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La semana del cerebro - Foto: Foto: Especial

El camino de la vida: La semana del Cerebro

El autor aborda una campaña de difusión anual que consiste en propiciar condiciones favorables para la toma de conciencia pública sobre el cerebro

Por: J. Enrique Álvarez Alcántara, Visitas: 635

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El cerebro humano, en ninguna circunstancia, piensa, ama, sufre, llora, goza, decide, se emociona o conoce. Quien ama, sufre, goza, llora o conoce es el ser humano bajo un conjunto de condiciones históricas, culturales, económicas o políticas.

Parafraseando a Serguei L Rubinstein

 

La Semana Mundial del Cerebro es una campaña de difusión que se celebra anualmente. Su propósito consiste en propiciar las condiciones propicias para favorecer la toma de conciencia pública sobre los progresos y beneficios de la investigación del cerebro, así como su cuidado y aseguramiento de una mejor calidad de vida de nosotros los seres humanos.

Propuesta en el año de 1996 por la Dana Alliance for Brain Initiatives ( DABI) –una red mundial de grupos y personas interesadas en promover un conjuntos de actividades, acciones y tareas en torno al cerebro, en aras de favorecer ver su cuidado y generar actividades que ayuden a la toma de conciencia a este respecto—, se realiza en diversos países del orbe, durante la segunda semana del mes de marzo de cada año, una jornada semanal de actividades de carácter científico, académico y cultural, teniendo como objeto de análisis el encéfalo humano.

Instituciones académicas de educación superior en nuestro país promueven la organización y realización de la denominada “Semana del Cerebro” desde hace ya varios años.

Pero conviene preguntar ¿Por qué el cerebro?

Si acudimos, en principio, a diversos textos de carácter historiográfico sobre la pretensión explicativa y comprensiva de cómo es que los seres humanos hemos llegado a poseer conciencia de la realidad que nos circunda –física, histórica, cultural, simbólica o humana— y de la autoconciencia de ser nosotros mismos los sujetos de nuestra propia actividad mental o psicológica,  hallaremos  que el punto de llegada más importante en las respuestas a las interrogantes relacionadas con esta cualidad, hasta ahora considerada específicamente humana, topa con el encéfalo humano y, muy específicamente, la corteza cerebral y los lóbulos frontales del mismo órgano.

La vida cotidiana nos impone experiencias y tradiciones culturales que se aproximan imperceptiblemente a las reflexiones en torno al cerebro humano, el psiquismo humano, el comportamiento humano y la búsqueda de explicaciones a estos objetos de interés intelectual.

Vienen a mi memoria, por ejemplo, como verdaderas reminiscencias anecdóticas, cuando hube sido aún menor de edad (antes de haber cumplido los 18 años), las imágenes de una película mexicana intitulada Santo contra el Cerebro del Mal (1958), y no tengo la menor duda de que el propio título de dicha cinta cinematográfica encierra la tesis de que el cerebro del personaje principal es el que posee los rasgos y características de personalidad así como de su comportamiento “maligno” —que en esencia asume las ideas del “criminal nato” de Cesare Lombroso (1876)—, además de El Santo, el Dr. Campos, quien con inyecciones y técnicas de “lavado de cerebro” controla el comportamiento del personaje histórico mexicano, “Santo, el enmascarado de plata”.

Posteriormente, pude ver primero la película de Dalton Trumbo Johnny empuñó su fusil (1971) y, casi hasta hace menos de cinco años, leí del mismo autor y director el libro cuyo título es exactamente ese. La trama no deja de ser sorprendente dado que se trata de un personaje, un sobreviviente de un trauma de guerra durante la Primera Guerra Mundial que le dejó ciego, sordo, sin brazos y sin piernas y, para no detenerme ahí, sin maxilar inferior y sin lengua. Es decir, sobrevivió varios años con una ceguera, una sordera, un mutismo, con anosmia y ageusia, sin las herramientas derivadas de las manos y las piernas y pies y, no puedo olvidarlo, únicamente con el tacto pasivo de la epidermis que era su único vínculo o enlace con el mundo exterior a él. Adicionado a su condición, en una institución hospitalaria de corte militar, sin un daño encefálico, progresivamente va tomando conciencia de su condición y va “descubriendo” progresivamente que, pese a tener un cerebro humano sano y sin daño alguno, se hallaba atrapado tras los barrotes infranqueables del delirio porque carecía de cualquier referente de la realidad que le circunda. Al decir de Sigmund Freud, súbitamente perdió el “sentido de realidad”.

