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Las elecciones del domingo 6 de junio y sus resultados dan pie a múltiples interpretaciones y explicaciones - Foto: Foto: Margarito Pérez Retana

El camino de la vida: Acción de interpretar

¿Comprender, interpretar o explicar? Un desafío permanente; el autor reflexiona sobre las múltiples opiniones y análisis que surgen después de las elecciones del domingo 6 de junio

Por: J. Enrique Álvarez Alcántara, Visitas: 1027

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Presentación. Una vez que ha concluido el proceso electoral intermedio en México; una vez más que somos presa de los atracones de “información”, “análisis”, “opiniones”, “juicios”, “creencias”, “interpretaciones” y algunos anatemas que, siendo mutuamente excluyentes, se nos presentan como modelos explicativos y comprensivos verosímiles de tal suceso; ahora que todos los participantes se dicen ganadores de la contienda y afirman que los adversarios son los perdedores; ahora mismo que los “opinólogos” “extraen sus conclusiones” e “interpretaciones” y nos las enrostran como la verdad última que, en realidad no dejan de ser mensajes ideológicos con los que pretenden manipular nuestro pensamiento y conciencia. Empero, todavía más, también ahora que los mismos “opinólogos” y vividores de la palabra, cual pitonisas, augures, adivinos, prestidigitadores de la palabra, qué sé yo, nos anuncian el futuro que viene en la política nacional y en el desarrollo de nuestra nación, es necesario detenernos, respirar un poco, meditar y reflexionar críticamente sobre estos sucesos.

No cabe duda que este evento recién observado y que muestra resultados o hechos reales que se han interpretado, con base en los espejuelos ideológicos y los intereses ideológicos y políticos de quienes emiten tales “opiniones”, “juicios” o “creencias” como “la verdad” irrefutable e inamovible, exhibe una serie de hechos que son la base, supuestamente, de sus asertos; sin embargo, valdría la pena pasar por el tamiz del análisis y la reflexión crítica estos supuestos y proposiciones.

Antes, me propongo explicitar los elementos de juicio que subyacen a esta reflexión compartida con ustedes, amables lectores, pues de otro modo no dejaría de ser una interpretación más si fundamento alguno.

Premisas. Desde que la lingüística estructural nace, de la mano de Ferdinand de Saussure, queda muy clara la descripción y definición de Signo Lingüístico: Es la unidad mínima que compone la competencia comunicativa entre los humanos. Ésta, a su vez, se compone de dos elementos básicos, a saber: El significante y el significado. Es decir, que la unidad mínima pudiera ser reconocida como la palabra. Cada palabra posee una estructura física, material (el significante) y un contenido psicológico (el significado). Como puede comprenderse, la palabra tiene una función referencial, representa algo que se encuentra fuera de la palabra misma. Sin embargo, el proceso de la comunicación (sea oral, escrita o signada por cualquier otro sistema de signos) no consiste en hilar palabra tras palabra, uniendo secuencialmente cada una de éstas por su significado con las próximas. Este proceso requiere, por lo menos, la relación entre dos clase de palabras, aquéllas que se refieren a lo real, es decir, los sustantivos (propios o comunes) que refieren diversos objetos o segmentos de lo real, y los verbos que refieren acciones; esto es, las oraciones o proposiciones son en realidad las unidades del proceso de comunicación.

También Saussure diferencia nítidamente la palabra de la lengua. La primera se relaciona estrechamente con la competencia que poseen los seres para hablar (le llamaremos competencia lingüística, que es individual o personal) y, la segunda, se halla fuera del sujeto y es universal o colectiva; es, en esencia, el idioma. En otros modelos explicativos en teoría de la comunicación se le denomina código.

Pues bien, toda acción comunicativa trasciende, sin duda alguna, a la competencia lingüística. Y, naturalmente, el objeto de análisis de la acción comunicativa, no es la palabra, sino el discurso. Palabra y discurso no son lo mismo. Los hechos no hablan. Los hablantes son quienes, a través del discurso, comparten sus ideas, supuestos, creencias, qué sé yo, a sus destinatarios para tratar de “convencerlos” o imponerles sus interpretaciones como “modelos verosímiles” y explicativos de los segmentos de lo real.

