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Hace cientos de años se practicaba en China un juego que se trataba de patear un objeto redondo. Cuju, le llamaban. La imagen, pintura de Su Hachen, recreando el momento - Foto: Foto: Especial

La verdadera voz de los Milli Vanilli: La poesía del futbol

¿Cómo se dividen los más imbéciles entre los intelectuales? Los que han saqueado al país con “revistas culturales y los que critican al futbol; éstos últimos son cándidos; la inteligencia está en pugna

Por: Xalbador García, Visitas: 656

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En la historia de México hay varios tipos de intelectuales (“hombres de letras” se les decía en el XIX) que resultan despreciables. Entre esta extraña clasificación los más imbéciles se dividen en dos: quienes por décadas han saqueado al país con sus “revistas culturales” y quienes critican al futbol. La primera de las tipificaciones resulta demasiado obvia, por lo que me ahorraré el bullying literario. Los que integran la segunda son lindos de tan cándidos. Piensan que la inteligencia se encuentra en constante pugna con las piernas, que la belleza no puede florecer en un césped, que una pelotita y 22 hombres en calzones pueden volver idiota a todo un país.

De los males del pueblo, como lo decía Eduardo Galeano, el futbol no tiene la culpa. Algunos de los versos más hermosos se han escrito en un rectángulo marcado con círculos y ángulos que nos recuerdan el misterio de las teorías de Pitágoras. Y enormes poetas han comprendido que el parnaso yace más cerca de los hombres cuando se corea el gol. Efraín Huerta, él mismo un gran delantero vitoreado por las multitudes, escribió: “En los parques de futbol cabe el inquietante murmullo de centenares de espectadores, se agita la alegría, se agiganta solemnemente, deslizándose sobre el regado de césped, o volando, saltando de una tribuna a otra”.

Escrito para El Nacional, en este texto El Gran Cocodrilo hablaba de los tres parques de futbol que existían en la ciudad de México de los treinta. Junto a Rafael Solana, Alberto Quintero Álvarez, Octavio Paz y algunos de los exiliados españoles llegados a finales de la década a México, Huerta veía jugar al Atlante de sus amores en el parque España, ubicado en la calzada de La Verónica; en el Necaxa, asentado en la del Obrero Mundial, y en el Asturias, rumbo a la del Chabacano.

Antonio Deltoro coincide con Huerta al recordar la poesía que nace de la cancha:

 

Entre la multitud que se agita como un bosque encantado,

libres del deber, por el gusto del pasto, en la delicia de ver rodar,

de sentir cómo nace del pie la precisión

que en la vida normal le arrebató la mano,

estamos reunidos hoy en este campo

donde no crece ni la cebada ni el trigo;

somos el coro que lamenta y que festeja,

el suspiro que acompaña al balón cuando pasa de largo

y el grito entre las redes.

Nació la pelota con una piedra

o con la vejiga hinchada de una presa abatida.

No la inventó un anciano, ni una mujer, ni un niño;

la inventó la tribu en la celebración,

en el descanso, en el claro del bosque.

 

Contra el hacer, contra la dictadura de la mano,

yo canto al pie emancipado por el balón y el césped,

al pie que se despierta de su servil letargo,

a la pierna artesana que vestida de gala va de fiesta,

al corazón del pie, a su cabeza, a su vuelo aliado de Mercurio,

a su naturaleza liberada del tubérculo;

a cada hueso de los dos pies, a sus diez dedos

que atrapan habilidades hace milenios olvidadas

en las ramas de los árboles.

Yo canto a los pies que fatigados de trabajar las sierras

llegaron al llano e inventaron el fútbol.

 

Sola falta un poco de cordura para disfrutar la belleza de un desborde por las bandas, sólo falta un poco de misticismo para observar en las chilenas de Hugo la luminosidad de la gracia divina, sólo falta un poco de sensibilidad para leer en 90 minutos la recreación eterna de la batalla entre aqueos y troyanos, de tlaxcaltecas contra mexicas, de excluidos contra poderosos. La batalla que siempre termina con una caguama en la mano, como deberían terminar todas las batallas que se respeten.

 

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