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La memoria, ¿estado, proceso, módulo? - Foto: Foto: UNAM

El camino de la vida: Memoria Autobiográfica/II

¿Qué es eso de la “Memoria Autobiográfica” y cuál es su papel en la construcción de la identidad, la mismidad, la autoconciencia y el sentido de pertenencia?

Por: J. Enrique Álvarez Alcántara, Visitas: 1083

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Al Dr. Jesús Ramírez-Bermúdez

Al Dr. Erwin Villuendas González

 

Amables lectores que siguen esta columna. Esta ocasión, dando continuidad a nuestra colaboración precedente, trataré de cerrar los conceptos fundamentales que encierran el asunto de la memoria y prepararé el terreno para una tercera y última parte.

Una vez que expuse una serie de interrogantes que constituyen el hilo conductor de nuestras reflexiones, entre las cuales destaco: ¿qué importancia tiene reflexionar sobre la memoria? ¿es que acaso ésta, per se, adquiere relevancia en nuestra vida cotidiana? ¿memoria y autorreferencialidad? ¿memoria y autoconsciencia? ¿memoria y voluntad? ¿memoria y lenguaje? ¿memoria y escritura? ¿memoria e identidad personal? ¿memoria y mismidad? ¿memoria y aprendizaje? ¿memoria histórica y verdad? ¿memoria, objetividad y subjetividad? ¿memoria individual y colectiva? ¿es que acaso somos quienes somos porque disponemos de la memoria? ¿si perdemos nuestra memoria, acaso también perdemos nuestra identidad, autoconsciencia, autorreferencialidad, autobiografía, en fin, nos perderíamos a nosotros?

Habiendo elongado aún más las preguntas hasta lo ultraparadójico: ¿Qué sucedería si, a la inversa, no pudiésemos olvidar? ¿Qué función tiene el olvido en nuestra existencia? Como Irineo Funes o Shereshevsky, si no pudiésemos impedir grabar y grabar sin olvidar absolutamente todo cuanto sucede a nuestro alrededor ¿Qué sería de nuestras vidas? ¿Y si un conjunto de informaciones de una modalidad sensorial específica desencadena sensaciones de otra modalidad sensorial, las cuales, a su vez, elicitan recuerdos asociados a las segundas, hablamos de fenómenos sensoriales o mnésicos? ¿Qué sucedería si tratásemos de olvidar y nos fuese imposible lograrlo?

También expresé que, hasta este párrafo las interrogantes contemplan a los individuos y a las personas, empero si extendiésemos las preguntas en el curso del tiempo hacia los grupos, pueblos y comunidades ¿Podríamos suponer que colectivamente la memoria es trascendente para la historia, la identidad y el sentido de pertenencia?

En el ámbito micro, o intrapsicológico ¿Podemos concebir la memoria como un estado o como un proceso? Es decir, ¿la memoria es un “módulo” independiente de otros procesos (léase “módulos”) como el pensamiento, el lenguaje, la imaginación, la atención, la actitud intencional, el aprendizaje, la voluntad, etcétera? O, por el contrario, ¿se halla estrechamente vinculada, y no bajo un paralelismo isomórfico, a las diferentes expresiones de los procesos psicológicos superiores?

Sin que fuese un acto de contrición expresé: ¡¡¡menudo nudo el que pretendo desentrañar!!!

Finalmente, introduciéndome por este sendero aproximé una breve glosa sobre lo que concibo como la memoria; ahora bien, dando seguimiento a estas premisas interpondré algunas glosas más para precisar los límites de la reflexión.

Primero, tomando en consideración que el origen de este breve ensayo (aunque a la mirada de algunos no lo parezca), así como a su objeto de análisis debo glosar los que entiendo por Autorreferencialidad, en aras de diferenciarla o hermanarla –según estime el lector— con Memoria Autobiográfica, Identidad o mismidad.

Por este término entendemos aquí, “el proceso psicológico que permite reconocer que la agentividad de la acción, que el sujeto de la actividad representa y reconoce en sí mismo la fuente de la actividad, las acciones y tareas realizadas. Este concepto representa el acto mediante el cual el sujeto de la actividad atribuye a sí mismo, de manera consciente y voluntaria, tanto la actividad como las consecuencias de la misma. Es el acto, en fin, que refiere a sí mismo la intención, la actuación y las consecuencias de la misma. Por lo que exponemos, la autorreferencialidad implica actividad representacional, metarrepresentacional, intencional, atributiva y referencial” (J. Enrique Alvarez Alcántara, Temas selectos de psicología y neuropsicología, con un glosario de términos en psicología y neuropsicología. Alicante, Letrame, 2021. P. 249).

Como puede ser inferido, sin la memoria (o, en su defecto, con algunos tipos de alteraciones de la memoria), sin dauda alguna, este proceso autorreferencial quedaría trastocado.

Asimismo, y por otro lado, es imprescindible precisar los otros conceptos para ser claros.

