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El camino de la vida: Los intelectuales/I

El autor escribe algunas notas sobre “los intelectuales”, su “papel en la historia” y su responsabilidad social

Por: J. Enrique Álvarez Alcántara, Visitas: 1027

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A: Jacques Remy

 

“(…) Y lo que veía era la cara descarnada, demacrada de una extrema delgadez, del muchacho que Cícero de Almeida le había presentado simplemente como «João» (…) La entrevista había dejado en Artur la certeza más absoluta de que su celebrada habilidad política —«ese hombre es sutil como un gato», decía de él, el líder de la mayoría de la Cámara—de nada le había servido en su conversación con el comunista. Aquel hombre sabía lo que quería, y lo decía tranquilamente, sin elegir las palabras, sin frases dubitativas, de una forma directa y clara a la cual no estaba habituado Artur. Y cuando intentaba envolverlo en los meandros de sus sutilezas, el muchacho se limitaba a sonreír y le dejaba hablar para volver de nuevo a sus argumentos precisos, a la cita de los hechos concretos, a la propuesta de unión de todas las fuerzas democráticas contra Getúlio Vargas y los integralistas. En ningún momento, durante la hora y media que estuvieron hablando, Artur se sintió dueño de la situación (…) La verdad es que el comunista «João» (…) había hablado con precisión de aquello que flotaba en el aire, se había referido concretamente al golpe de estado que Getúlio Vargas preparaba en alianza con los integralistas y, al contrario de los demás políticos, afirmaba en nombre de su partido, aquel misterioso y amedrentador partido con el que nunca se contaba en la relación de los grupos políticos del país, que el golpe podía ser evitado, que las elecciones se podrían realizar si las fuerzas de los dos candidatos a la presidencia aceptaran la unión, haciendo una tregua en la campaña electoral para impedir las maniobras de Vargas y los fascistas. Una declaración pública firmada por los candidatos y por los gobernadores que les apoyaban, dueños de la situación en los Estados más importantes, sería suficiente para alertar a la opinión pública y detener el golpe en preparación. El comunista mostraba un conocimiento perfecto de la situación (…) Tenía también cierta curiosidad por conocer y tratar con una de aquellas misteriosas personalidades que dirigían la lucha comunista desde sus impenetrables escondrijos. Los que él conocía eran generalmente intelectuales como Cícero de Almeida, y Artur no podía considerarle comunista vinculándole con todo lo que esta palabra significaba para él. Cícero, como el mismo Artur, descendía de una antigua familia de la aristocracia de los cafetales, sus abuelos habían sido dueños de esclavos, como los de Artur, Cícero había estudiado con él en la Facultad de Derecho de São Paulo, se vestían en el mismo sastre, un sastre caro, se hacían los zapatos a la medida en la misma elegante zapatería, se encontraban en las mismas recepciones y a veces hasta discutían, el escritor citando a Marx entre los cristales donde brillaba el whisky (…) El comunismo en Cícero era, según Artur, una extravagancia intelectual que no representaba un serio peligro, y él mismo había intervenido una vez ante las autoridades para liberarle cuando el escritor fue detenido. Dijo entonces al jefe de la policía: —Son extravagancias de intelectual joven. En definitiva, es un hombre de talento, hijo del viejo consejero Almeida y heredero de su fortuna. Cualquier día lo hacemos diputado y se cura de eso del comunismo (...) Marieta le condujo al grupo donde Costa Vale, secándose con un pañuelo el sudor de la calva, trazaba los rumbos de la política mundial. Un viejo profesor de la Facultad de Medicina, médico famoso, el doctor Alcibíades Morais, el senador Venancio Florival —hacendado dueño de inmensas tierras en Mato Grosso y de una ignorancia aún mayor— y el poeta César Guilherme Shopel, mulato y gordísimo, oían con respeto las con-sideraciones del banquero. De vez en cuando, César Guilherme dejaba escapar una exclamación admirativa, y su voz parecía llena de cálida adulación, como si estuviera dirigiéndose, en una declaración de amor, a una mujer de extraordinaria belleza”

Jorge Amado

 

Presentación. Hemos sido testigos, estas dos semanas del mes de julio, de que las “discusiones” y “debates” se han rebajado a las trampas clásicas de la descalificación y la escupidera de anatemas, epítetos y adjetivaciones, sin mayor solidez de argumentos que no sea la propia palabra u opinión de quien expresa tales dichos.

