Compartir la nota por:

Siempre he pensado que en la escultura, más que en la literatura o en la pintura, en cada obra se impone la voluntad de la forma, como si los materiales –madera, piedra, metal- utilizaran al escultor como un demiurgo para que los haga surgir como obra de arte. No olvidemos que una de las definiciones de demiurgo es “supremo artesano”.

Cuando observo la obra de Miguel Peraza me queda claro que aquí hay otra voluntad, la “voluntad de rinoceronte” –dicho con respeto y cariño- de este artista mexicano, que contra viento y marea ha dedicado su vida a ser escultor, a ser ese demiurgo, ese artista que ya ha dejado huella en la escultura mexicana.

Su escultura va de la figuración a la abstracción geométrica. Cuando uno contempla el ajedrez monumental del TEC, el reloj de sol de Bucaramanga, o la Sierra de las Lomas, el espectador atestigua cómo el escultor y su pieza transforman el paisaje urbano, conformando una nueva visión del mundo. Quizá esa es la función de los grandes escultores, cambiar la realidad del espacio en el que se insertan sus obras al agregarle la materialización de la belleza.

Lágrimas y festejos. El ensayo de hoy lamenta la desaparición física de Yvonne Domenge, escultora mexicana y celebra el cumpleaños, hoy 29 de septiembre, de Miguel Peraza, escultor, mi amigo. ¡Sigue creando, voluntad indomable, Maestro!