El término de Identidad es crucial dentro de esta trama reflexiva. “Se reconoce la identidad, siguiendo a Igor S. Kon (1988), cuando “Como sujeto se ‘posee’ a sí mismo y a sus propiedades o bien como objeto en poder de fuerzas externas e inclinaciones propias. Bien como único, bien como múltiple; permanente o cambiante”. Según este psicólogo soviético, el problema de la identidad personal suele formularse en términos ético-existenciales y, naturalmente, psicológicos” (J. Enrique Alvarez Alcántara, Temas selectos de psicología y neuropsicología… Alicante, Letrame, 2021. P. 324).

Acudiendo a una de las reflexiones del físico y matemático Blaise Pascal retomemos el hilo fenomenológico: “¿Qué es el yo? Un hombre está parado en la ventana y mira a los transeúntes. ¿Puedo decir, al pasar por allí que él se asomó a la ventana sólo para verme? No, por cuanto él piensa en mí únicamente de paso. Pero, si aman a alguien por su belleza ¿Se puede decir que lo aman a él? No, porque si la viruela, dejándolo vivo, mata su belleza al mismo tiempo mata con ella el amor hacia ese hombre. Y si aman mi entendimiento o mi memoria ¿Se puede decir en este caso que me aman a mí? No, porque puedo perder estas cualidades, sin perderme a mí mismo. ¿Dónde se encuentra este ‘yo’ si no está ni en el cuerpo y ni en el alma? ¿A causa de qué amar el cuerpo o el alma sino es por sus propiedades, aunque ellas no constituyen mi ‘yo’, capaz de existir sin ellas? ¿Es posible amar la esencia abstracta del alma, independientemente de las propiedades que le son inherentes? No, es imposible y sería, además, injusto. Así, pues, nosotros no amamos al hombre sino a sus cualidades. No nos burlemos de quienes exigen que los respeten por el rango y por los cargos, ya que siempre amamos al hombre por las cualidades que él ha recibido para poseerlas por breve tiempo” (citado por I. S. Kon, En busca de sí mismo, Ed. Pueblos Unidos, Montevideo. 1988, Pp. 19).

Esta reflexión existencial de Pascal, centrada en el autoconocimiento de las cualidades personales y el valor que adquieren en su individualidad o en su ‘yo’, se encuentra relacionada con la idea de la identidad personal en sentido ético o reflexivo; bajo este supuesto, la unidad y continuidad de la autoconciencia no se encuentra sólo en las propiedades empíricas del ‘yo’, sino en los principios éticos y morales del individuo. Bajo esta óptica el ‘yo’ se compone de tres cualidades; las dos primeras son la ética y la existencial, la tercera es la moral.

Ahora bien, psicológicamente hablando, la noción de identidad se refiere a la “autoconsciencia singular”, que no es otra cosa que el conocimiento de la propia existencia, del propio ser. En seguida, es referida la “autoconsciencia recognoscente” que se refiere a la toma de consciencia, dentro de las relaciones interpersonales, de que él existe para otros. Es decir, comprender un “sentido de pertenencia”, con los otros y para los otros. Finalmente, se requiere la expresión de la “autoconsciencia universal”, lo cual significa que las “mismidades” actuantes, gracias a la interiorización de los principios generales de la “familia, clase social, grupo de pertenencia, patria, Estado, así como de todas las virtudes, amor, amistad, valentía, honor, gloria” toman consciencia no sólo de sus diferencias, sino también de su profunda comunidad e incluso identidad.

Siguiendo el hilo conductor de esta idea, Autorreferncialidad e Identidad serían inseparables como un binomio componente de una categoría superior e incluyente: a saber, Autoconsciencia; y, a su vez, esta tríada ¿qué sería sin la memoria?

Por otro lado, algunos filósofos, biólogos, antropólogos, neurólogos o psicólogos (J.M. Baldwin, G.H. Mead, P. Janet, L.S. Vigotski o S.L. Rubinstein) sostienen que la “mismidad o identidad” se describe como: 1) sujeto de la conciencia y de la actividad, 2) como realidad sustancial ontológica, 3) como un todo sistémico, unitario o como un conjunto de elementos, rasgos, características y dimensiones, 4) como estructura y como proceso, 5) como formación intraindividual, así como formación intersubjetiva construida en el proceso de internalización de los sujetos.

Como vemos, pues, Consciencia, Autoconsciencia, Autorreferencialidad, Identidad o Mismidad, aparecen en el discurso, sin diferenciación del nivel de análisis en que se expresan estas cualidades, como referentes de la estructura psicológica más íntima de la Personalidad.

Y, de nueva cuenta, ¿si la memoria se altera que sería de ellas?

Pero avancemos un poco más.

