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Niños ferales, grabado encontrado en internet - Foto: Foto: Especial

El camino de la vida: Los ferales/I

Esta vez el autor inicia una nueva serie de artículos, con el tema de los niños ferales, abandonados y autismo; niños que fueron “abandonados” y crecieron en ambientes distintos

Por: J. Enrique Álvarez Alcántara, Visitas: 1328

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Actitudes infancia a lo largo de la historia. A lo largo de la historia de la humanidad encontramos diversas ideas, actitudes, y patrones de comportamiento ante la infancia y los infantes; sin embargo, entre más lejanos se encuentran nuestros intereses intelectuales del presente que nos aplasta con nuevas y urgentes interrogantes y problemas, mientras más buscamos tales ideas, actitudes y patrones de comportamiento, mientras más indagamos sobre los orígenes históricos de estos, mientras más nos alejamos hacia atrás, mientras más..., menos disponemos de informes ampliamente documentados y dedicados exclusiva o particularmente a estas cuestiones.

Las referencias documentadas que dedican a la infancia y a los infantes sus reflexiones prácticamente son inexistentes. Cuando aparecen algunas citas o expresiones relativas a este asunto, son expuestas a través de novelas, de pasajes bíblicos, de la tradición mitológica grecolatina o de textos narrativos de experiencias conservadas por la tradición oral.

Quizás existan algunas fuentes no consideradas aquí y que quien escribe desconoce; pese a ello, los datos aportados y sus fuentes permiten sostener las tesis y premisas fundamentales expuestas.

Desde las grandes culturas de la antigüedad –particularmente la china, la egipcia, la persa y la mesopotámica—la infancia es algo menos que un suspiro, un instante, un grano de arena en las playas y desiertos.

Por ejemplo, Mika Waltari (1964), en su obra Sinuhé el egipcio, narra los siguientes hechos:

«(...) Ignoro la fecha de mi nacimiento, porque llegué por el Nilo en una pequeña cesta de cañas calafateada con pez, y mi madre me encontró en los cañaverales de la ribera, en el umbral de su casa, donde me había depositado la crecida del río (...) Jamás pude saber de dónde había venido ni quienes eran mis verdaderos padres (...) Lo que sí sé seguro es no ser el único en haber bajado por el Nilo en una cuna calafateada con pez (...) De la misma manera que el lujo, la riqueza y el esplendor reinaban en los palacios y los templos, la pobreza asediaba las cabañas de sus alrededores. Muchos pobres abandonaban a sus hijos y más de una esposa rica, cuyo marido estaba de viaje, confiaba al río el fruto de sus ilícitos amores.»

Más adelante, nos contará sobre su infancia:

«Desde mi infancia mi padre me permitió asistir a sus consultas. Me mostró sus instrumentos, sus cuchillos y sus botes de medicina. Mientras examinaba a un enfermo, yo permanecía a su lado tendiéndole una taza, de agua, vendajes, ungüentos o vinos. Mi madre, como todas las mujeres, no podía ver los abscesos y las heridas. Y jamás aprobó mi infantil interés por las enfermedades (...) A los siete años recibí la vestidura de adolescente, que ciñe los riñones, y mi madre me llevó al templo a asistir a un sacrificio (...) Después de la comida, mi padre puso su hábil mano sobre mi cabeza y acarició los bucles de mis sienes. Tienes siete años, Sinuhé –me dijo—Debes elegir una carrera.»

Como puede apreciase, la vida y la muerte son los extremos naturales de una existencia efímera, fugaz; empero, cuando la muerte no aparece como destino inevitable, la brevedad de la infancia será elocuente. Como el mismo Sinuhé declara, ésta termina muy pronto, a la edad de siete años y, a partir de ese momento, la elección de la actividad a realizar será la opción para continuar la vida.

