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El camino de la vida: El Principio Esperanza. Siguiendo a Prometeo

Esta ocasión, cual Poeta Prometéico, me sirvo de la palabra hablada y de la imagen viva de mi rostro para lanzar al viento los sonidos de mi voz y los gestos de una cara que quizás pudieran conocer

Por: J. Enrique Álvarez Alcántara, Visitas: 744

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Me propongo lanzar a los cielos mi pensamiento —un conjunto de “voces interiores” que conforman las ideas de una historia, una comunidad, una vida, vivencias y por qué no decirlo, la síntesis histórica y personal de una existencia colectiva y comunitaria.

Quiero decir —toda vez que aún transitamos, desde hace ya casi dos años, las avenidas del distanciamiento físico, del confinamiento domiciliario, la comunicación mediada por recursos tecnológicos que nos han permitido afrontar las distancias espacio temporales, la angustia, el miedo, el dolor ante pérdidas irreparables, la desesperación o los sentimientos de ira, desesperanza y culpa; una vez que, ciertamente, debido a los avances científico-técnicos, parece que nada está perdido para la humanidad, a no ser la enorme cantidad de muertes ocurridas como consecuencia de la presencia de este nuevo virus—; repito, como hubo dicho y escrito el Poeta Prometéico, que desde siempre, aunque no nos hubiésemos percatado de ello, siempre se ha encontrado ante nuestra faz, el “Fuego de Prometeo”.

A pesar de que Fuerza espetaba a Hefesto, según narraba Esquilo:

“—Hemos alcanzado la región extrema de la tierra, el rincón escítico, en un desierto nunca hollado. Hefesto, a ti te concierne cumplir las órdenes que te dio tu padre, en estas abruptas rocas sujetar a este malhechor con grilletes irrompibles y vínculos de acero. Porque robando tu flor, el resplandor del fuego, origen de todas las artes, se la entregó a los hombres. Ha de pagar la pena a los dioses por una falta como ésta, para que aprenda a soportar la tiranía de Zeus y renunciar a sus sentimientos humanitarios.

Y profería mensaje como éste a Prometeo, antes de ser encadenado a unas rocas:

—Ahora sé, allá, insolente y despojando a los dioses de sus privilegios, dáselos a los efímeros. ¿Qué alivio son capaces los mortales de llevar a tus penas? Con falso nombre los dioses te llaman Prometeo, pues tú mismo necesitas un previsor para saber de qué manera te librarás de tal artificio.

Ante ello, Prometeo expresaba:

—¡Oh éter divino, y vientos de alas rápidas, y fuentes de los ríos, y sonrisa innumerable de las olas marinas, y tierra madre universal, y círculo omnividente del Sol; yo os invoco: ¡ved lo que, siendo dios, sufro de los dioses!

Mirad con qué ultrajes desgarrado he de padecer durante un tiempo infinito de años. Tal es la cadena infame que contra mí ha inventado el joven caudillo de los Felices. ¡Ay, ay! Por el sufrimiento, presente y futuro gimo, sin saber cuándo surgirá el fin de estos males.

Pero ¿qué digo? Todo lo que ha de acontecer lo sé bien de antemano y ninguna desgracia imprevista vendrá de nuevo sobre mí. Pero es preciso soportar lo más ligeramente posible la suerte decretada, sabiendo que no hay lucha contra la fuerza de la Necesidad.

Con todo, me es igual de imposible callar o no callar esta desgracia. Porque habiendo proporcionado una dádiva a los mortales estoy uncido al yugo de la necesidad, desdichado. En el tallo de una caña me llevé la caza, el manantial del fuego robado, que es para los mortales maestro de todas artes y gran recurso. De este pecado pago ahora la pena, clavado con cadenas bajo el éter.

¡Ah, ah! ¿Qué ruido, qué aroma invisible ha volado hasta mí? ¿Vienes de un dios, de un mortal o de un semidiós? ¿Ha llegado a este peñasco, en los límites del mundo para contemplar mis penas, o qué quiere? Mirad encadenado a este dios desgraciado Odiado de Zeus, me he enemistado con todos los dioses que frecuentan la corte de Zeus por mi gran amor hacía los hombres. ¡Ay, ay! ¿Qué movimiento de alas escucho cerca de aquí? El aire susurra con ese ligero batir de alas. Todo lo que se aproxima me produce pavor”.

Quiero recordar aquí, sentado y mirando al infinito, algunos fragmentos del Poema Prometéico, escrito y salmodiado por el poeta mismo, con su voz casi susurrada al oído, como queriendo invitar a la rebelión a quienes le escuchamos:

“TENGO que repetir unas palabras que ya he dicho otra vez. Importa repetir. Porque hay que aprender nuevas definiciones. Los antiguos preceptores nos habían engañado. Los viejos preceptistas retóricos habían definido mal.