Esta película me impactó de tal manera que llegué a concluir que el cerebro, sin los otros elementos y partes de un ser humano completo, es tan discapacitado para comunicarse y relacionarse con la realidad externa a él y con los otros porque el cerebro no es el todo, es lisa y llanamente una parte, por lo demás, sumamente importante, para ser considerado humanamente hablando un sujeto activo de la actividad psíquica y física. El cerebro no podría se concebido como el Ser Humano, es una parte de él, y sólo eso, pese a ser comprendida como uno de los órganos más importantes de dicho ser.

Es aquí donde tuve el primer acercamiento a lo pernicioso de la “Falacia mereológica”, es decir, a la reducción de las propiedades de un todo sistémico, dinámico y complejo, a una de sus partes, así sea una de las más importantes en sentido humano.

Unos años antes, también, tuve el privilegio de ver la película Las manos de Orlac (1924); la trama o el argumento nos cuenta la historia de un pianista que debido a un accidente de tren pierde sus manos. Un médico le implanta las manos de un asesino que acaba de ser decapitado. Progresivamente Orlac vivencia una especie de delirio consistente en que las manos que le han sido implantadas lo dominan y lo impulsan a cometer crímenes. Su médico le explica que, gracias al poder de su voluntad, podrá controlar los impulsos criminales que emanan de sus nuevas manos. Orlac tiene la sensación de que las manos han tomado el control de su conciencia y de su personalidad. Cuando su padre, al que odia, es asesinado, el pianista está convencido de que él le ha clavado la puñalada letal, aunque no lo recuerda. Pareciera que el poder brutal de la carne implantada es capaz de dirigir la mente del pianista. (Quienquiera que desee leer una descripción detallada puede hacerlo en: Roger Bartra, Las manos de Orlac https://letraslibres.com/revista-espana/las-manos-de-orlac/).

La trama prosigue con la toma de conciencia de que ha sido su mente la que le ha jugado una mala pasada a Orlac y recupera así la cordura.

Esta película que, por lo demás, no considera que el cerebro participe en esta dinámica sí asume, sin embargo, que es muy posible un “determinismo” del propio cuerpo en la organización de la estructura de personalidad y de la actividad de los seres humanos. Las manos del asesino, trasplantadas a Orlac, llevan esta tendencia determinante, en principio, pero “la mente” permite superar dicha tendencia.

Más recientemente pude ver la película Le Scaphandre et le Papillon (2007) que narra las consecuencias físicas y psicológicas de un daño cerebral en una persona. El personaje, Jean-Dominique Bauby sufre un evento vascular cerebral a la edad de 43 años, permaneciendo en estado de coma durante tres semanas. Progresivamente descubre que es víctima del "síndrome de cautiverio"; está totalmente paralizado, no puede moverse, comer, hablar, ni respirar por sí mismo y sin ayuda de otros. Su mente funciona con normalidad y solo es capaz de comunicarse con el exterior mediante el parpadeo de su ojo izquierdo. En esta circunstancia es forzado a adaptarse, Bauby crea un nuevo mundo a partir de las dos actividades sobre las que conserva el control voluntario: su imaginación y su memoria.

Sin la intención de referir más obras cinematográficas, que claro que las hay, y bastantes, trato de resaltar el hecho de que el séptimo arte no ha dejado de introducirse en la trama de las relaciones inocultables entre cerebro y comportamiento humano.

Empero, debo recordar aquí que también la lectura de historias de vida o estudios de caso, o cuentos o novelas, han abordado directamente este asunto.