Vale la pena también diferenciar los propósitos o fines de la interpretación de los hechos mediante procesos de razonamiento. Si el objeto de la interpretación se dirige hacia el sujeto mismo que interpreta no tiene la finalidad de la comunicación y queda sólo la posibilidad de que buscaría, en caso de ser así, comprender lo que observa. No es, en este caso una acción comunicativa, sino una acción reflexiva y analítica. El sujeto de la actividad reflexiva y analítica es el sí mismo. Ahora bien, si el objeto de la acción reflexiva y analítica busca, además de la comprensión, la explicación de los por qué de esos sucesos, se proponga o no comunicarlos mediante un discurso a otros que no son él mismo, estamos refiriendo un fenómeno de naturaleza explicativa. Ello conduce insensiblemente a dos cuestiones, la primera, interpretar, comprender y explicar no son lo mismo; los procesos de interpretación son personales, se orienten o no hacia la acción comunicativa, asimismo, los procesos de comprensión y explicación tampoco son equivalentes, sin embargo, comprender y explicar no son mutuamente excluyentes, son complementarios. Comprender no implica necesariamente explicar ni demanda estar de acuerdo con lo que sucede, es de naturaleza psicológica y no explicativa. Lo que sucede, es, no implica criterio de verdad. Sin embargo, explicar busca deliberadamente hallar relaciones de causalidad probabilísticas en los hechos. Lo que sucede no predica –no dice— ni significa nada, per se. Es el sujeto de la acción interpretativa el que se propone comprender, explicar o comunicar lo que resulte de su acción reflexiva y analítica.

A pesar de que resulta ser un lugar común referir un motivo quassi catártico para la acción comunicativa; es decir, un no motivo, o un inconsciente deseo de descarga y expresión, sin más ni más y sin el deseo de pedir nada a cambio, quien emite un mensaje pretenderá siempre que al acto emisor suceda un acto de “lectura” o de interpretación del discurso. Es decir, que siempre se demanda –sin solicitarse explícitamente— que a la tarea de emisión del discurso le suceda el acto de “leer”, interpretar, comprender y compartir.

A toda acción comunicativa subyace una intención comunicativa múltiple y compleja. Primero, el propósito deliberado de la acción comunicativa requiere, además del acto mismo de comunicar, decir algo sobre algo, sin perder la finalidad del pensamiento; este asunto no es otro que el contenido del acto comunicativo. Uno desea comunicar y quiere comunicar sobre algo. La intención comunicativa contiene al acto mismo y a su contenido, mellizos inseparables de la acción comunicativa. Empero, acto y contenido no agotan la intención o el deseo, asimismo uno pretende decir algo sobre tal asunto para alguien y no para otros. Digo o comunico algo, sobre algo, para que los destinatarios compartan mis ideas, estén o no de acuerdo con ellas. Acto, contenido y destinatarios son la trípode de la intención comunicativa subyacente al acto comunicativo. Por otro lado, para complejizar aún más esta cuestión –que no complicarla—, y para mostrar una tetrápode, refiero aquí que acto, contenido y destinatarios no agotan el punto, faltaría todavía la forma o el estilo con el cual uno desea comunicar. ¡¡¡Ah Bajtin!!! En fin, acto, contenido, destinatarios y forma o estilo, exigen capacidades de semidioses helénicos y son la estructura que muestra en los discursos.

En virtud de las premisas expuestas a lo largo de este apartado, podemos afirmar que la acción comunicativa mediante los discursos no puede reducirse ni a un proceso de transmisión de información de un emisor a un receptor y viceversa, como tampoco puede comprenderse como un proceso que inexorablemente depende del acto de habla, fonéticamente estructurado y, sin embargo, sí podemos sustentar la tesis de que la comunicación depende de la presencia tetrapódica de contenidos, destinatarios, formatos o estilos, intención comunicativa y, naturalmente, la acción comunicativa misma que los sujetos de la acción materializan en un contexto sociocultural y sociopolítico dados.

 

Tesis

 

1. Si el objeto de nuestra actividad interpretativa y reflexiva es el conjunto de discursos que se propagan como “verdades” e “intenciones comunicativas” de los hechos sucedidos el domingo de la elección, nos encontramos ante falacias o sofismas que carecen de sustento porque “los hechos no hablan”, ni comunican, ni significan absolutamente nada. Son, o debieran ser, el objeto de la actividad interpretativa y reflexiva

2. Si el objeto de nuestra actividad interpretativa y reflexiva es el conjunto de discursos que se proponen atribuir a un segmento minúsculo –sea falso o verdadero—de lo real, excluyendo deliberadamente los otros elementos componentes del sistema complejo de lo real nos hallamos ante un “discurso justificacionista” que elude comprender y explicar lo real y que, además, se propone atribuir fuera de lo real mismo una supuesta causalidad.

3. Si el objeto de nuestra actividad interpretativa y reflexiva es el conjunto de discursos que no se aproximan verosímil y creíblemente a la explicación causal y a la comprensión de lo sucedido en lo real, sin dubitar, estamos frente a interpretaciones que deben extenderse más allá del discurso mismo.

4. Si el objeto de nuestra actividad interpretativa y reflexiva no considera las intenciones de quienes realizan la actividad discursiva estaremos atrapados en discurso de naturaleza ideológica que no nos permitirán comprender o explicar lo sucedido.

5. Si los discursos que interpretamos atribuyen intenciones a quienes realizaron el acto de votar a partir de los resultados mismos de las elecciones, como hechos, e inventan mensajes o significados de tales eventos, estamos frente a prestidigitadores de la palabra que se proponen manipular nuestra consciencia y nuestro pensamiento.

 

 

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