El genio poético prometéico es aquella fuerza humana y esencial que, en los momentos fervorosos de la historia, puede levantar al hombre rápidamente

de lo doméstico a lo épico,

de lo contingente a lo esencial,

de lo euclidiano a lo místico,

de lo sórdido a lo limpiamente épico.

Tiene esta virtud en la hora de las grandes revoluciones humanas. De ordinario es una fuerza general latente, pero aún dormida va ganando a los hombres y a los pueblos para las grandes metáforas, para los grandes trasbordos de la historia. Suele existir como un símbolo y es comúnmente la conciencia de un grupo de hombres personificada en un héroe imaginario, nacional o universal.

El poeta no es aquel que juega habilidosamente con las pequeñas metáforas verbales, sino aquel a quien su genio prometéico despierto lo lleva a originar las grandes metáforas:

sociales,

humanas,

históricas,

siderales...

(…)

Allí donde esté la imaginación ha de estar la voluntad enseguida:

con la espada,

con la carne,

con la vida,

con el sacrificio,

con el ridículo,

con la pantomima,

con el heroísmo,

con la muerte…

La metáfora poética desemboca entonces en la gran metáfora social.

Cuando el hombre doméstico, egoísta y tramposo, degrada el mundo y todo lo rebaja; cuando las cosas no son lo que deben ser, lo que pueden ser, el mecanismo metafórico del poeta es el primer signo revolucionario. Y antes denuncia nuestras miserias el poeta que el moralista.

(…)

¿Queréis que el poeta prometéico hable más alto y más claro? ¿Que se exprese de una manera dialéctica? Pero el poeta prometéico no es un orador de mitin. Y no es urgente, no es necesario todavía extenderle un carnet. Nadie debe decir: este poeta es marxista porque entonces la Poesía perdería elevación. El poeta prometéico está con vosotros ¿qué más queréis? Vuestra pequeña revolución económica y social de hoy cae, se defiende y se prolonga bajo la curva infinita de su vuelo”.

Ciertamente, allí donde se halla la imaginación, la voluntad de vencer y triunfar, la intención transformadora y revolucionaria, esa actitud intencional, qué sé yo… Allí estará también la Utopía —aquello que aún no tiene su lugar en el espacio histórico y social— y hermanada estará con la Ucronía —aquello que todavía no encuentra su tiempo histórico y social—, empero que no por ello no hallarán su espacio y su tiempo. Utopía y Ucronía enmascaradas por significados inventados por los preceptistas del ayer, del pasado, de lo inconsciente e irracional, para engañarnos y confundirnos; para anestesiarnos y encadenarnos, como a Prometeo, a los peñascos de la amnesia, de la escisión psicológica, de las falsas creencias, de la inconsciencia, de un irracional miedo y una imbatible desesperanza o sentimiento de indefensión aprendida.

Otra vez, repito lo que reiteró hasta la saciedad el Poeta Prometéico en su Poema Prometéico para que no quede en la ignorancia o el olvido:

Allí donde esté la imaginación ha de estar la voluntad enseguida:

con la espada,

con la carne,

con la vida,

con el sacrificio,

con el ridículo,

con la pantomima,

con el heroísmo,

con la muerte…

Itero, dos años nos separan ya del comienzo de esta “Era de la Peste” y, con certeza lo digo, dos años parecen una nada ante la promesa de las utopías y las ucronías. Ellas ocupan, aparente a la distancia, el punto que ilumina nuestros pasos. Son “aquello que hace falta”, lo que no se tiene, pero se desea, “lo que se espera y es esperado”, “lo que no es, pero pudiera ser” gracias a la fuerza poética —de poiesis— de nuestra imaginación y acción práctica —léase praxis. Lo inexistente aún, pero posible, esperable y deseable.

La Utopía nunca puede ser reducida a lo que Tomás Moro, Tomasso Campanella o Francis Bacon imaginaron; la Utopía y la Ucronía se asemejan mucho más a las acciones y pensar de Prometeo, Ulises, Fausto, Don Juan, Jacinto Caneck o Tupac Amaru II. Son sustancialmente una herramienta esencial para que los seres humanos, a cada paso que damos en su dirección, a pesar de las ilusiones que parecen mostrarnos que se alejan doblemente —es decir, que a cada paso que damos pareciera que se aleja dos pasos más—, sigamos avanzando porque otro principio nos sostiene de pie: el “Principio Esperanza”.

¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos? ¿Qué esperamos? ¿Qué nos espera?

