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Para leer en sesentena: De la lentitud

Durante sesenta días compartiré con mis amigos textos y reflexiones, no solamente literarios. Lo haré con la convicción de que la literatura y el debate inteligente son antídotos contra el tedio, la ansiedad y el catastrofismo

Por: José Antonio Lugo, Visitas: 885

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En El mal del ímpetu, relato largo del novelista ruso Iván Goncharov, el narrador nos previene de este mal, caracterizado por una intensa voluntad de movimiento. Los miembros de la familia protagonista, ávidos de pasear, de moverse, regresan a sus casas en pésimas condiciones: se han caído, no pudieron comer bien, todo les pasó y, sin embargo, ante la estupefacción de Ustínovich, el hombre gordo que no se mueve, sólo quieren iniciar otro paseo, un movimiento sin fin caracterizado por la rapidez y la necesidad de nuevas sensaciones.

En la novela La Lentitud, Milan Kundera opone la velocidad de una motocicleta con la lentitud del caballo. Y afirma: "El grado de velocidad es directamente proporcional a la intensidad del olvido. Pueden deducirse varios corolarios de esta ecuación, por ejemplo éste: nuestra época se entrega al demonio de la velocidad y por eso se olvida tan fácilmente a si misma. Ahora bien, prefiero invertir esta afirmación y decir: nuestra época esta obsesionada por el deseo de olvidar y, para realizar ese deseo, se entrega al demonio de la velocidad; acelera el paso porque quiere que comprendamos que ya no desea que la recordemos; que esta harta de si misma; asqueada de si misma; que quiere apagar la temblorosa llamita de la memoria".

La pandemia nos ha obligado a suspender nuestro movimiento frenético, similar al de la familia poseída por "el mal del ímpetu", las ganas de viajar por el mundo y por nuestra ciudad, de conocerlo todo, recorrerlo todo, engullirlo todo, tenerlo todo. La velocidad se ha guardado -como una motocicleta BMV estacionada bajo el cobertizo-, y poco a poco está siendo reemplazada por la lentitud. En el pausado movimiento al que nos obliga el confinamiento, le hemos dado otra velocidad a nuestra vida.

No es sólo que no hagamos ciertas cosas, como ir al cine o a los restaurantes a departir con los amigos y beber un trago. Va más allá de eso. Nos hemos ralentizado -verbo ya poco usual, en un mundo donde la velocidad mandaba-. Los movimientos al interior de nuestras casas o departamentos adquieren otro sentido o, mejor dicho, empezamos a descubrir, como alumnos de budismo zen, que puede haber una sabiduría en lavar los platos y tender la cama. Y que, en lugar de ir a comprar trapos a Zara, como los franceses que han comenzado el desconfinamiento, lo que empezamos a hacer es deshacernos de ropa y cosas inútiles, un lastre en "la nueva lentitud".

Me gusta la idea de imaginar que el confinamiento es, en el fondo, siguiendo a Kundera, una lucha entre la rapidez y la lentitud. La rapidez para ir a cualquier parte y conquistar el mundo, la lentitud para ir al interior de nuestros hábitos y actitudes y conquistarnos a nosotros mismos. ¡Sigámonos cuidando, leeeentaaamenteee!

 

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