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El día de la masacre en la Universidad Centroamericana - Foto: Foto: Especial

Los mártires de la UCA y Cuernavaca

Después del asesinato de los jesuítas en El Salvador en 1989, en Cuernavaca se llevaron a cabo varias manifestaciones clamando justicia; integrantes de las Comunidades Eclesiales de Base encabezaron las protestas cobijadas por Sergio Méndez Arceo

Por: Jaime Luis Brito, Visitas: 1788

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El 16 de noviembre de 1989, cuando en San Salvador era asesinados Ignacio Ellacuría, Ignacio Martín Baró y sus otros cuatro jesuítas y dos empleadas, en la Universidad Centroamericana (UCA), en Morelos las Comunidades Eclesiales de Base impulsadas por Sergio Méndez Arceo todavía eran fuertes y su reacción fue un clamor por la justicia.

Desde 1990 hasta 1992, las mujeres y hombres que conformaban estos grupos identificados con la Teología de la Liberación, organizaron una marcha en demanda de justicia para los “martires de la UCA”, que recorría con consignas, cantos y oraciones, una buena parte de las calles de Cuernavaca.

En 1990 y 1991, la manifestación culminaba en la Catedral, donde el obispo emérito de Cuernavaca, Sergio Méndez Arceo, acompañado de la mayoría de sacerdotes que él mismo había ordenado, presidía la misa, no sin sentir el celo del obispo actual de ese momento, Luis Reynoso Cervantes.

Ni la mano de Jesús Posadas Ocampo, ni el propio Reynoso Cervantes, habían podido destruir en ocho años, el legado de Méndez Arceo, quien moriría en febrero de 1992. La misa incluía los cantos tradicionales salvadoreños: “Dios invita a todos los pobres a la mesa común por la fe, donde no hay acaparadores, y a nadie le falta el conque”.

Méndez Arceo, “el obispo rojo”, seguía siendo un activo defensor de los derechos humanos que no se amedrentó a pesar de que el Vaticano había tomado su renuncia en tiempo récord en 1982. De hecho, fue actor fundamental para conseguir los acuerdos de paz para El Salvador en 1992, donde atestiguó la firma de los Acuerdos de Chapultepec, justo unos días antes de su muerte.

Cientos de feligreses, que habían aprendido la solidaridad con Centro y Sudamérica de la mano del gigante que tomó como báculo una vara del campo con un bule, entendían que el asesinato de los jesuítas era uno más de los crímenes que había comenzado en 1980 con el asesinato en plena homilía de Monseñor Óscar Arnulfo Romero, hoy ya canonizado por Francisco.

Aquellas manifestaciones se conectaban con las que miles de norteamericanos realizaban también en ese día en demanda de que el gobierno de Estados Unidos cerrara la “Escuela de Asesinos”, conocida formalmente como “Escuela de las Américas”, situada hasta 1984 en la zona del Canal de Panamá, y ahora en Fort Benning, en Georgia, fue la responsable de la formación de la mayoría de los dictadores que asolaron Latinoamérica.

Los norteamericanos pedían año con año su cierre y la policía terminaba reprimiéndolos y arrestando a decenas de ellos. Al final provocaron no sólo el cambio de sede de la “escuela de asesinos” sino incluso el nombre a: Instituto del Hemisferio Occidental para la Cooperación en Seguridad. Se dice que quienes oprimían entonces al pueblo salvadoreño habían salido de esas aulas con mención honorífica.

 

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