Obsérvese que, por otro lado, cuando topamos con algunas ideas diferentes con respecto a la infancia, desde esas eras, únicamente aparecen mitos que encierran a la misma dentro del mundo fantástico de las tradiciones y leyendas que fueron creándose a lo largo de la misma historia, pero que muestran a su vez el ambiguo sentimiento de deseo y abandono, cuidado y abandono, deseo de vida y deseo de muerte.

En este sentido, según refiere, Buenaventura Delgado:

“Los legendarios fundadores de Roma, Rómulo y Remo, fueron amamantados por una loba. Entre los griegos, Egisto fue criado por una cabra; Semiramis por una paloma; Píndaro por unas abejas; Pelías por una yegua, etc. Siempre se trata de personajes famosos, a los que hay que mitificar porque fueron reyes, grandes poetas. El resto de los niños (...) carece de historia”.

Siguiendo este hilo conductor, puede apreciarse nítidamente una relación evidente entre el abandono y la muerte de los menores a voluntad de sus progenitores o de quienes se negaban a mantener en su seno a los mismos, sea por las condiciones de miseria, por cuestiones morales o por incapacidad emocional para criarlos y darles afecto; sea cual fuere la causa, muerte y abandono son el rostro recurrente de las eras.

Pese a tales propósitos o condiciones circunstanciales, en todos y cada uno de estos «casos», debido a la atención de los animales y seres mitológicos más diversos, o la buena voluntad de algunas personas, a la decisión de los dioses o semidioses que protegieron a tales infantes, éstos sobrevivieron y se desarrollaron para alcanzar éxitos, también míticos.

Podemos considerar aquí las tragedias de Edipo Rey, narrada por Sófocles; o la vida del Profeta Moisés, narrada en el segundo libro del Viejo Testamento Bíblico, el Éxodo, y acordaremos que el suceso del ordenamiento del asesinato de los niños, o del abandono de los mismos para que no se cumplieran las profecías anunciadas por Pitonisas y Augures o la miseria los liquidara, era muy recurrente. Por otro lado, paradójicamente se mostraba como destino inexorable en estos casos una «Profecía Autocumplidora», consecuencia directa de un «Efecto Pigmalión».

Asimismo, por ejemplo, según refieren tanto la mitología griega como romana.

«Saturno fue el más chico de los hijos de Urano y de Tellus, el Cielo y la Tierra (... Titán y Saturno eran hermanos...). Según el derecho de primogenitura, Titán, el mayor de los hijos de Urano, era quien debía suceder a su padre en el trono, pero entre Tellus y Saturno lograron que Titán dejara gobernar en su lugar a Saturno con la condición de que asesinaría a sus hijos varones, para que en caso de morir el trono le quedara a los hijos de Titán (...) Saturno acepta y comienza a devorar a todos y cada uno de sus hijos recién nacidos de su matrimonio con Cibeles. Júpiter logra huir de su suerte, gracias a una estratagema de Cibeles consistente en envolver una piedra en tela y entregarla a Saturno para que al devorarla creyera que devoró a Júpiter; entonces Júpiter fue llevado clandestinamente a Creta donde fue amamantado por una cabra llamada Amaltea y cuidado para evitar su muerte. Luego Júpiter, después de varias peripecias, decide cobrar venganza de su padre, lo derrota y lo obliga a regurgitar a todos sus hermanos y hermanas»

Por otro lado, y en el mismo sentido, el Tágeto, monte griego donde los espartanos eliminaban a los niños que nacieran con defectos físicos o con rasgos que no correspondieran con sus expectativas, permanece como testigo mudo de la intolerancia original hacia las diferencias significativas (para quienes excluían a los otros) y la libertad absoluta para eliminar la infancia.

Incluso, el caso más dramático narrado en el Nuevo Testamento de la Biblia por los cuatro evangelistas (Marcos, Lucas, Mateo y Juan), refiere el asesinato de todos y cada uno de los menores de tres años, ordenado por el Rey Herodes Antipas, para impedir que emergiera el “Rey de los Judíos”.

