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El mural La llegada de Hernán Cortés a Veracruz, pintado por Diego Rivera en 1936 (detalle) - Foto: Foto: Especial

El camino de la vida: Las Encrucijadas/y II

A la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM) en su 49º Aniversario. 15 de octubre del “Año de la Peste” (2020)

Por: J. Enrique Álvarez Alcántara, Visitas: 1226

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Dando continuidad al asunto de las encrucijadas entraremos en esta colaboración a la segunda y tercera de éstas.

Encrucijada Dos. Sobre la “resignificación” histórica de ciertos sucesos y personajes en la historia de nuestra nación.

Hemos sido testigos, muy recientemente, de un resurgimiento de reflexiones y discusiones en torno a la “conmemoración” de eventos o efemérides que han sido considerados patrimonio de nuestra historia nacional, aunque no sólo de ella. De la misma manera se han expresado y manifestado ideas o acciones en torno a la pertinencia de mantener –o no—ciertos “monumentos” o “estatuas” o nombres de calles dedicados a ciertos sucesos o personajes.

Muy particularmente han sido objeto de grandes discusiones los eventos relacionado con el “Descubrimiento de América”, un día 12 de octubre de 1492, por parte de Cristóbal Colón y, también e inevitablemente, por Américo Vespucio –por ello el epónimo de América—; asimismo, y muy prístinamente, se ha denunciado el carácter predador, criminal, sanguinario y más, de la “Conquista de Mesoamérica y parte del Centro y Sur de América” y posteriormente su colonización, por la “Corona Española” a través de los grupos comandados por Hernán Cortés y Pedro de Alvarado, entre otros, treinta años después del primer acontecimiento, entre los años de 1521 y 1821.

En Realidad, el nombre de América se debió a que fue Américo Vespucio quien sugirió que “Las Indias” eran en realidad un “Nuevo Continente”, a diferencia de Cristóbal Colón, quien murió creyendo que había descubierto la parte más extrema de Asia.

Existe una distancia histórica de tres décadas entre el “Descubrimiento” de América, por Cristóbal Colón, a pesar de que no creía ello, y la primera etapa del proceso de “Conquista” instrumentado por Hernán Cortés, Pedro de Alvarado y otros, al mando de grupos creados para tal fin.

Pareciera que quienes se revisten dentro de lo que el Comandante Fidel Castro denominó: “Concepciones Negadoras de la Historia” confunden; el papel histórico de tales personajes, e inventan la existencia ideológica de “Cristóbal Cortés” o “Hernán Colón”, imputándole la responsabilidad histórica, ética y moral de un hecho histórico que trascendía a ambos como individuos.

Asimismo, atribuyen a estos la responsabilidad de la realización exitosa de las relaciones de dominio-subordinación que prexistían a las “coronas” europeas y desde luego se expresaban en los pueblos y naciones prehispánicas.

Y, como corolario, presuponen que destruyendo o quitando monumentos, estatuas o nombres de calles, resignificamos nuestra “historia patria” y nos tornamos más patrióticos y nacionalistas. En fin.

Pero veamos con mayor detenimiento estos sucesos.

Siguiendo al intelectual comunista peruano José Carlos Mariátegui –quien retoma del pensamiento de Karl Marx y aplica a nuestra realidad originalmente indígena su análisis—, a través de su Esquema de la evolución económica, en sus Siete Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana podemos considerar que:

