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El escritor y neuropsiquiatra Jesús Ramírez-Bermúdez - Foto: Foto: Especial

El camino de la vida: Leer a Jesús Ramírez-Bermúdez/I

El doctor neuropsiquiatra además de ser un científico es un literato consumado; en la primera parte el autor reflexiona sobre los logros del escritor y recomienda por qué es importante leer su trilogía

Por: J. Enrique Álvarez Alcántara, Visitas: 1128

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Presentación. Llevando una existencia semejante a la de algunos frailes trapenses que optaron por vivir la vida monástica y de retiro espiritual, desde hace ya prácticamente un año, bajo el yugo de una reclusión impuesta por las circunstancias derivadas de una epidemia que tiene a la gran mayoría de naciones del orbe atadas a una política sustentada en el distanciamiento físico y la insularidad, he podido leer una trilogía de libros escritos o coordinados por el Dr. Neuropsiquiatra Jesús Ramírez-Bermúdez.

Una vez que hube madurado algunas reflexiones me propongo presentar a ustedes, amables lectores, una breve recensión de ellos para invitar, a quienes deseen hacerlo, a leer tales trabajos.

Es importante decir que a pesar de haber una proximidad de intereses teóricos e intelectuales entre el Neuropsiquiatra y quien escribe esta presentación, no pude saber de él a través de la actividad profesional o intelectual que realizamos; fue, y es necesario hacerlo patente, a través del Twitter del escritor Rafael Pérez Gay que me enteré de la trascendencia clínica y literaria del médico y escritor. Todavía más, pese a que hubimos coincidido en algunos eventos académicos en el Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía “Dr. Manuel Velasco Suárez”, en la Ciudad de México, no se dio la oportunidad de un encuentro. Tuve que esperar el momento oportuno para charlar, por estos medios tecnológicos, a través de nuestro Canal de YouTube La Comuna de la Palabra, y así lograr este cometido (20/04/20 https://www.youtube.com/watch?v=CGtjH8W824Y)

El primer ejemplar que refiero se intitula Un Diccionario sin Palabras y Tres Historias Clínicas, Almadía, México, 2016; el segundo, Breve Diccionario Clínico del Alma, Debate, México, 2010 (con Prólogo del Dr. Francisco González-Crussí) y, el tercero, Principios de Neuropsiquiatría, editado y publicado por la Asociación Psiquiátrica Mexicana (APM), 2018.

Para algunos, quizás, parecerá extraño que un profesional de la salud mental y miembro del Sistema Nacional de investigadores (SNI) sea, además, un escritor reconocido y logrado; sin embargo, ello no es sorpresivo; básteme referir a grandes personajes dentro del campo de las letras, que también fueron o son médico, entre ellos menciono a Pío Baroja, Françoise Rabelais, Antón Chejov, Mijaíl Bulgákov, Sir. Arthur Conan Doyle, John Keats, Oliver W. Sacks, Elías Nandino o el Dr. Francisco González-Crussí, por no extender la lista, para acallar las dudas.

Ahora bien, entrando al contenido de la obra señalada, quiero comenzar mis reflexiones con el título que eligió el galeno y escritor del trabajo.

Cuando comencé a hojear el libro, me propuse en primera instancia revisarlo a “vuelo de pájaro”, miré la estructura del documento y lo primero que encontré fue un índice sumamente breve que mostraba una organización en dos apartados: el primero, “Bitácora clínica” y, el segundo, “Bocetos”; fue entonces que me pregunté: ¿Por qué elegir dentro del título el término Diccionario, si no parece ser tal?

Empero, más aún, si en la segunda parte del mismo, “Bocetos”, el autor nos presenta un conjunto de glosas numeradas –por cierto, sumamente interesantes, eruditas y reflexivas en sentido filosófico, neurológico, psiquiátrico, neuropsicológico, psicológico, histórico y humano— ¿Por qué no elegir el concepto de “Glosario”?