Fueron las cinco interrogantes con las cuales Ernst Bloch dio comienzo a su enorme obra El principio esperanza (en tres tomos, Trotta, Madrid, 2004, 2006 y 2007, edición a cargo de Francisco Serra) —y que considero, debido a su estilo literario, debió intitularse Oda a la Esperanza—, en la cual agregará, desde el comienzo mismo, una vez planteadas las preguntas, la siguiente idea: “Muchos se sienten confusos tan sólo. El suelo vacila, y no saben por qué y de qué. Esta situación suya es angustia, y si se hace más determinada, miedo”.

Y adicionará, sin dubitar, lo que a continuación susurro a los cuatro vientos:

Una vez alguien salió al ancho mundo para aprender qué era el miedo (refiriéndose al cuento de los Hermanos Grimm: Historia de uno que hizo un viaje para saber lo que era el miedo). En la época que acaba de pasar se ha logrado esto con mayor facilidad y más inmediatamente; este arte se ha dominado de modo terrible. Ha llegado el momento —si se prescinde de los causantes del miedo— de que tengamos un sentimiento más acorde con nosotros.

Se trata de aprender la esperanza. Su labor no ceja, está enamorada del triunfo, no del fracaso. La esperanza, situada sobre el miedo, no es pasiva como éste, ni, menos aún, está encerrada en un anonadamiento. El afecto de la esperanza sale de sí, da amplitud a los hombres en lugar de angostarlos, nunca puede saber bastante de lo que les da intención hacia el interior y de lo que puede aliarse con ellos hacia el exterior (…) No soporta una vida de perro, que sólo se siente pasivamente arrojada en el ente, en un ente incomprendido, o incluso lastimosamente reconocido. El trabajo contra la angustia vital y los manejos del miedo es un trabajo contra quienes los causan, en su mayoría muy identificables, y busca en el mundo mismo lo que sirve de ayuda al mundo: algo que es susceptible de ser encontrado (…)”.

He aquí el quid de las interrogantes y del hilo que conduce este pensamiento y estas palabras.

Sin embargo, más allá de los sueños e ideales infundados que se presentan como deseos amorfos e inaprensibles, que se nos muestran como fantásticas imágenes carentes de significado y sentido, el sueño de la Utopía o la Ucronía aparece como idea de futuro posible, es percibido como un punto de llegada, deseable y realizable, o alcanzable; el deseo, freudianamente concebido, se rige por un Principio de Placer, efímero, individual, inconsciente, intrapsíquico, mientras que el Principio Esperanza es eyectado desde un Principio de Realidad, que recursivamente incluye al deseo, no lo niega, pero se expresa más allá de nuestra interioridad e individualidad. Tener un punto de llegada que se torna inexorablemente en un nuevo punto de partida nos muestra a todas luces que los seres humanos y las circunstancias ante las cuales nos encontramos están inconclusas, perpetuamente inacabadas; se hallan y nos hallamos en perpetuo movimiento y transformación, pero esta dialéctica, este permanente cambio no se encuentra sujeto a los caprichos del azar, se encuentra estrechamente impulsado por una necesidad, por una carencia, por la ausencia de aquello que hoy parece distante, y que si proyectamos y organizamos nuestra actividad y nuestras acciones o tareas en dicho  sentido y dirección, alcanzaremos la meta. Tener un punto de llegada nos permite planificar y autorregular nuestra actividad, evaluar nuestros actos, corregir nuestros desaciertos y, sobremanera, escapar al perpetuo ensayo y error.

Dice, otra vez, Ernst Bloch:

¡Con qué abundancia se soñó en todo tiempo, se soñó con una vida mejor que fuera posible! La vida de todos los hombres se haya cruzada por sueños soñados despierto; una parte de dichos sueños es simplemente una fuga banal, también enervante, también presa para impostores; pero otra parte incita, no permite conformarse con lo malo existente, es decir, no permite la renuncia. Esta otra parte tiene en su núcleo la esperanza y es transmisible. Puede ser extraída del desvaído soñar despierto y de su taimado abuso, es activable sin vislumbres engañosos. No hay hombre que viva sin soñar despierto; de lo que se trata es de conocer cada vez más estos sueños, a fin de mantenerlos así dirigidos a su diana eficaz y certeramente. ¡Que los sueños soñados despierto se hagan más intensos (…) Los sueños soñados despierto pueden, por eso, hacerse verdaderamente más intensos, es decir, ¡más lúcidos, menos arbitrarios, más conocidos, más entendidos y en mediación con las cosas! A fin de que el trigo que quiere madurar pueda ser estimulado y recolectado.