“En el plano de la economía se percibe mejor que en ningún otro hasta qué punto la Conquista escinde la historia del Perú (… y agregamos nosotros, en lo que sería la Nueva España…). Hasta la Conquista se desenvolvió en el Perú una economía que brotaba espontánea y libremente del suelo y la gente peruanos (…y agregamos nosotros, en lo que sería la Nueva España…). Los conquistadores españoles destruyeron, sin poder naturalmente reemplazarla, esta formidable máquina de producción. La sociedad indígena, la economía inkaica, se descompusieron y anonadaron completamente al golpe de la Conquista. Rotos los vínculos de su unidad, la nación se disolvió en comunidades dispersas. El trabajo indígena cesó de funcionar de un modo solidario y orgánico. Los conquistadores no se ocuparon casi sino de distribuirse y disputarse el pingüe botín de guerra. Despojaron los templos y los palacios de los tesoros que guardaban; se repartieron las tierras y los hombres, sin preguntarse siquiera por su porvenir como fuerzas y medios de producción”. (José Carlos Mariátegui, 2007, 134)

De este modo, la Conquista, como un «hecho histórico», escindió en dos momentos nuestra historia: antes de la Conquista, y a partir de la misma. Pero aún más, la Conquista misma impondrá como «necesidad histórica» antitética, dialéctica, primero las luchas de resistencia y, luego, la «Guerra de Independencia». Ergo, esta última, más que ser resultado de la actividad y acción de una serie de personajes y “héroes”, es una «necesidad histórica» que requirió, para su concepción, desarrollo e instrumentación, un largo proceso de prácticamente trecientos años, los tres siglos que duró la Colonia. Es necesario tomar en cuenta, además, que “la revolución de la independencia no constituyó, como se sabe, un movimiento indígena. La promovieron y usufructuaron los criollos y aun los españoles de las colonias. Pero aprovechó el apoyo de la masa indígena”. (José Carlos Mariátegui, El Problema del Indio, 2007, 162)

Es decir, la «Guerra de Conquista» y la «Guerra de Independencia» tienen como postludio y preludio, respectivamente, la Colonia. El periodo de la Colonia es el espacio que muestra nítidamente este doble proceso de conquista cultural y psicológica, por un lado y, por el otro, de resistencia, aunado a ello la incapacidad real de los conquistadores de construir una nación, que nunca tuvieron proyectada.

Ergo, podemos admitir el hecho irrefutable de que antes de la Conquista había lenguas, culturas, tradiciones, creencias religiosas, Estados, estadistas, filósofos, ingenieros, música, poesía, escritura, textos, leyes, ejércitos, identidad y más; en este sentido, los conquistadores no nos dieron lengua, patria, religión, cultura, etcétera, como algunos creen y sostienen. Quizás lo que pudiéramos admitir es que, en esta etapa de la historia, el periodo de la colonia, se dio la construcción de una cultura sincrética o mestiza de diversos órdenes. De otro modo sería inadmisible la presencia de recursos que permitieran una resistencia que fue enriqueciéndose con otras experiencia culturales e históricas de otras regiones del orbe, así como de nuestro espacio, sin proyecto propio.

También nos es dable considerar, como está claramente documentado, que los conquistadores, más que construir un proyecto de nación, llegaron a saquear, destruir, eliminar lo prexistente y a imponer lo “suyo” como lo deseable, humanamente dicho.

Ahora bien, siguiendo la lógica de las “Concepciones Negadoras de la Historia”, una manera efectiva de “resignificar” nuestra “Historia Patria” viene de la mano de algunas ideas sumamente erróneas como la que supone que el “Descubrimiento” de América, como precedente cronológico de la “Conquista” de la misma son en realidad una causalidad del tipo “si P entonces Q”, luego entonces ¿las atrocidades cometidas por Hernán Cortés, Pedro de Alvarado y sus seguidores son consecuencia y, por ello, imputables a Cristóbal Colón como responsable histórico, ético y moral de las mismas? Ergo, ¿podemos suponer un fantasmagórico Cristóbal Cortés u otro Hernán Colón?

Y, todavía más, ¿nos es dable creer que “los españoles” Américo Vespucio y Cristóbal Colón –que por lo demás eran italianos—son los responsables de la conquista de América?