Debo admitir que algunas veces la soberbia me conduce imperceptiblemente hacia lugares que presupongo serían los más esperables y lógicos; entonces anticipo lo que desearía encontrar, sin embargo, al avanzar –de principio a fin—en la lectura de las historias clínicas –dos: la de Diana y la de Amanda (la tercera, Elvira, aparece como parte de los Bocetos y no de la Bitácora Clínica), me percato del yerro anticipado de mis iniciales interrogantes.

“Mas a ustedes, les ruego, no se enfurezcan, / pues toda criatura necesita la ayuda de todos”, escribía el Poeta alemán Bertolt Brecht en su poema La Infanticida Marie Farrar.

Los tres casos presentados en este “Diccionario sin palabras” muestran características que les hacen relativamente comunes, pese a sus peculiaridades; primero, son casos de tres personajes del sexo femenino y particularmente jóvenes; segundo, ellas adolecen una serie de secuelas neuropsicológicas, psicológicas o psiquiátricas, secundarias a traumatismos de cráneo y un consecuente daño encefálico; tercero, las secuelas descritas de manera muy detallada y con una estrategia “longitudinal” (determinante en la práctica clínica) son de carácter afásico (tienen que ver con alteraciones del lenguaje, expresivo y/o comprensivo, debidas a dichos eventos traumáticos); cuarto, invariablemente asisten a consulta con alguno de los miembros de su familia nuclear, que se torna en su persona “cuidadora primaria” y, quinto, salvo el primer caso, Diana, las posibilidades de recuperación son prácticamente inesperadas.

En tratándose del apartado Bocetos, debo decir que se trata, en verdad os digo, de una cuantas glosas que permiten al autor presentar sus reflexiones de carácter neurológico, neuropsicológico, psiquiátrico, psicológico, filosófico, histórico y, en general, cultural sobre cuestiones relacionadas con el papel del lenguaje en la estructura del psiquismo humano, en el desarrollo del pensamiento, la autoconciencia, autorreferencialidad, autorregulación selectiva del comportamiento, memoria autobiográfica, la identidad, la voluntad y, desde luego, la naturaleza y carácter de lo que nos hace humanos, es decir, la personalidad.

A guisa de muestra analítica para comprender un poco lo que refiere en el caso de Diana y sus secuelas neuropsicológicas, presenta el caso de Elvira.

Pero: ¡Vámonos por partes! Atribuyo que pudo haber expresado Jack “el Destripador”.

Este Diccionario sin Palabras (considero que se ha elegido este título a partir de la experiencia y vivencias del autor con el caso de Amanda, segundo caso presentado en el apartado Bitácora) expone las serias complicaciones que en la vida de un ser humano se muestran cuando debido a un trauma de cráneo y un consecuente daño cerebral, la persona que lo sufre, pierde la capacidad de comprender y expresar sus ideas por medio de un sistema de lenguaje articulado; pero aún más, si dicha persona presenta una “ceguera a los signos de la escritura”, una “Alexia afásica”, se pregunta el neuropsiquiatra: ¿cómo explicar a ella cualquier cosa o suceso, o cómo podemos entender lo que piensa o comprende Amanda? ¿Cómo se desarrolla su vida en los contextos familiares y socioculturales que le corresponde enfrentar cotidianamente? ¿Es que acaso, además de la persona que adolece de tales secuelas, quienes conviven con ella deben afrontar nuevas problemáticas derivadas de dicha condición inesperada? Además, ¿La secuencia de secuelas, todas ellas, derivan del “daño cerebral” o, también, habrá problemas que son eyectados por las primeras consecuencias del trauma encefálico? ¿Estas consecuencias neuropsicológicas, neuropsiquiátricas, psicológicas, económicas y demás, trascienden a la clínica y se asientan en lo que Roger Bartra –citado por Ramírez-Bermúdez—denomina exocerebro?

Evoco aquí la enorme trascendencia de la obra de personajes tales como Lev S. Vigotski, Alexander R. Luria o Antonio Damasio para recuperar elementos de juicio que nos permitan un acercamiento a probables estrategias de análisis, interpretación y búsqueda de un diseño de programas de rehabilitación transdisciplinares, sistémicos, complejos y dinámicos o flexibles.

