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El Beso (detalle), de Francesco Hayez, de 1859 - Foto: Foto: Especial

El camino de la vida: Algunas ideas sobre esa cosa que llamamos amor/II

El asunto que hoy tratamos aquí ha sido abordado desde tiempos inmemoriales por personajes que han plasmado sus ideas en algunos documentos, desde El Cantar de los Cantares hasta la Llama Doble

Por: J. Enrique Álvarez Alcántara, Visitas: 1041

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Amables lectores que me siguen; en la colaboración precedente comenzamos a tratar el asunto relacionado con el amor y, después de haber expuesto algunas ideas que permitan precisar las nociones de reproducción, sexualidad, sentimiento, deseo y placer, en aras de fundamentar lo que enseguida se plantearía, tratamos someramente la cuestión relativa a la “naturaleza del amor” y, desde luego, el carácter histórico, social, cultural, interpsicológico e intersubjetivo de los orígenes, desarrollo y expresión de este sentimiento.

Ahora nos proponemos abundar, en esta segunda parte, este último punto.

Entrados ya en el Siglo XX, con el surgimiento de la etología, como una rama de la biología dedicada al estudio del comportamiento interactivo dentro de diversas especies animales, Konrad Lorenz, Niko Tinbergen, Irenäus Eibl-Eibesfeldt, Jakob von Uexküll, Nadezhda Ladigyna-Kots, Jane Goodall o Frans de Wall, resaltaron que el comportamiento sexual y reproductivo requiere comportamientos relacionados con la vida gregaria o grupal y con interacciones que se demarcan como procesos de comunicación que requieren de la expresión de diversa señales, o signos, que adquieren un valor semiótico entre los humanos, y demanda un proceso de transcripción o de interpretación de las mismas señales por parte de quienes son partícipes de tales comportamientos en grupo, sean animales humanos o no.

Asimismo, y por su lado, Sigmund Freud, creador del Psicoanálisis, dedicó parte de su obra a la comprensión y explicación del papel que juega la sexualidad humana en la constitución de la estructura de la personalidad, más allá de la reproducción y más acá del deseo y el “principio del placer”.

Sin embargo, como un verdadero adelantado, pues casi un siglo antes, (entre el 994-1064 d.n.e.), Ibn Hazm de Córdoba dedicó en El Collar de la Paloma extensas líneas al asunto de la comunicación extralingüística en las relaciones amorosas que van desde los procesos del enamoramiento hasta la expresión amorosa, pasando por las señales que permiten reconocer el amor y, desde luego, nítidamente las separó de la reproducción y de la sexualidad.

De esta manera, presentaré algunos poemas en los cuales describe excelsamente algunas de las señales del amor que, indudablemente, evidencian que éste es posible sí y solo sí hay pluralidad y diversidad de seres que muestran los fenómenos del enamoramiento, de la expresión del amor y de las relaciones, físicas y psicológicas, entre el amante y el ser amado.

Primera Señal. Dice Ibn Hazm: “Es la primera de todas, la insistencia de la mirada, porque es el ojo puerta abierta del alma, que deja ver sus interioridades, revela su intimidad, y delata sus secretos. Así verás que cuando mira el amante, no pestañea y que se muda su mirada donde el amado se muda, se retira donde él se retira, y se inclina a donde él se inclina, como hace el camaleón con el sol…”. Y agrega:

“Mis ojos no se paran sino donde estás tú.

Debes de tener las propiedades que dicen del imán.

Los llevo adonde tú vas y conforme te mueves,

como en gramática el atributo sigue al nombre”.

¿Quién no ha visto parejas que se hayan en el proceso del enamoramiento, mirándose cara a cara, sin dubitar, con los ojos atados al otro rostro como si estuviesen imantados por un magnetismo inevitable e imperceptible?

Es necesario destacar el hecho de que la sensibilidad del Poeta y filósofo andalusí, Ibn Hazm, permite identificar, pese a su tradición religiosa, la naturaleza interactiva de la relación amorosa y de la participación de la actividad sensorial, emocional o afectiva.

