998, recibí una llamada telefónica diciéndome que Don Goyo se encontraba internado en un hospital, que no existía otra opción que la muerte inminente y que él no aceptaba tal pronóstico; agregaron los emisarios del mensaje telefónico que era muy urgente mi presencia en el hospital.

“Como pude me trasladé y, ya en el hospital, un equipo médico integrado por un psiquiatra, un médico internista y un tanatólogo, dirigiéndose a mí, me dijeron:

“-- Mire usted, sabemos que es psicólogo y el estado de salud del señor es muy grave y de muerte inminente; sin embargo, no quiere morir, debe usted convencerlo de que acepte morir con calidad y dignidad.

“Inmediatamente me dirigí a la cama donde se encontraba Don Goyo y, frente a él, le dije tal cual:

“-- Mira “Don Goyo”, me dicen los médicos que tu estado de salud es sumamente grave y que “le sacas” a morir; me piden que agarres valor y permitas una “muerte digna”.

“Se me quedó mirando fijamente, sin el consabido “Delicado sin filtro” entre los dedos, pues tenía casi diez años que no fumaba porque una EPOC lo mantenía con insuficiencia respiratoria y, ahora adicionada, con una insuficiencia cardiaca, me dijo a bocajarro:

“-- A ver cabrón, no le temo a la muerte, sé muy bien que todo tiene la vida y la muerte como destino. Todo lo que tiene vida, o sea todo, también tiene la muerte; la tierra, el agua, el viento, las plantas y los animales. Los animales y las plantas no tienen miedo de morir, yo tampoco… Las plantas y los animales aman la vida, por eso dan vida y viven… Yo amo la vida, no le tengo miedo a la muerte… Es más, hace un rato vino la cabrona y se sentó allí, en esa silla; me miraba y le dije: Aún no es mi hora, así que ¡deja de estar chingando, déjame en paz y vete! … Volvió a verme, y se fue. No dijo nada y se fue…

“-- ¿Entonces no vas a morir aún ni es tu hora? Pregunté

“-- ¡No! Todavía no, no es mi hora.

“Salí de ese lugar y le dije al cuerpo médico:

“-- No va a morir.

“Les narré el diálogo y se vieron entre sí, para después decir a coro:

“-- Están igual de locos. Sin embargo –agregó el médico internista—: Mañana estará muerto.

“Debo decir a ustedes, que Don Goyo no murió ni esa noche, ni las siguientes; debo contarles además que el día 31 de diciembre del año 2000, durante la cena de año nuevo, frente a sus hijos e hijas, frente a sus nietos y otros familiares, brindando por un buen porvenir, le espeté a la cara:

“-- ¡Qué, “Don Goyo”! ¿Nos echaremos hasta el 2010?

“Se quedó pensando un rato, toda la familia permaneció en absoluto silencio esperando la respuesta, miró a los ojos a todos, uno por uno, y me dijo:

“-- No.

“Ya no me atreví a preguntarle ¿Hasta cuándo?

“Dos años después recibí otra llamada telefónica, con una voz de mujer entrecortada por el llanto y los sollozos, escuché a bocajarro:

“-- ¡Mi papá ha muerto!

“-- ¿Cómo fue? Pregunté

“-- Salió del baño enojado porque estaba estriñido y me dijo: Hija de la Chingada, me duele un poco la cabeza, ya me voy a dormir, se fue a la cama, cerró los ojos y murió; yo pensé que estaba dormido, pero no, ya estaba muerto.

“Murió como mueren los justos, pensé, pero no dije nada.

“Me dirigí a su casa, otra vez, recordando el día en que decidió no morir; yo le había preguntado por qué se enfermó así y él decía que fue a cortar yerba al campo, pero que no podía cortarla hasta que pidiera permiso a la tierra y fue así que subió a la cima de un cerro a pedirle permiso a la tierra.