Con los propósitos –uno explícito, el primero, y el otro implícito, el segundo-- de salvar la vida de Jesús y de que se cumplieran las profecías anticipadas por los Profetas, su familia (María y José), según se cuenta, protegidos por Jehová, escapan en un burro y se refugian en Egipto.

En este mismo sentido, siguiendo con las narraciones bíblicas, podemos observar que, en el Nuevo Testamento, la historia de Jesús es la única que realmente aparece como hilo conductor de la trama; sin embargo, su infancia, adolescencia y juventud, aparecen fugazmente y por breves espacios temporales, de modo que impiden saber realmente qué sucedió a lo largo de este extenso período de tiempo.

Veamos, por ejemplo, la primera escena: Nacimiento de Jesús; segunda escena, adoración de los magos y visita de los pastores a Belén; tercera escena, huida con María y José hacia Egipto; cuarta escena, aparece a los doce años discutiendo con los doctores y expertos. No aparece más hasta que ya es adulto, hacia una edad de 23 años.

Al parecer, los infantes y la infancia carecen de sentido en las primeras etapas de nuestra historia, por ende parecen ser inexistentes como referentes de dichas épocas.

En Egipto, en la Grecia antigua y en la Roma clásica, todos los personajes carecen de infancia y algunos seres mitológicos, como lo puede ser Esculapio o Asclepios –padre fundador de la medicina en la mitología—, fue primero separado de su madre, enseguida fue cuidado y educado por el centauro Quirón, quién le enseñó los secretos de los dioses para curar a los enfermos, posteriormente Zeus lo mandó matar por resucitar a los muertos y, por ser su padre Apolo, abogó por él para que fuese enviado a ser un dios sin contacto con los humanos.

La infancia más temprana carece de referencias a lo largo, muy probablemente, de los primeros quince siglos D.N.E.

Valga considerar que a partir del desarrollo y expansión del colonialismo, desde los siglos XV, XVI y XVII, la infancia comienza a ser considerada por la necesidad imperiosa de dominar no únicamente en sentido militar a los conquistados, sino también y, sobre todo, dominarlos desde su conciencia, desde su psique.

En nuestro caso latinoamericano, este fenómenos se expresó como la necesidad de «cristianizar y castellanizar a los indios», para conquistar su conciencia y dominar de maneras más sosegadas las nuevas colonias; ello significó primero, crear un sistema de transformación de los usos lingüísticos de modo que fuese posible que las nuevas generaciones hablasen, leyesen y pensasen en castellano; en seguida, era imprescindible traducir la Biblia y los catecismos a las lenguas originarias para cristianizar y, finalmente, se hizo necesario un sistema de educación de los niños indígenas en la lengua, religión, labores y valores de los conquistadores.

Los religiosos católicos comenzaron a plantear la importancia de la educación de los indios–léase castellanización y cristianización de las colonias y colonizados— y por ello promovieron la organización de instituciones religiosas que consideraron esta cuestión (Vasco de Quiroga, Bartolomé de las Casas, Toribio de Benavente mejor conocido como “Motolinía”, entre otros).

Otros religiosos se avocaron a la atención de los miserables, pobres y abandonados a su suerte por el hecho de adolecer de algunas deficiencias o por hallarse en los espacios de la pobreza y la inmundicia, entre ellos hallamos a Vicente de Paul y Luisa de Marillac.

Con el desarrollo del pensamiento liberal y racional, representado por la Enciclopedia Francesa, y muy particularmente por Denisse Diderot, Montesquieu, Condorcet, así como Jean Jaques Rousseau, se comienza a considerar a la infancia, por sí misma, como objeto de interés y responsabilidad del Estado para asegurar la formación de los futuros ciudadanos bajo una visión “natural”.

En el Emilio o de la Educación del Hombre Rousseau expone sus ideas sobre tres cuestiones que, a partir de ese momento, estarán en el centro de la discusión; en primer lugar hablamos del propio niño, en segundo lugar de la educación y, en tercer lugar, de la formación de los futuros ciudadanos.