Es más, dirá al adicionar otras señales del amor: “Otras señales son que no puede el amante dirigir la palabra a otra persona que no sea su amado, aunque se lo proponga, pues entonces la violencia quedará patente para quien lo observe; que calle embebecido, cuando hable el amado; que encuentre bien cuanto diga, aunque sea un puro absurdo y una cosa insólita; que le dé la razón, aun cuando mienta; que se muestre siempre de acuerdo con él, aun cuando yerre; que atestigüe en su favor, aun cuando obre con injusticia, y que le siga en la plática por doquiera que le lleve y sea cualquiera el giro que le dé”.

Además: “que el amante vuele presuroso hacia el sitio en que está el amado: que busque pretextos para sentarse a su lado y acercarse a él; y que abandone los trabajos que le obligarían a estar lejos de él; dé al traste con los asuntos graves que le forzarían a separarse de él, y se haga el remolón en partir de su lado”.

Dicho esto de manera poética:

“Cuando me voy de tu lado, mis pasos

son como los del prisionero a quien llevan al suplicio.

Al ir a ti, corro como la luna llena

cuando atraviesa los confines del cielo.

Pero, al partir de ti, lo hago con la morosidad

con que se mueven las altas estrellas fijas”.

Aún más, también nos advertirá: “Otra señal es la sorpresa y ansiedad que se pintan en el rostro del amante cuando impensadamente ve a quien ama o éste aparece de súbito, así como el azoramiento que se apodera de él cuando ve a alguien que se parece a su amado, o cuando oye nombrar a éste de repente”. Y también introducirá un ejemplo:

“Cuando mis ojos ven a alguien vestido de rojo,

mi corazón se rompe y desgarra de pena.

¡Es que ella con su mirada hiere y desangra a los hombres

y pienso que el vestido está empapado

y empurpurado con esa sangre!”

En el mismo texto presentará otras señales que puede reconocer un observador como muestra clara de que hay un proceso “lectura” del enamoramiento antes de que “prenda el fuego del amor y el calor abrase y el tizón arda y se levante la llama, porque, una vez que el amor se enseñorea y hace pie, no ves más que coloquios secretos y un paladino alejamiento de todo lo que no sea el amado”.

Al tratar de expresar con versos varias de estas señales, resaltará las siguientes:

“Cuando se trata de ella, me agrada la plática,

y exhala para mí un exquisito olor de ámbar.

Si habla ella, no atiendo a los que están a mi lado

y escucho sólo sus palabras placientes y graciosas.

Aunque estuviese con el Príncipe de los Creyentes,

no me desviaría de mi amada en atención a él.

Si me veo forzado a irme de su lado,

no paro de mirar atrás y camino como una bestia herida;

pero, aunque mi cuerpo se distancie, mis ojos quedan fijos en ella,

como los del náufrago que, desde las olas, contemplan la orilla.

Si pienso que estoy lejos de ella, siento que me ahogo

como el que bosteza entre la polvareda y la solana.

Si tú me dices que es posible subir al cielo,

digo que sí y que sé dónde está la escalera”.

Y así proseguirá el Poeta con su descripción, a través de versos y poesía, mostrando diferentes señales e indicios que patentizan el proceso del enamoramiento y el fuego del amor cuando en llamas se muestra:

“Las nubes han tomado lecciones de mis ojos

y todo lo anegan en lluvia pertinaz,

que esta noche, por tu culpa, llora conmigo

y viene a distraerme en mi insomnio.

Si las tinieblas no hubiesen de acabar

hasta que se cerraran mis párpados en el sueño,

no habría manera de llegar a ver el día,

y el desvelo aumentaría por instantes.

Los luceros, cuyo fulgor ocultan las nubes

a la mirada de los ojos humanos,

son como ese amor tuyo que encubro, delicia mía,

y que tampoco es visible más que en hipótesis”.

(…)

“Pastor soy de estrellas, como si tuviera a mi cargo

apacentar todos los astros fijos y planetas.

Las estrellas en la noche son el símbolo

de los fuegos de amor encendidos en la tiniebla de mi mente.

Parece que soy el guarda de este jardín verde oscuro del firmamento,

cuyas altas yerbas están bordadas de narcisos.

