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Para leer en cuarentena: XV de XL. Oscar Wilde

Durante cuarenta días compartiré con mis amigos textos y reflexiones, no solamente literarios. Lo haré con la convicción de que la literatura y el debate inteligente son antídotos contra el tedio, la ansiedad y el catastrofismo

Por: José Antonio Lugo, Visitas: 850

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Este célebre escritor irlandés nació el 16 de octubre de 1854 en Dublín. Sedujo al mundo, luchó contra la moral de su época y pagó un precio muy alto. Alguna vez escribió, hablando de sí mismo: "Poseía genio, un nombre distinguido, una elevada posición social, brillo y audacia intelectual. Hacía del arte una filosofía y de la filosofía un arte. Alteraba las mentes de los hombres y los colores de las cosas. No había nada que yo dijese o hiciese que no maravillase a la gente".

A fines del siglo XIX, el capitalismo cruel de la época, que tan bien retrataron Marx y Dickens; la moral victoriana, que había convertido a la hipocresía en el vicio nacional inglés, y el agotamiento del realismo en literatura, dieron lugar a una nueva sensibilidad en la pintura, en la música y en las letras. Esta nueva sensibilidad trajo consigo el dandismo, una actitud ante la vida que colocaba al espíritu, al placer y a la belleza por encima de intereses "groseros". Los dos productos más grandes de esta nueva actitud fueron el barón de Montesquieu, en Francia, que fue el modelo de dos personajes literarios notables: Des Esseintes, en Al revés, de J.K. Huysmans, y el barón de Charlus, en A la búsqueda del tiempo perdido, de Marcel Proust. Dio lugar también, en Inglaterra, al fenómeno literario y de vida que fue Oscar Wilde.

Wilde describió el snobismo, la frivolidad y el decadentismo en su novela El retrato de Dorian Gray, pero también la espiritualidad en su cuento "El gigante egoísta" y la desolación y la amargura en De profundis. El mismo Wilde nos habla de esta doble vía: lo superfluo y la tristeza sabia: "Ni un solo momento quiero deplorar haber vivido para el placer. Me entregué a él con la plenitud con que ha de realizarse todo en la vida. No hubo goce alguno que yo no experimentara. Arrojé la perla que encerraba mi alma en una copa rebosante de vino, recorrí al son de las flautas el sendero bordeado de rosas y mi alimento fue la miel de las colmenas. Pero haber continuado esa vida hubiera sido un error, por la limitación que todo ello suponía. Tuve que seguir adelante, porque también la otra parte del jardín encerraba secretos para mí".

De ser el dandy, el exquisito, el guía de una generación de decadentes, el seductor, el que escandalizaba, a raíz de su encuentro con Bosie su vida privada acabó siendo pública, y su inclinación sexual y sus debilidades con su amante fueron convertidas en materia de chisme y de condena moral para la sociedad londinense. El más ferviente admirador de la belleza y el arte se vio enfrentado a la fealdad y a la bajeza; de los manjares exquisitos y las ropas lujosas pasó a recoger, en sus propias palabras, las migajas de pan blanco, que eran un manjar comparadas con las del pan negro que comía a diario.

En la historia de la literatura no han faltado los mártires, no han faltado quienes han sido condenados por su libertad de pensamiento, bajo la forma de la condena a su conducta sexual.

Wilde vivió ese lado oscuro. Vivió también el lado de la lucidez que provoca la amargura y la desolación que vivió desde la cárcel: "El supremo vicio es la estrechez del espíritu. Todo lo que uno comprende está bien"; "Una de las muchas lecciones que se aprenden en la cárcel es que las cosas son lo que son y serán lo que hay que ser"; "Olvidé que cada acción cotidiana hace y deshace el carácter y que aquello que se realiza en la mayor intimidad hay que lamentarlo a gritos, desde el tejado. Ahora ya no me queda más que una sola cosa: la humildad absoluta".

Wilde también alcanzó la más alta espiritualidad, como se muestra en los relatos "El gigante egoísta" y "El Príncipe Feliz".

A la salida de la cárcel, Wilde se fue a vivir a París, donde murió solo, donde se dejó morir. Ya lo había anunciado en el final de De profundis: "Colgará de estrellas la noche para que yo pueda caminar sin tropiezo en las tinieblas y enviará al viento a soplar sobre mis huellas, a fin de que nadie pueda seguir mi rastro y hacerme daño; me purificará con sus inmensas aguas y me sanará con sus hierbas amargas".

 

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