Por otro lado, atravesando transversalmente estas cuestiones, plantea que naturalmente los niños son buenos y únicamente necesitan el ejercicio físico y moral en la naturaleza, al margen de los vicios de la sociedad, para desarrollarse plenamente.

Más tarde, los expósitos, abandonados y «vagos» y miserables serán el objeto de estas reflexiones, propuestas y atenciones; asimismo, a partir de estos, derivarán teorías sobre el desarrollo, la educación, la «degeneración» del espíritu y los «orígenes de la delincuencia» como fenómeno social.

Quizás, a partir del mismo siglo XV se aprecie una segunda vertiente de análisis, esta se refiere a las relaciones obligadas entre padres e hijos y, posteriormente, con el surgimiento de la educación pública, la relación entre educadores y niños.

Esta relación tríadica entre los niños, los padres y la familia, así como con los educadores y la escuela, será la consecuencia obligada de las decisiones morales y políticas para con los niños.

Sólo hasta llegar a los siglos XVIII y XIX surgirán la pedagogía, así como la atención a quienes por adolecer de alguna deficiencia requirieran cuidado específico.

El desarrollo del capitalismo, el ingreso de la mujer a las fuentes de trabajo y su lenta y desigual participación en la vida política y sociocultural de los siglos XIX y XX plantearon nuevas problemáticas para la infancia dado que la dinámica familiar y la necesidad del trabajo demandó sistemas asistenciales de atención a los menores para asegurar el trabajo femenino.

Podemos considerar, sin embargo, que no es hasta la segunda década del siglo XX, con el triunfo de la Revolución Rusa y con la determinación por parte del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) de formar al «Hombre Nuevo», al «Hombre Soviético», que se imprimió un nuevo proceso de búsqueda de la comprensión y explicación de los nexos entre el desarrollo de los seres humanos, la infancia, la educación, la escuela y el Estado, la sociedad y los intereses políticos e ideológicos de esta última.

Por su lado, al término de la Segunda Guerra Mundial, en Francia, Henri Wallon, y Paul Langevin presentaron el denominado Proyecto de Reforma de la enseñanza Langevin-Wallon. En este, lo mismo que en la ex URSS lo hiciera Lev S Vigotski, propusieron un Modelo Educativo Único, desde la más temprana infancia hasta la edad adulta, que propiciara las condiciones sociales favorables para la formación de seres humanos pacifista, democráticos y estables psicológicamente.

Ambos personajes, al realizar y confeccionar sus propuestas, criticaron acremente las concepciones zoológica y botánica del niño que les preceden, representadas en ese momento por las propuestas del Kínder Garden –jardín de niños—y las teorías psicológicas de los Bühler y de Köhler; estas últimas biologicistas e innatistas, pues sostenían que con darles afecto y atención a los niños, además de algunos procedimientos didácticos durante la enseñanza, era suficiente para asegurar su desarrollo pleno, en función de la maduración.

Durante el siglo XX, Sigmund Freud, promueve activamente la idea de la infancia como destino del hombre, con sus miserias e irracionalidades. Freud acude a la infancia para explicar y comprender la psicopatología de los adultos; es decir, el niño no le interesa más que como medio para comprender al adulto.

Lo mismo hace Piaget; no le interesan ni la infancia ni la psicología, éstas únicamente le servirán para elaborar su teoría epistemológica.

Con base en esta breve y sucinta descripción, podemos afirmar que la infancia, por sí misma, prácticamente ha sido omitida en las ideas importantes sobre el desarrollo social a lo largo de la historia de la humanidad.

Salvo raras y contadas excepciones; particularmente los casos de Jean Piaget, Henri Wallon y Lev S Vigotski, por un lado, y, al decir de Jean Chateau (1996), por los Grandes Pedagogos, por el otro, el niño y la infancia han sido objeto de una escotomización sistemática y recurrente.

 

 

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