Si Tolomeo viviera, reconocería que soy

el más docto de los hombres en espiar el curso de los astros”.

(…)

“Melancólico, afligido e insomne, el amante

no deja de querellarse, ebrio del vino de las imputaciones.

En un instante te hace ver maravillas,

pues tan pronto es enemigo como amigo, se acerca como se aleja.

Sus transportes, sus reproches, su desvío, su reconciliación

parecen conjunción y divergencia de astros, presagios estelares adversos y favorables.

Mas, de pronto, tuvo compasión de mi amor, tras el largo desabrimiento,

y vine a ser envidiado, tras de haber sido envidioso.

Nos deleitamos entre las blancas flores del jardín,

agradecidas y encantadas por el riego de la escarcha:

rocío , nube y huerto perfumado

parecían nuestras lágrimas, nuestros párpados y su mejilla rosada”.

(…)

“Me quedé con ella a solas, sin más tercero que el vino,

mientras el ala de la tiniebla nocturna se abría suavemente.

Era una muchacha sin cuya vecindad perdería la vida.

¡Ay de ti! ¿Es que es pecado este anhelo de vivir?

Yo, ella, la copa, el vino blanco y la oscuridad

parecíamos tierra, lluvia, perla, oro y azabache”.

(…)

“Hasta que llegó la noche estuve esperando verte,

¡oh deseo mío!, oh colmo de mi anhelo!;

pero las tinieblas me hicieron perder la esperanza,

cuando antes, aunque apareciera la noche, no desesperaba de que siguiera el día.

Tengo para ello una prueba que no puede mentir,

pues por muchas análogas nos guiamos en asuntos difíciles,

y es que, si te hubieras decidido a visitarme, no hubiera habido tinieblas,

y la luz, -tu luz- hubiera permanecido sin cesar entre nosotros”.

Hasta aquí quiero dejar de presentar versos y poemas para compartir ahora unas cuantas reflexiones que parecen necesarias en este breve ensayo.

PRIMERA. Parece que los procesos del enamoramiento, estar enamorados y diseñar las estrategias de cortejo y seducción, serán inseparables (como eventos interactivos entre, por lo menos, dos seres), de un contexto histórico, cultural y social que impone valores, creencias, normas de comportamiento y principios éticos o morales que matizan inevitablemente el evento amoroso.

SEGUNDA. El “amor”, así, con cuatro letras, dos vocales y dos consonantes, en toda su breve extensión es inseparable de los fenómenos de carácter psicológico que en su amplia gravedad horizontal –la que te hala hacia adelante, hacia el futuro—y vertical –la que te atrae al centro gravitacional de la base—incluye procesos afectivo/emocionales, de pensamientos/sentimientos, actitudinales/intencionales que, como una totalidad dinámica y compleja, te permiten asumirlo como un hecho y como un proceso que se muestra en las vivencias.

TERCERA. El Acto de “amar”, como un acto de un ser hacia otro ser, es un hecho que refiere acción y no solo representación; proceso y no solo estado; movimiento, transición y cambio. Es también interactividad/intersubjetividad compartida tanto afectiva/emocional, como cognitiva/volitiva.

CUARTA. Ni el amor ni el acto de amar a alguien admite razones lógicas, jurídicas, científicas o formales. Es un sentimiento que impele a darse por completo, sin restricción alguna, elevarse, volar, levitar, gozar, buscar, encontrar, flotar, qué sé yo y que no se puede adquirir en libros o manuales.

QUINTA. El sujeto amoroso y el objeto de ese amor; el sujeto deseante y el objeto del deseo no son entelequias vagando en el éter; son dualidad y mutualidad. Y pueden o no estar relacionados con el deseo, el placer, la actividad sexual o la reproducción.

Finalmente, para esta colaboración, considero importante hacer una pregunta que abordaremos en la próxima colaboración; ¿A amar se aprende o es un sentimiento que surge espontáneamente ante el encuentro del “otro” al que se comienza a amar? ¿Al decir de Ovidio o Erich Fromm, ¿Es un arte que debemos cultivar y cuidar, o se da así, como pensaba Aristófanes, por un reencuentro inesperado y súbito?

Hasta la próxima.

 

 

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