Tres han sido las estrategias de la descalificación: La falacia ad hominem; es decir, invalidar a quienes expresan una serie de argumentos, sea por razones de filiación ideológica, política, moral o cualquiera otra que se les ocurra y, con ello, impedir la discusión de las ideas; la reducción de los argumentos de quienes los presentan, a categorías ideológicas, políticas o morales, es decir, son los argumentos de la “Derecha”, de los “Conservadores”, de los “Fifís”, no son argumentos científicos; o, finalmente, reducir a “discusiones” nominalistas los argumentos; es decir no se debe hablar de ejércitos porque no son un ejército, no son “intelectuales”, etcétera.

Debo señalar que estos “estilos de trabajo” ideológico-políticos no son nuevos, datan desde hace varios siglos, pero se mostraron muy nítidamente a lo largo del siglo XX.

En este confuso y mediático discurso ideológico-político me propongo abordar uno de los puntos que me parece necesario dilucidar o, de otro modo, seguiremos bordando los linderos de las opiniones, creencias, juicios de valor, etcétera, pero no argumentos.

No deseo dejar de reconocer su paciencia, amables lectores que me siguen, por haber leído este enorme epígrafe –que espero no sea el preludio de un ensayo aún más largo—recuperado de una excelente novela del escritor brasileño Jorge Amado, Los subterráneos de la libertad (Tres tomos), Editorial Losada, 1ª Ed., marzo de 1980, Barcelona. Particularmente del Tomo 1, Los ásperos tiempos, Capítulo 1, apartados 1 y 2.

Hube elegido dichos fragmentos por su clara alusión a “los intelectuales” y la nítida descripción de la adhesión de estos a ciertos grupos de interés o de clase.

A pesar del desprecio explícito y público a los mismos, por parte de AMLO, sean “orgánicos” o no, pienso que es necesario poner los puntos sobre las íes.

¿Qué y quiénes son los “Intelectuales”? No considero esta discusión ociosa ni, mucho menos, irrelevante. Desde tiempo atrás ocupa sendos debates entre quienes se autonombran, se dicen, se creen, se asumen o son definidos por otros, como tales.

Por ejemplo: el 19 de mayo del año de 1969, en La Habana, Cuba, un grupo de intelectuales latinoamericanos publicó un libro intitulado: El Intelectual y la Sociedad; entre los personajes que expresaron sus ideas se encontraban el poeta salvadoreño Roque Dalton García, el poeta haitiano René Depestre, o el escritor cubano y primer director de Casa de las Américas, Roberto Fernández Retamar.

El texto referido es producto, según expresan en la entrada del mismo documento, de reflexiones compartidas por:

“Un grupo de compañeros latinoamericanos, entre trabajos de muy diversa índole que se inscriben en el duro y hermoso esfuerzo de este momento de la Revolución, hemos estado intercambiando ideas sobre hechos recientes en el campo de la cultura y la política. Una de esas largas conversaciones fue grabada hace poco (para más señas, la noche del 2 de mayo, y para más señas aún, en el estudio del pintor Mariano). Con el texto de esas grabaciones frente a sí, cada cual volvió sobre sus palabras, añadió aquí o allá algo que más que haber dicho hubiera querido decir entonces, y hasta nos sugerimos mutuamente, discutiendo, aclaraciones o precisiones. El resultado es este intercambio de ideas, que esperamos que no parezca una mera yuxtaposición de ensayos, y cuyo texto final, por el trabajo en común, nos permite decir que, si bien muchas opiniones corren a cuenta de quien las expuso, implica en algunos puntos centrales una elaboración colectiva, y se ofrece como un simple material para ulteriores discusiones”.

Más adelante regresaré hacia algunas de las reflexiones expuestas en estas reuniones de hace más de medio siglo; por lo pronto no puedo dejar de referir aquí, como punto de partida, al filósofo italiano Antonio Gramsci y su ya clásico texto La Formación de los Intelectuales, Ed. Grijalbo, Col. 70, México, 1967.

Sin más que precisar, desde el capítulo primero del texto referido, el autor se interroga: “¿Son los intelectuales un grupo social autónomo e independiente, o todos los grupos sociales tienen sus propias categorías de intelectuales especializados?”.

Para abordar una posible y sólida respuesta a esta cuestión, Antonio Gramsci presentará dos premisas esenciales:

Primera: “Todo grupo social que surge sobre la base original de una función esencial en el mundo de la producción económica, establece junto a él, orgánicamente, uno o más tipos de intelectuales que le dan homogeneidad no solo en el campo económico, sino también en el social y en el político”.

Segunda: “En la historia, todo grupo social ‘fundamental’ que brota como expresión de la nueva estructura social en desarrollo –la que a su vez surge como expresión de las precedentes estructuras económicas—ha encontrado, hasta ahora, las categorías intelectuales prexistentes, que más bien se mostraban como representantes de una continuidad histórica interrumpida hasta para las más complicadas y radicales transformaciones de las formas sociales y políticas”.

