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Su vida, si bien tuvo el consuelo y el don de la poesía, fue muy difícil, marcada por la doble joroba producto de la escoliosis que deformó su columna vertebral y trajo consigo un sinnúmero de males físicos. Considerado el mejor poeta lírico italiano del siglo XIX, su poesía está marcada por el pesimismo.

Quizá nadie llevó tan alto después de Dante Alighieri la lírica italiana como Leopardi. Sobre el monumento a Dante, que se preparaba en Florencia, escribió: "Oh Italia, mantén en el corazón el anhelo / de honrar a los antepasados; que de tales / están viudas hoy tus comarcas, / ni hay nadie que merezca que les honres. / Vuélvete atrás, y mira, ¡oh patria mía! / aquella escuadra infinita de inmortales, / y llora y ten desdén de ti misma; / porque ahora es necio el dolor sin desdén; / vuélvete, y avergüénzate y sacúdete, / y que te acucie por fin / el pensamiento de nuestros abuelos y nietos".

Bomarzo fue un jorobado, el duque de Orsini, que siendo deforme convirtió a su alma en un ser todavía más oscuro y abyecto que su apariencia física. Del lado opuesto, Quasimodo, el jorobado de Nuestra señora de París, la gran novela de Victor Hugo, siempre enamorado de Esmeralda, era un alma noble. Lo mismo se puede decir de Leopardi a quien le tocó, como a Juan Ruiz de Alarcón también, ser el ruiseñor preso en un cuerpo contrahecho, obligado a que las mujeres de sus Cantos fueran siempre quimeras, como la bella Aspasia:

"Ni tú hasta ahora jamás lo que tú misma / inspiraste algún tiempo a mi pensar, / pudiste, Aspasia, imaginar. No sabes / qué ilimitado amor, qué ansias intensas, / qué indecibles impulsos, qué delirios / moviste en mí; ni tiempo alguno llegará / que llegues a entenderlo. Del mismo modo ignora / el virtuoso de musicales conciertos / lo que con su mano o con la voz despierta / en quien escucha. Ha muerto aquella Aspasia, / que tanto amé. Yace, por siempre, objeto / de m vida un día: si no en cuanto / apenas como un sueño querido, a veces / torna y vuelve a desaparecer. / Tú vives / no sólo hermosa aún, sino tan bella / que a mi parecer, que superas a todas las demás mujeres. / Pero aquel ardor, de ti nacido, ha muerto: / porque yo no te amé a ti, sino a la diosa / que un día vida, ahora sepulcro, tuvo en mi corazón".

A Leopardi le tocó el mismo destino poético e histórico del gran poeta Alexander Pushkin: fue la bisagra entre el mundo clásico y la poesía moderna. Con Leopardi se cierra el ciclo medieval -por decirlo así- y con él se inaugura la modernidad poética en Italia. Con un pie en ambos mundos, trascendió el primero -aun haciendo homenaje a las formas clásicas- para dar lugar a una poesía subjetiva propia del Romanticismo, logrando pintar la depresión y la melancolía desde un rigor de la expresión y de la forma. En sus versos se anuncia ya la gran poesía moderna que otros grandes poetas italianos recogerán, como Umberto Saba, Giuseppe Ungaretti o Salvatore Quasimodo.