“-- La tierra tiene vida, es nuestra madre y ella da permiso o no para quitar la vida a algunas de sus hijas, como las plantas, para que sus otros hijos crezcan y vivan y cuando mueren para dar vida regresan a la tierra; por eso, cuando yo muera, quiero que me entierren, para estar en los brazos de la madre tierra”.

Siguiendo con esta trama, y parafraseando a mi amigo Isaías Alanís, “No sé si lo sé, lo supe, lo soñé, lo recuerdo, lo leí, me lo contaron o lo inventé”; empero, desde hace tiempo reverbera dentro de mí la idea o expresión que diré, montado sobre los corceles de mi memoria, y que se encuentra muy relacionada con las ideas de “Don Goyo”, del modo siguiente:

“Todo lo que tiene un principio tiene un fin. Desde la hormiga más simple y diminuta, hasta el monarca más poderoso de la tierra. A ese espacio que separa el punto del principio del punto del fin es lo que llamamos vida. Esas son las dos únicas certezas que tenemos; una, la primera, que un día, hora y lugar tuvo comienzo nuestra vida y, la otra, la segunda, que un día, hora y lugar, sin que sepamos cuándo y cómo, llegará el punto de la muerte. A unos les llega de una manera mientras que a otros les llega de otra; sin embargo, a todos nos llega la hora del fin. El espacio que existe entre principio y fin puede ser corto o lago, no importa, pues todo lo que un día tuvo un principio, inexorablemente tendrá un fin. Puede ser tan breve como el de una efímera o el de una mariposa, o tan largo como el de algunas tortugas; tampoco importa, la vida es sólo una y, como todo, tiene un principio y tiene un fin.

Ese espacio que separa el punto del principio del punto final y que llamamos vida, es lo que podemos disfrutar, gozar, amar, cuidar y compartir. Ese espacio, y no otro, es el que nos da la oportunidad de elegir entre uno u otro modo de ser y estar. Ese espacio, y ninguno más, es apenas nuestro, si lo otros nos permiten y les permitimos ser y estar. Ese espacio, breve para algunos o largo para otros, es el lugar de nuestras determinaciones, de nuestras decisiones y de nuestra existencia. Antes del primer punto, o después del segundo, nada está a nuestro alcance. Únicamente lo que se halla entre principio y fin es apenas nuestro y de los otros, de nadie más”.

Pues bien, quizás quienes leen este breve texto se pregunten, con harta legitimidad, ¿A qué viene este asunto de la muerte?

Responder esta interrogante es obligado ahora, mucho más cuando tal cuestión se nos impone más allá de interese literarios, filosóficos o religiosos.

Aunque sabemos todos que el punto de llegada es inevitable, no solemos pensar en él. Lo damos tan por sentado que parece invisibilizado o imposible de llegar a nosotros; pese a verlo cotidianamente a través de los otros, que no son nosotros, lo percibimos lejano, distante o difuso.

Empero, ahora que se nos impone debido a circunstancias ajenas a nuestra voluntad, recordamos que siempre pende sobre nosotros la susodicha muerte. Y la vemos en sus tres dimensiones que no podíamos reconocer conscientemente: nuestra propia muerte, la de nuestros seres queridos o de mayor cercanía afectiva y emocional, y la de la certidumbre de nuestra seguridad personal o colectiva.

Ansiedad, angustia, desesperación, miedo, pánico y tras de estos estados emocionales, como mecanismos de defensa o autoprotección, la negación, la ira, la violencia, irracionalidad e inhibición.

Hoy podemos ver, por ejemplo, en el diario La Razón, en su suplemento El Cultural, el artículo del Dr. Jesús Ramírez-Bermúdez, Desconcierto viral, el tema del miedo, la irracionalidad, la violencia y otros estados psicológicos que reactivamente aparecen como fenómenos psicosociales.

