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Los riesgos del bienestar mediado por antidepresivos

¿De qué tipo de bienestar hablamos si el camino para alcanzarlo depende del consumo de fármacos?

Por: Patricia Ortega Múgica e Ignacio García Madrid, Visitas: 9318

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En los últimos años, Islandia ha sido presentado como uno de los países más felices del mundo. Sin embargo, esta felicidad convive con una elevada dependencia a fármacos que regulan la química cerebral.1 De acuerdo con la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), en 2022 se consumieron 157.3 dosis diarias de antidepresivos por cada mil habitantes.1 En enero de 2023, Islandia reportó una población de 387,758 personas,2 lo que implica que tan solo en ese país, durante el año 2022 se habrían consumido aproximadamente 22 millones 263 mil dosis de antidepresivos. Estos datos generan preguntas inquietantes, como: ¿puede interpretarse ese bienestar como genuino si buena parte de la población requiere medicación para sostener su estabilidad emocional? Y ¿qué entendemos realmente por bienestar?

 

Contrastar la felicidad exterior con malestar interior se vuelve una puerta de entrada para revisar los aportes de Sigmund Freud. En su ensayo “El malestar en la cultura”, Freud plantea que la tensión que atraviesa al ser humano no proviene únicamente de amenazas materiales o naturales, sino de algo más profundo y estructural: el conflicto entre nuestras pulsiones ─deseo de placer, agresividad, impulsos vitales─ y las exigencias de la cultura. Freud sostenía que, para integrarnos en sociedad debemos renunciar a la satisfacción plena e inmediata de nuestras pulsiones. Esa renuncia no es trivial, ya que implica el sometimiento de dichas pulsiones a leyes y normas, al “Superyó” o “Yo ideal”, es decir, a la moral de la cultural vigente. Por tanto, esta condición para la organización social, la cultura en su sentido más amplio, tiene un costo que Freud sintetizó claramente en la siguiente frase: “el ser humano cae en la neurosis porque no logra soportar el grado de frustración que le impone la sociedad en aras de sus ideales de cultura”.3

 

Paradójicamente, los deseos individuales solo pueden satisfacerse dentro de la vida comunitaria, pero es precisamente esa vida en común la que exige su represión. Por ello, Freud observó que la felicidad que brinda la cultura no constituye un estado pleno, sino un equilibrio frágil, sostenido por renuncias constantes impuestas por los controles sociales y el poder.

Dado que el malestar psíquico, caracterizado por la culpa, la ansiedad y los conflictos internos no se resuelve a través de un camino único, la psique humana ha desarrollado mecanismos inconscientes de defensa del Yo. Un ejemplo de estos mecanismos son las elaboraciones sublimadas, que permiten canalizar los deseos y pulsiones individuales mediante su realización simbólica. Estas sublimaciones dan lugar a expresiones socialmente aceptadas que aportan bienestar tanto individual como colectivo, por ejemplo:  las manifestaciones artísticas o actividades que reúnen a personas en torno a una causa común, ya sea solidaria, recreativa, creativa o incluso económica.

 

Sociedad moderna: ¿calma, contención o anestesia emocional?

 

Volviendo al caso de Islandia, la dependencia de buena parte de su población a antidepresivos revela una dimensión del malestar habitual pero oculta: la medicalización del sufrimiento. Los fármacos, sobre todo los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS) pueden aliviar síntomas como tristeza, ansiedad, desánimo, pero tienen efectos secundarios que a menudo permanecen invisibles: disfunción sexual, entumecimiento emocional y otros impactos en la calidad de vida.1 Esto nos lleva a cuestionar si gran parte del bienestar contemporáneo funciona como una contención química del malestar inherente a la vida en sociedad… ¿No estaremos sustituyendo un conflicto existencial ─la tensión entre pulsiones y cultura─ por una calma artificial, sin reparar en sus costos biopsicosociales a largo plazo?

 

Más allá del fármaco: hacia una atención integral del malestar humano

 

Hablar de bienestar implica incluir las diferentes dimensiones humanas, las que cada disciplina científica o filosofía define y pondera de manera particular. El modelo biomédico concibe a los malestares psicoemocionales como disfunciones cerebrales, lo que lleva a la farmacoterapia como una práctica que no solo genera un limitado éxito (la tasa de recaída en el trastorno depresivo mayor es alta: aproximadamente 34.8% a los 6 meses de dejar el tratamiento),4 sugiriendo que la mejoría con antidepresivos puede ser frágil si no se mantiene un soporte farmacológico. Esto nos lleva a reflexionar sobre los beneficios y costos reales de este tipo de tratamientos, incluyendo la carga económica para pacientes o para los sistemas públicos de salud. Sin duda, frente a los problemas y desafíos actuales, es cada vez más apremiante y necesaria la armonización del rigor disciplinar con perspectivas holísticas (psicosociales, psicodinámicas, humanistas o sistémicas) que consideren factores relacionales, emocionales, culturales y sociales sin priorizar la medicación ante los malestares psíquicos.

Por tanto, cuando hablamos de bienestar, conviene mirar más allá de la biología. No se trata solo de corregir desequilibrios químicos, sino de reconocer al ser humano como un ser complejo con impulsos, pulsiones, deseos y aspiraciones, una historia con vínculos y la búsqueda de sentido a su existencia. Los fármacos pueden ser herramientas válidas, pero no deberían ser la única estrategia. La mirada inspirada en Freud sugiere que parte del malestar inevitable, como la culpa, la renuncia, la insatisfacción estructural, solo puede aliviarse mediante diálogos profundos, reflexión, sentido ético y comunidad, con actitudes de vida que toleren la ambivalencia de la conflictividad interior y promuevan la esperanza activa, es decir, creativa, ante la carencia de certezas.

 

Más que juzgar el modo de vida de Islandia y su elevado consumo de antidepresivos, la invitación es a reflexionar colectivamente acerca de ¿qué tipo de bienestar queremos? ¿Uno basado en la calma farmacológica para mantenernos socialmente funcionales o un bienestar basado en la honestidad consigo mismo, en la capacidad de aceptar la tensión humana, en construir sociedades que no busquen anestesiar el malestar sino transformarlo en sentido, solidaridad y responsabilidad compartida?

 

Fuentes

1 Zárate Quezada, Yael. (2025). Islandia es "feliz" pero, ¿a qué costo? Este es el peligro de los antidepresivos. Pijamasurf. https://pijamasurf.com/2025/11/islandia_es_feliz_pero_a_que_costo_el_peligro_de_los_antidepresivos/

2 Statistics Iceland. (2023). The largest population increase ever. https://www.statice.is/publications/news-archive/inhabitants/the-population-on-1-january-2023/#:~:text=El%20mayor%20aumento%20de%20poblaci%C3%83%C2%B3n,otras%20un%2080%2C8%20%25.

3 Freud, Sigmund. (1973). El malestar en la Cultura. Obras Completas. Biblioteca Nueva, Madrid. https://filosevilla2012.wordpress.com/wp-content/uploads/2013/02/freud_el_malestar_en_la_cultura_b.pdf

4.- Yuhua Hu, Hui Xue, Xiaoyan Ni, Zhen Guo, Lijun Fan, Wei Du. (2024). Association between duration of antidepressant treatment for major depressive disorder and relapse rate after discontinuation: A meta-analysis. Psychiatry Research, 337, 115926. https://www.sciencedirect.com/science/article/abs/pii/S0165178124002117?utm_source=chatgpt.com

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