Luego entonces, para “resignificar” nuestra “historia patria” ¿debemos, primero quemar y quitar monumentos, estatuas y nombres de las calles de personajes que en esa época participaron de estos sucesos y, enseguida, colocar en su lugar, a quienes nos “dieron patria”, aunque ya los tienen?

Considero necesario cerrar estas reflexiones con una afirmación de Mariátegui que ya referí antes: “la revolución de la independencia no constituyó, como se sabe, un movimiento indígena. La promovieron y usufructuaron los criollos y aun los españoles de las colonias y de la Península Ibérica. Pero aprovechó el apoyo de la masa indígena”. (José Carlos Mariátegui, El Problema del Indio, 2007, 162)

Pero todavía más, los triunfadores de la “Guerra de Independencia” siguieron masacrando y saqueando a los pueblos y comunidades indígenas.

Encrucijada Tres. Sobre la rebatinga de las estrategias para atender el COVID-19.

No tengo duda que este affair obedece más a intereses ideológicos y políticos de quienes se hallan envueltos en el mismo, más al genuino interés de afrontar la calamidad que nos tiene, desde hace más de medio año, en vilo.

La rebatinga ha centrado su interés en el Subsecretario Hugo López Gatell como figura más visible del gabinete del Presidente AMLO; ¿el subsecretario y nadie más que él es el responsable de la prevalencia, letalidad y mortalidad del COVID-19?

Pareciera que la lógica analítica tiene como substrato la lógica del “si se hubiera hecho de otro modo no habría tales tasas de prevalencia, letalidad y mortalidad”; sin embargo, no aparece en el debate una propuesta alternativa a lo que ha instrumentado el gobierno en turno; ahora bien, por el otro lado, una defensa férrea de subsecretario ha sido la contra respuesta.

Entre ambas posturas nada parece quedar claro para la ciudadanía, la cual se encuentra atrapada en la incertidumbre, sin saber con certeza qué hacer.

¡Quédate en casa!

¿Cubrebocas?

¿Bajan las tasas de prevalencia, letalidad y mortalidad?

¿Falta mucho para salir de esta primera etapa?

¿Si se hubiera hecho de otro modo, habría menor prevalencia, letalidad y mortalidad?

Sin embargo, ¿más allá de estas interrogantes no resueltas aún, con certeza, podemos saber qué sigue?

La disputa parece hallarse dentro del espacio de los procesos electorales en puerta y la ganancia del electorado.

Sin embargo conviene preguntar, más allá de las cifras estadísticas, a los deudos de los muertos, a quienes tienen miedo, incertidumbre, desesperanza, a quienes sienten la indefensión, a quienes tienen sentimientos de culpa, al personal de salud física y mental, etcétera ¿qué es lo que debemos hacer para controlar la epidemia, para mejorar la calidad de la atención brindada en los centros de salud pública encargado de atender esta coyuntura, para disponer de recursos farmacéuticos y técnicos pertinente para atender estos problemas, para poseer la vacuna y, sobremanera, para hallar en la población de nuestro país una participación activa y comprometida para afrontar exitosamente esta calidad?

Y, seguros de que no nos liquidará esta epidemia y pandemia, ¿cómo afrontaremos las consecuencias, económicas, sociales, laborales, educativas y psicológicas a mediano y largo plazo?

La cuestión trasciende a la lógica de las encrucijadas que nos colocan ante los dilemas sofísticos del corte ¿Debe cambiarse la estrategia seguida hasta ahora, por otra? ¿Cuál nos da la certeza de la infalibilidad ante la tragedia?

El dilema nos coloca frente a la cuestión que inquiere: ¿Cuáles son los propósitos de las estrategias de afrontamiento? ¿Qué debemos hacer los diferentes actores de nuestro país para tener éxito? ¿Cómo tomamos en nuestras manos esta serie de actividades, acciones y tareas?

Más allá de estas interrogantes, lo demás se encuentra en el espacio de las disputas electorales que no se preocupan por estas cuestiones tan humanas.

 

 

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