En este artículo, su autor, no dice:

“Hoy, cuando los primeros médicos de nuestro hospital han empezado a contagiarse tras el contacto con personas infectadas, tratamos de ajustar nuestro juicio clínico mediante la deliberación prudente. Eso significa afinar los instrumentos de nuestro trabajo para preparar la toma de decisiones frente a los dilemas clínicos y éticos que se avecinan. Y la deliberación prudente nos da también la oportunidad de buscar un punto de equilibrio entre el pánico y la irresponsabilidad. Junto a la pandemia viral hay una corriente informativa contagiosa, un caudal de actitudes sociales que oscilan entre el miedo irreflexivo y el negacionismo irresponsable. Estos movimientos en la esfera social, que suceden en redes digitales, comunicaciones políticas, mensajes de los medios y conducta de masas, son como un experimento mal controlado en el terreno de la psicología colectiva (…) Si miramos con la mayor claridad posible, la conmoción social nos revela actitudes sociales dignas de estudio. Por una parte, observamos a las víctimas del miedo irreflexivo aislarse en conductas egoístas, xenofóbicas, territoriales, que incluyen agresiones abiertas contra personal médico y de enfermería.

¿Qué hacer ante esta circunstancia?

El mismo Ramírez-Bermúdez sugiere:

“Frente al pánico contagioso debemos enunciar los motivos para un optimismo razonado. La infección por Covid-19 es un problema de proporciones descomunales, pero 80 % de los casos son leves y no requieren atención hospitalaria. Los niños y jóvenes suelen tener infecciones benignas. La tasa de letalidad es mucho más baja que la observada frente a enfermedades como la rabia o la encefalitis herpética. El 26 de marzo de este año, el célebre doctor Fauci, de los Institutos Nacionales de Salud de los Estados Unidos, publicó en la revista New England Journal of Medicine un editorial en donde aclara que la tasa de letalidad se encuentra alrededor del 1 %. Es decir, de cien personas que contraen la enfermedad, una morirá, probablemente”.

Como podemos apreciar, la muerte, tan difusa e imperceptible cotidianamente, en las tres dimensiones que he enunciado, ahora de manera súbita, inesperada, indeseable e impensada, hace su aparición, pero sobredimensionada por nuestro miedo y, sobremanera, por los mass media y las “redes sociales”, que propician la otra pandemia, la del exceso de información y, consecuentemente, desinformación, herramienta que favorece estos fenómenos psicosociales, así como La Manipulación Industrial de las Conciencias (Hans Magnus Enzensberger dixit).

Ahora que el miedo irracional, la ira, la violencia y demás calamidades psicosociales se presentan como si Pandora hubiese abierto la caja de los grandes problemas, no necesitamos de una Casandra que prediga el futuro inmediato; tampoco los augures y pitonisas lectoras del Oráculo de Delfos son la opción que frente a nosotros tenemos. Tan sólo el aforismo que el mismo Oráculo dictaba es una alternativa excepcional: “Conócete a ti mismo”, “Conozcámonos a nosotros mismos” y a nuestras fortalezas y debilidades, porque entre éstas se hayan, como la vida entre sus dos extremos, las oportunidades y la perspectiva.

El filósofo italiano, Antonio Gramsci, muerto en una cárcel, tras la condena que el fascismo le impuso, entero, íntegro y total, escribió para nosotros: Contra el pesimismo; Previsión y Perspectiva (Ed Roca, Col. R., Nº 28, México, 1973).

En este pequeño texto, el filósofo y comunista italiano expresa claramente:

“Es cierto que prever significa únicamente ver claro el presente y el pasado en tanto que movimiento. Ver claro: esto es, identificar con exactitud los elementos fundamentales y permanentes del proceso. Pero es absurdo pensar en una previsión puramente ‘objetiva’ (Es decir, en una previsión basada únicamente en el movimiento de las fuerzas económicas, prescindiendo de la acción ‘subjetiva’ de los seres humanos y del partido). Quien hace la previsión tiene, en realidad, un ‘programa’ que quiere hacer triunfar, y la previsión es precisamente un elemento de ese triunfo”.

Es aquí donde hallamos la clave de la cuestión, previsión, perspectiva, actitud intencional y acción orientada con base en estos tres elementos.

 

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