Fue en el año de 1977 cuando pude leer la primera traducción al castellano del sensacional trabajo de Alexander R Luria, El hombre con su mundo destrozado (Granica, Buenos Aires, Argentina), que narra la dinámica de vida de un personaje conocido como Lev Zasetski.

El 2 de marzo de 1943, en el frente de Smolensk, durante la Segunda Guerra Mundial, la vida del soldado Lev Zasetski se rompió en fragmentos que nunca logró recomponer del todo. Una herida en la región parieto-temporo-occipital izquierda de su cerebro lo transformó en una persona incapaz de comprender el mundo y a sí mismo. La mitad derecha de su cuerpo dejó de existir para él; podía distinguir las letras del alfabeto, pero ignoraba su significado; sabía que tenía una madre y hermanas, pero no recordaba sus nombres; era un estudiante universitario que ahora no podía sumar; oía perfectamente, pero no comprendía las frases más sencillas. Es decir, a partir del daño cerebral era incapaz de comprender el lenguaje hablado, no podía leer, olvidaba el significado de las palabras y otras cosas, se afectó su memoria, la mitad de su cuerpo y del espacio perdieron su integridad... Desde luego, antes del accidente podía realizar tales actividades.

Fue quizás durante ese mismo periodo de tiempo que supe de un artículo científico escrito por el neurólogo británico radicado en los Estados Unidos de América cuyo nombre era Oliver W Saks. El artículo llevaba como título El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, y estaba dedicado al fenómeno de la Prosopagnosia, es decir, la incapacidad para reconocer los rostros que sí eran conocidos antes de una afección en regiones particulares del cerebro. Más tarde este artículo, junto con otros más, permitieron a Oliver Sacks editar el libro cuyo título es el mismo del primer artículo referido (El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, Muchnik, Barcelona, 1998)

Luego el escritor italiano Umberto Eco publicó su novela La misteriosa llama de la Reina Loana (2005, Lumen, Madrid, España). Umberto Eco nos cuenta en esta novela la historia de un personaje cuyo nombre es Giambattista Bodoni, mejor conocido como Yambo; éste era un vendedor de libros antiguos que ve afectada su memoria autobiográfica en algunos segmentos de relaciones personales, debido a un ataque al corazón y una consecuente hipoxia cerebral. El ataque cardiaco se relacionaba con una hipertensión arterial. Al comienzo de la novela, él puede recordar todo lo que ha leído (pues retiene su memoria semántica, y todo lo que ha aprendido en relación con movimientos (por ejemplo, cepillarse, manejar, etcétera, pues retiene su memoria implícita), pero no puede recordar a su familia, su pasado, o siquiera su propio nombre ni, asombrosamente, su relación con una amante.

También debo agregar, casi para concluir, el cuento de Jorge Luis Borges, Funes el memorioso (1944), este cuento narra el encuentro de un estudiante con Ireneo Funes, un joven con "rarezas como la de no darse con nadie y la de saber siempre la hora, como un reloj". Luego de haberse hallado postrado como consecuencia de un accidente que tuvo a los 19 años,

Primero perdió el conocimiento y luego, al recobrarlo, comenzó a ser capaz de recordar todo objeto y todo fenómeno con una memoria prodigiosa y detallada, cualquiera que fuese su antigüedad. Si antes podía saber la hora sin ver el reloj, ahora Funes había afinado sus asombrosas capacidades: lo recuerda todo, y cada percepción que tiene es, para él, una característica única e inolvidable.

Esto es, Irineo Funes sufre de hipermnesia, un síntoma del “Síndrome del sabio”, o “Savant autistic”.

Como podemos apreciar, este conjunto de referencias cinematográficas y literarias muestran nítidamente la importancia que tiene realizar estudios que nos permitan comprender y explicar la trascendencia de la organización y actividad cerebral en la organización de nuestra actividad psicológica y del comportamiento en el más estricto sentido humano de la palabra.

 

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