He aquí la importancia de no concluir que nos encontramos frente a un muro impenetrable o infranqueable y que nada podemos hacer, que nos hallamos predestinados al fracaso, a la aniquilación, a la derrota o, muy elegantemente escrito y dicho, a desear el pasado, el “antes de”, el ayer; o, todavía más, que tenemos ante nosotros una “nueva normalidad” y estabilidad que no podemos aún comprender o anticipar porque es un retorno al pretérito que ha sido recubierto con una máscara que denominan “nueva normalidad”. Ello significaría quedar atrapados no sólo ante la incertidumbre y el miedo, que paralizan. Ello sería tanto como rendirnos ante un sentimiento de indefensión y desesperanza que nos liquidaría.

Tengamos claro que no sólo es una pandemia y epidemia; sepamos que las guerras —denominadas eufemísticamente conflictos—, las violencias estructurales que son cobijo de todo tipo de delincuencias, las relaciones de dominio/subordinación y de producción y reproducción de las condiciones materiales y subjetivas de existencia que mantienen necesariamente la pobreza y la miseria, la corrupción —en su acepción no anclada a su esencia filológica— y la impunidad, los flujos migratorios en busca de mejores condiciones de existencia, qué sé yo, son muestra viva de lo que no deseamos, de aquello que despreciamos, a lo cual le tenemos un odio irrefrenable.

Sepamos que los sueños en vigilia, que las utopías y las ucronías son una herramienta que nos permite imaginar el mundo como debiera ser y orientar selectivamente nuestra actividad, individual y colectiva, en dicha dirección.

Es decir, que no existe posibilidad alguna de deshacernos de lo más deleznable de nuestra existencia sin tener como antítesis antepuesta lo que anhelamos, lo que ahora mismo no tiene espacio y tiempo —léase las utopías y las ucronías— pero que podrán ser alcanzadas. La presencia perenne de la ausencia como objeto de los sueños en vigilia. Tesis y antítesis mediadas por una síntesis inconclusa y en perpetuo movimiento. Dialéctica pura, pero anclada en un materialismo que se monta sobre la necesidad, cabalgando más allá, pero más allá, del azar y la contingencia, que se sostiene en la necesidad y en un Principio de Realidad Socio-histórica. Se hace posible porque una praxis propicia las condiciones necesarias para su construcción y producción.

Repito, otra vez es necesario hacerlo, aquello que el filósofo y político comunista italiano Antonio Gramsci expresaba, a tono con el canto de este monólogo, Contra el pesimismo, Previsión y perspectiva. Aunque él lo planteó al revés. Previsión y perspectiva. Contra el pesimismo.

Es cierto, prever significa únicamente ver claro el presente y el pasado en tanto que movimiento. Ver claro: esto es, identificar con exactitud los elementos fundamentales y permanentes del proceso. Pero es absurdo pensar en una previsión puramente “objetiva”. Quien hace la previsión tiene, en realidad, un “programa” que quiere hacer triunfar, y la previsión es un elemento de ese triunfo. Ello no significa que la previsión deba ser siempre arbitraria y gratuita o simplemente tendenciosa. Puede decirse, antes bien, que sólo en la medida en que el momento objetivo de la previsión se halla vinculado a un programa adquiere objetividad. 1) Porque sólo la pasión aguza el intelecto y coopera a hacer más clara la intuición; 2) Porque siendo la realidad el resultado de una aplicación de la voluntad humana a la sociedad de las cosas (del maquinista a la máquina), prescindir de cualquier elemento voluntarista o considerar únicamente la intervención de la voluntad ajena como elemento objetivo del juego general es mutilar la realidad misma. Sólo aquél que quiere con fuerza identifica los elementos necesarios para la realización de su voluntad.

He aquí el “nudo gordiano”. Karl Marx, en sus Tesis VI y XI sobre Feurbach lo resume magistralmente.

Ahora bien, no deseo seguir perorando sobre algo que la alienación, como fenómeno social, ha tornado en amnesia, negación, negligencia o desconocimiento. Si el presente es de resistencia y lucha fundada en los sueños vigiles, el futuro, sin duda, como humanidad, será nuestro.

Como concluye en el Prólogo del tomo (I) de su enorme y monumental obra Ernst Bloch, que en realidad es una introducción a sus ideas expuestas  en la trama de los tres tomos puedo decir sin temor a equivocarme:

El Ser se entiende desde “su de dónde”, y por eso, sólo como un algo igualmente tendente, como algo hacia un “a dónde” todavía inconcluso. El ser que condiciona la conciencia, como la conciencia que elabora el ser, se entienden, en último término, sólo en aquello desde lo que proceden y hacia lo que tienden. La esencia no es la preteridad; por el contrario, la esencia del mundo está en el frente.

 

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