Por su lado, el neurólogo británico Oliver W. Sacks, recientemente fallecido, en su articulo El Marinero Perdido, dedicado al síndrome de Korsakoff y citando al Padre de la neuropsicología, Alexander Luria, refiere literalmente: “Un hombre no es sólo su memoria. Tiene sentimientos, voluntad, sensibilidad, “yo moral” (subrayado mío) … es ahí… donde puede usted conmoverlo y producir un cambio profundo”. Y agregará para ser más claro: “La memoria, la actividad mental, la mente sólo no podía fijarlo; pero la acción y la atención moral podían fijarlo plenamente… era evidente que Jimmie se encontraba a sí mismo, encontraba continuidad y realidad en el carácter absoluto del acto y de la atención espiritual… Jimmie, tan perdido en el tiempo ‘espacial’, extensional, estaba perfectamente organizado en el tiempo ‘intencional’, bergsoniano; lo fugaz, insostenible como estructura formal, era perfectamente estable, se sostenía perfectamente como arte o voluntad. Además, había algo que persistía y que sobrevivía”. Es decir, Jimmie conservaba la identidad personal e intencional, pese a haber mostrado una amnesia global.

El sí mismo como testigo, adicionará el neurocientífico portugués Antonio Damasio, es algo, en cada uno de nosotros, que muestra que las nociones de protagonista y testigo no se reducen a la memoria y se enclavan en la conciencia de sí o identidad.

Por lo que ahora se ha expuesto de manera no muy sencilla, el concepto de Mismidad es un término infrecuentemente utilizado en nuestro medio, además de que resulta de difícil comprensión y explicación; no solamente se refiere al hecho de la autorreferencialidad, al hecho de reconocerse a sí mismo como el sujeto de la actividad y fuente original de la misma; el hecho de “saber” que uno mismo es uno mismo, pese a la permanente movilidad del ser, es un punto de partida de esta mismidad. Sin embargo, reconociendo que uno mismo es uno mismo, no únicamente por el nombre o el cuerpo que somos, sino que más allá del cuerpo y nombre seguiremos siendo nosotros mientras tengamos vida, es la cuestión primordial; es un punto de referencia en la estructuración de la identidad y la personalidad. Ser y dejar de ser, permanentemente, para ser de otro modo, sin dejar de ser uno mismo, pero siendo uno distinto, permanentemente, es sólo una cualidad de la mismidad.

Quizás por lo que he presentado hasta ahora, puedo señalar que cuando se habla del “Yo” se habla también de “migo”. El primero sin el segundo es una entelequia o una mutilada identidad personal.

Resulta fenomenológicamente obvio, resulta de una pregnancia inevitable el hecho de que cuando “yo” hablo con “migo” no lo hago con “yo”; o cuando “tú” hablas con “tigo” no lo haces con “tú”; “tigo”, “migo” o “sigo” son ese “socius” que acompaña al “Yo”, a “Tú” o a “Él”.

Siguiendo al psicólogo francés Henri Wallon y a L.S. Vigotski, podemos, además, reconocer que la actividad reflexiva y autorreferencial es sólo posible, sí y sólo sí, disponemos de un socius, de un alter ego que nos “acompañe” como “otro yo” y que nos permite realizar diálogos interiorizados, o monólogos reflexivos.

Recordemos aquí que en el año de 1885, Herman Ebbinghaus realizó los primeros estudios publicados sobre la memoria, vinculados particularmente con el fenómeno del olvido, el cual era definido como: “la extinción espontánea de las huellas mnésicas, que se intensifica gradualmente a medida que pasa el tiempo”. Su ampliamente conocida “Curva del Olvido” está construida sobre la base de esta idea, y la explicación de las causas de este fenómeno se conservó, prácticamente inamovible, hasta la segunda mitad del siglo XX.

Según Sigmund Freud, el olvido es, en esencia, un “bloqueo” de las impresiones, escenas o vivencias que tienen las personas como consecuencia de experiencias traumáticas vividas, de modo tal que éste se expresa como un “Mecanismo de Defensa del Yo”, y su realización ocurre de manera inconsciente para la persona que lo enfrenta; a este “olvido” se le conoce como “represión”. Otras veces, “el olvido” aparece encubierto mediante “otros recuerdos” que tienden a velar lo olvidado y enmascararlo con un “falso recuerdo”. Este proceso es también inconsciente para el individuo.

De este modo, las ideas de Ebbinghaus y Freud refundieron a la memoria dentro de procesos inconscientes, irracionales y pasivos, sujetos a procesos de inhibición, represión o extinción.

Pese a ello, debemos admitir que, también, ambos personajes hermanaron muy explícitamente los eventos de la memoria y el olvido, por ende, nos es dable admitir que la categoría de Amnesia Traumática va mucho más allá de la categoría de olvido. En la vida cotidiana es imposible comprender los orígenes y el desarrollo de la memoria, divorciados de un fenómeno tan repudiado, desacertadamente, del olvido. Memoria y olvido será la tesis y antítesis de la construcción del “Yo” de la identidad, la mismidad, autorreferencialidad y la personalidad.

Restaría, para la tercera y última parte de esta serie expuesta en El Camino de la Vida, las cuestiones relativas a la Memoria Autobiográfica y su relación con la personalidad.

 

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