De la misma manera, aparecen ante mí las propuestas planteadas por el Dr. Tedd Judd en sus ideas sobre la “Rehabilitación Basada en la Comunidad” (RBC) y la “Neuropsicoterapia”, cuando el autor describe, como resultado de su búsqueda sin término de alternativas terapéuticas, lo que describe como “Terapia Situacional”, propuesta por Altschuler.

Desde luego que las interrogantes e hipótesis de trabajo no obedecen únicamente al espíritu inquisitivo del Dr. ¡No!

Éstas emergen al tratar asuntos de naturaleza ética y humana, al verse obligado a tomar decisiones terapéuticas, psicofarmacológicas o quirúrgicas, a demanda de la persona que funge como “cuidadora primaria”, para que pueda afrontar los problemas y dilemas que emergen cotidianamente.

Algunas de estas decisiones, por su naturaleza, debieran competer únicamente a Amanda y, al parecer de un Comité de Bioética del Instituto Nacional del Neurología y Neurocirugía, debido a las secuelas en su conciencia y voluntad, ella no puede tomar.

¿Cómo encontrar, otra vez se pregunta el médico tratante, una manera de “explicar sin palabras” que un Comité de Bioética del Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía ha “decidido realizar una cirugía conocida como ‘obstrucción tubárica bilateral’, aún sin el consentimiento informado de la paciente, debido al principio ético de ‘Protección a terceros’”, tomando en cuenta que parece imposible explicar a la paciente la determinación y reconocer lo que ella considera o piensa y finalmente determina?

Empero, más todavía, en el párrafo siguiente de la página citada el médico responde categórico: “Es imposible, en los confines de nuestra inteligencia o imaginación, comunicar ese mensaje sin ambigüedad, con precisión y exactitud, sin el recurso de las palabras”.

Y, casi amargamente adicionará: “Puedo usar imágenes fotográficas, ilustraciones o grabados o esculturas o pinturas, puedo usar música o danza o lenguaje mímico, pero sin el recurso verbal no encontraré la manera de decir con precisión y exactitud ‘Comité de Bioética’ o ‘Protección a terceros’”.

Antes de esta vivencia –Perezhivanie—, el Dr. Ramírez-Bermúdez, en una entrevista con la madre y cuidadora primaria de Amanda escucha decir a ésta:

“—Hace poco se escapó con los niños a la casa de unos tíos. Pero no tomó sus medicamentos esos días y regresó más agresiva que de costumbre. Se puso furiosa al darse cuenta de que yo buscaba algo en su bolsa. La verdad tenía curiosidad de ver qué traía allí. No sé, siento que se anda robando cosas. Pero me descubrió y se puso a gritar. Azotó las puertas. Golpeó a su hermana, Adela. Se largó, y para mi sorpresa regresó arrepentida. Venía llorando y pidió perdón a sus hermanas.

— Perdone que le interrumpa, señora –por supuesto me llama la atención la última parte del relato: ¿es posible pedir perdón sin palabras? Siempre me confunde la naturalidad con la que Amanda hizo esto y aquello: esto y aquello que requiere palabras para realizarse, hasta donde yo entiendo. ‘O yo no entiendo lo que está pasando, decía Carlos Monsiváis, o ya pasó lo que estaba de nueva cuenta entendiendo.

—¿Por qué dice que Amanda pidió perdón a sus hermanas? Es decir ¿Cómo lo hizo?

—Lo que pasa es que trató de abrazar a su hermana, pero Adela la rechazó. Entonces Amanda se hincó en el piso y apretó las manos como si rezara…”

Casi sin querer, abruptamente, intempestivamente, sin que los haya buscado deliberadamente, llegan a mi memoria, nuevamente, algunos textos, de algunos personajes, que consideran y tratan esta cuestión.