Este punto de partida nos permite enunciar algunos corolarios, también iniciales y fundamentales para nuestro análisis.

Primero. La categoría de “intelectual” no se refiere a una suerte de seres “especiales” y “dotados de ciertas facultades intelectuales, éticas o morales” que emergen espontáneamente como garantes de la verdad objetiva e indiscutible sobre la realidad social, política, ideológica, económica o cultural en un momento histórico o un lugar determinado.

Segundo. La categoría de “intelectual” hace referencia al conjunto de seres humanos que, al decir del Antonio Gramsci, “le dan homogeneidad no solo en el campo económico, sino también en el social y en el político” a ciertos modelos de desarrollo económico, político, ideológico y cultural vigente de quienes impulsan las formas de organización económica, política y cultural; ahora bien,

Tercero. También se incluye a quienes, desde antes de la instauración de las formas de organización social en curso, se encargaban de asegurar la “homogeneidad no solo en el campo económico, sino también en el social y en el político” a las formas de organización social anteriores a ciertos modelos de desarrollo económico, político, ideológico y cultural en curso.

Cuarto. Sin embargo, también contempla a quienes se encargan de organizar las formas de organización y lucha por transformar las formas de organización social, fueran cuales fuesen, que no se correspondan con los intereses de clase, ideológicos y políticos que, buscan una transformación radical –de raíz— de las condiciones de explotación, pobreza y de relaciones de dominio-subordinación que se hallan más allá de los grupos que se disputan el poder dentro de las mismas élites.

Bajo esta serie de premisas de partida puede afirmarse que la categoría de “intelectual” trasciende los rostros ideológicos y mediáticos que tratan de mistificar y reificar dicho concepto, para devolverle su terrenalidad económica, política, social, ideológica y, en fin, cultural… Asimismo, este concepto incluye a todos los seres humanos que asumen una postura o posición política-ideológica ante la realidad sociopolítica que enfrentan. Es decir, la categoría de “intelectual” nunca se reducirá a unos cuantos.

Para Antonio Gramsci el punto central del análisis es el planteamiento de la actividad intelectual como parte esencial de un continuum teórico-práctico de la humanidad, al margen del peso específico que tenga una u otra en la vida de cada individuo. De esta manera, dice Gramsci:

“No hay actividad humana de la que se pueda excluir toda intervención intelectual, no se puede separar el ‘homo faber’ del ‘homo sapiens’. Cada hombre, considerado fuera de su profesión, despliega cierta actividad intelectual, es decir, es un ‘filósofo’, un artista, un hombre de buen gusto, participa en una concepción del mundo, tiene una consciente línea de conducta moral, y por eso contribuye a sostener o a modificar una concepción del mundo, es decir, a suscitar nuevos modos de pensar”

Con base en estos referentes de partida podemos considerar que ser “intelectual” no es una cualidad “exclusiva” de unos seres privilegiados o dotados de una peculiaridad que les distingue del resto de la sociedad y que les otorga un “aura” moral y ético que conduzca a considerar que lo que digan o expresen es inapelable.

Esto es lo que no se ha dicho o escrito por los otros “intelectuales”, aquellos que se diferencian de los primeros “intelectuales” y critican a los mismos por pertenecer, según los segundos, a los grupos de interés que atacan al gobierno en turno; es decir, es una confrontación entre grupos de “intelectuales orgánicos”. Lisa y llanamente se ha tratado de descalificar ideológicamente lo expresado por un grupo de “intelectuales” que se oponen abierta y francamente al gobierno de AMLO y la “4ª T”.

¿Los “integrantes” del grupo de “intelectuales” que publicaron una carta en cuestión, serán, todos y cada uno de ellos, de la derecha, conservadores o fifís? Esa es también otra cuestión a tratar.

Dicho de otro modo: Ciertamente, hay un grupo de “Intelectuales orgánicos” que defienden la permanencia de los grupos de poder que antecedían al grupo que hoy detenta el poder y se proponen “derrocar” al gobierno en turno; empero, de la misma manera, hay otro grupo de “intelectuales orgánicos” adheridos a quienes hoy defienden y justifican al gobierno de AMLO; sin embargo, como parece muy evidente, ni son los únicos grupos que aspiran a mantener u oponerse a la dicotomía  presentada como “liberales” y “conservadores”, ni son los únicos grupos, proyectos e “intelectuales orgánicos” que valoran y analizan la circunstancias por las cuales atravesamos.

Por ende, tampoco son las únicas opciones económicas, políticas, ideológicas, sociales y culturales que se le presentan al país.

Luego entonces, lo sensato y acertado es analizar, reflexionar y discutir los argumentos esgrimidos a este respecto.

 

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