En primer orden aparece el neuropsicólogo británico Oliver W. Sacks y dos de sus textos, considero, mejor relacionados con este asunto, por un lado, el libro Veo una voz: Viaje al mundo de los sordos, Muchnick, Barcelona, 1991 y, Los ojos de la mente, Anagrama, Madrid, 2011. Asimismo, dos textos de autores franceses que abordan esta cuestión, se muestran a mi “mirada mental”; uno, de Jean Chateau Las fuentes de lo imaginario, Fondo de Cultura Económica, México, 1976 y, otro, de André Leroi Gourhan, Le geste et la parole (Tome I, Technique et langage y, Tome II, La mémoire et les rythmes), Édition Brochée, 1964), dedicados al análisis de la comunicación antes de que existiera el lenguaje articulado.

Asimismo, encadenados a estas reminiscencias, casi a galope, se presentan las imágenes de un artículo escrito por el lingüista Alexei Alexeievich Leóntiev (hijo del psicólogo Alexei Nicolaevich Leóntiev) intitulado Cuando el sonido se hizo palabra, (Correo de la UNESCO, 1976, Pp, 22, 25-27) y, un documental del cineasta alemán Werner Herzog, El país del silencio y la oscuridad, dedicado a la comunicación entre sordiciegos congénitos y poslingüísticos, y al desarrollo de los mismos.

Y llegaron y se agolparon dentro de mí, porque a diferencia de la conclusión del neurólogo y psiquiatra Jesús Ramírez-Bermúdez, estos trabajos sustentan la posibilidad de la comunicación sin palabras.

El otro problema, el que aprecio en las reflexiones del autor, lo trata Umberto Eco en su texto Decir casi lo mismo. La traducción como experiencia, Lumen, Madrid, 2008.

Veamos cómo lo expresa el filólogo y escritor italiano: “¿Qué quiere decir traducir? La primera respuesta, "decir casi lo mismo en otra lengua", sería una buena respuesta, y también consolatoria, si no fuera porque, en primer lugar, tenemos muchos problemas para establecer qué significa "decir casi lo mismo", así como tampoco sabríamos dar una respuesta satisfactoria para todas esas operaciones que llamamos paráfrasis, definición, explicación, reformulación, por no hablar de las pretendidas sustituciones sinonímicas. En segundo lugar, porque no sabemos qué es el "lo", esto es, ante un texto no sabemos lo que debemos traducir. Y, por último, porque en algunos casos abrigamos serias dudas sobre lo que quiere decir traducir”.

Éste, y no otro, parece ser el problema planteado por el autor del Diccionario sin palabras. No considero que sea el problema de la comunicación, sino el de la traducción.

Y, considero además, que el título del libro lleva indeleblemente esta preocupación, sin solución aparente.

Pero dejemos mis reflexiones y regresemos al Diccionario.

Entraré ahora al apartado “Bocetos.

Uno a uno, y en su conjunto, los “Bocetos” son concebidos como una serie de glosas que presentan las ideas, emociones, sentimientos, saberes, intenciones o propósitos de quien, en la sección de “Bitácora”, nos presenta, describe y glosa los casos de los personajes que imprimen sentido a la obra misma.

Asimismo, precisa cuestiones que el autor considera imprescindibles para ayudar a la comprensión de cada uno de los casos.

Leer la “Bitácora” y seguir los “Bocetos” permite ampliar la comprensión y explicación de cada una de las historias clínicas y, a través de ellas, a cada uno de los personajes y sus familiares y contextos y, más aún, al médico tratante, no sólo como profesional, sino como un ser humano que se compromete con seres humanos que afrontan sus circunstancias en un contexto histórico y sociocultural.

Por otro lado, la delicia de leer comentarios de carácter cultural o histórico enriquece el placer de saber otras cuestiones que, aparentemente ajenas, son importante para motivar la lectura.

 

Primera Conclusión

 

Leer a Jesús Ramírez-Bermúdez es inevitable, necesario y, por mi parte, recomendable, no solo por razones profesionales, sino cuestiones literarias y humanas.

Por el placer mismo de la lectura de trabajos deliciosamente construidos.

 

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